La pintora Irene López de Castro expone en el Retiro su mirada sobre la lucha vital de las gentes del desierto africano. El río de la vida, recuerdos del río Níger. Pinturas de Irene López de Castro. Casa de Vacas. Parque del Retiro. Todos los días de 10.00 a 21.00 horas. Hasta el 27 de octubre. Entrada gratuita.
Aún queda tiempo. La sala de exposiciones Casa de Vacas del parque del Retiro de Madrid muestra, hasta el 27 de octubre, El río de la vida, recuerdos del río Níger. La pintora Irene López de Castro (Madrid, 1967) ofrece en ella su mirada evocadora sobre los pueblos y las gentes del tan fascinante como desconocido Sahel. En aquella vasta extensión de territorio continental desértico, el milagro vital adquiere la expresión de un caudaloso río, el Níger, que se abre paso entre dunas y llanos abrasados por el más ardiente Sol del África. Tan abrasiva omnipotencia, sin embargo, no ha logrado impedir que, durante siglos, seres humanos frágiles, de carne y sangre y piel duramente requemada hayan logrado sobrevivir allí, perpetuarse e impregnar con la belleza y la dignidad de su presencia el designio humano de la vida. Sobre todo ello versa la obra de Irene López de Castro, una mujer enamorada de Níger, adonde llegó en 1989 para depositar allí su corazón y lo más sublime que su desenvuelta paleta cromática es capaz de traducir. Y lo hace con un lenguaje pictórico donde la delgadez de la línea que separa lo figurativo de lo abstracto adquiere rasgos de extrema sutileza.
Hoy nadie duda ya de la influencia del arte africano en los orígenes de las vanguardias pictóricas europeas surgidas en las postrimerías del siglo XIX. A su teorización contribuiría en gran medida el escultor ecuatoguineano Leandro Mbomio, quien subrayara tal influjo señaladamente sobre la abstracción picassiana. Mas en el caso de Irene López de Castro, su propuesta estética parece querer recorrer un circuito en sentido distinto. Si bien se mimetiza con las técnicas locales del Níger, como el bogolán, a base de la cocción de barros y arenas con espectaculares resultados cromáticos, el trayecto recorrido por la artista se ve signado por la evocación sublimada de un Arte europeo proyectado hacia el continente hermano, con un propósito específico: el de dar a conocer un universo en el que, pese a toda la adversidad que sobre él se cierne, desde un Sol implacable y un paisaje descarnado, seres humanos dotados de voluntad y sacrificio, aplicaron secularmente el talento de la estirpe humana para mostrar que ocupa el más alto rango que la Naturaleza permite.
Hay en la obra de la pintora madrileña una feminización profunda en sus armoniosas composiciones. Tanta, que pareciera un emocionante homenaje a la singular lucha de las mujeres por facilitar la vida bajo condiciones tan adversas como aquellas con las que el Sahel desafía a la existencia. En medio de tan desaforado reto, surge el milagro: la cegadora policromía de los atuendos; los majestuosos tocados y turbantes; las bruñidas túnicas, las prietas frazadas que tallan la silueta humana con la distinción de lo supremo…
¿Cómo llegó hasta tan recóndito y abrasado rincón del Planeta tanta belleza, tanta elegancia, tanta dignidad en un escenario tan castigado secularmente por el colonialismo imperial europeo y hoy por el norteamericano e incipientemente oriental? La respuesta es que no llegó, sino que siempre estuvo allí en las mentes y en las almas de las pobladoras y los pobladores del Sahel, huyendo de tan poderoso dictado.
López de Castro denuncia, sin definirlos con precisión, los peligros que se ciernen hoy sobre los territorios sahelianos: todo el mundo puede averiguar que se refiere al islamismo radical que bate, en sorpresivas razzias, numerosos escenarios de aquellos países africanos. Mas la artista no va más lejos, porque tal vez no deba hacerlo. Sin embargo, la frecuente constatación de efectos políticos y bélicos, sin referir las causas que los provocan, parece haberse convertido en uno de los rasgos de la frivolidad de nuestro tiempo. La postración en la que el colonialismo dejó a los países africanos en los que puso su sangrienta zarpa está en el origen de muchos de los males que hoy les afligen.
Por ello, la obra de Irene López de Castro, quizá incluya un mensaje en el que invita a indagar el porqué de tanto sufrimiento como el impuesto secularmente a esos pueblos por gentes foráneas, ruines y codiciosas, incapaces de emocionarse y respetar la dignidad con la que el Sahel afronta la lucha por la vida, en un medio tan agresivamente adverso por la imparable desertización. En su ejemplo, el género humano puede quizá confirmar que será posible subsistir a la terrible degradación medioambiental del cambio climático, inducida, prioritariamente, por gentes igualmente ruines y mezquinas, de la misma calaña de las que expoliaron el África toda.