Fundación Mapfre, Sala de Exposiciones Recoletos. Pº recoletos 23. Madrid. Hasta el 20 de febrero de 2020.
La Fundación Mapfre trae por primera vez a España obras del italiano Giovanni Boldini (Ferrara 1842- París 1931). Su incesante actividad y la calidad de sus trabajos le convirtieron en el más importante de los artistas italianos afincados en París de la segunda mitad del siglo XlX.
La muestra cuenta con fabulosos atractivos. Durante el recorrido, las creaciones de Boldini comparten espacio y sostienen un singular diálogo con impresionantes composiciones de Mariano Fortuny, Raimundo Madrazo, Eduardo Zamacois, Román Ribera, Rogelio de Egusquiza, Ignacio Zuloaga, Joaquín Sorolla, Francisco Masriera, Vicente Palmaroli o Manuel Benedito entre otros grandes genios de la pintura.
Nuestro protagonista participó, en su Italia natal, del movimiento de los macchiaioli fundamentado en la experimentación a través del color, los claroscuros, la luz y la sombra, frente a la rigidez academicista.
De su etapa italiana, disfrutamos aquí ‘El amante de las Bellas Artes’ (1866), donde predomina la naturalidad del modelo que mantiene la cabeza levantada de la lectura, mientras que el fondo se presenta tal cual con los objetos que hay en la estancia. El conjunto supone una ruptura de los cánones clásicos.
En 1871, se instala en Montmartre, el parisino barrio sirvió como lugar de encuentro e inspiración a numerosos artistas. Durante casi una década abandona el retrato para dedicarse a realizar cuadros de género, ajustados al gusto burgués, de pequeño y mediano formato. España estaba de moda y era considerada por entonces un lugar exótico. De este periodo es la fantástica ‘Pareja española en traje español y papagayos’ (1873), transmite una imagen de España estereotipada; él vestido de torero, ella con traje andaluz y mantilla sujeta una guitarra española, ambos miran un par de papagayos que revolotean en una peana. El uso de la luz, el color y el refinamiento que desprende denota la influencia de Mariano Fortuny, al que no llegó a conocer personalmente.
La belleza de Berthe, una de sus modelos preferidas, se encontraba entre la picardía, la sensualidad y el recato. Existen ejemplos considerables donde ella es protagonista. ‘En el banco del Bois’ (1872), la joven modelo, posa con un aire delicado de inocencia al tiempo que la postura y su boca entreabierta desprenden una tremenda sensualidad.
Atrapado por la urbe, Boldini, resalta la vida urbana. La pincelada atrevida, dinámica, vibrante plasma una imagen optimista, moderna y bulliciosa de la ciudad. En ‘Plaza de Clichy’ (1874), llama la atención cómo captura el instante; dos hombres vestidos de forma elegante charlan, una joven levanta levemente su falda un momento antes de subir a la acera, vendedoras de flores y lavanderas con cestos llenos de ropa aparecen en una escena cotidiana de un día cualquiera. El mobiliario urbano y los carruajes son un espejo de la vitalidad que desprende la vida moderna.
Subimos a la primera planta, y continuamos impresionados por la belleza de cada una de las composiciones. El día a día de la burguesía, sus salidas al teatro, bailes, paseos y la moda, serán temáticas recurrentes, en lo que supone un auténtico culto al individuo y la frivolidad. Se concreta en unas espléndidas ‘Salida del baile de máscaras’ (1867) de Raimundo Madrazo, ‘La salida del baile’ (1883) de Román Ribera, o ‘La vendedora de moda’ (1894) de Francisco Masriera.
Por otro lado, merece la pena detenerse en ‘Playa de Portici’ (1874), la última obra que pintó Mariano Fortuny antes de fallecer, de manera prematura, a la edad de treinta y seis años. La pincelada suelta, la luz y el color, son un canto a la plenitud y el disfrute de la vida. Revelan, además, un estilo más libre y personal, donde se aventuraba un nuevo camino alejado de la demanda más comercial de su clientela, que le impedía evolucionar.
En Italia tan solo unos pocos supieron valorar el estilo original y sincero de Boldini que poseía un talento innato para el retrato. La exposición recoge brillantes ejemplos de sus pinceladas resueltas, vitalistas y elegantes que capturan los instantes efímeros y la espontaneidad imposibles de mantener durante un posado. Poco a poco dotó al género de una sensibilidad que también compartieron otros importantes pintores; Singer Sargent, Sorolla, Zuloaga o McNeill Whistler, convertidos en los retratistas más importantes de la Belle Époque, representaron a la perfección el espíritu de la misma.
Frente a nosotros, el soberbio retrato de ‘James Abbott McNeill Whistler’ (1897), representa la elegancia masculina de la clase alta. Irradia a su vez, la personalidad y el espíritu dandi del retratado. Su cabello desordenado, realizado con ágiles y vigorosos trazos, el gesto del pintor ajustándose el monóculo, contribuyen a dar la sensación de instantaneidad a la imagen. El aire distinguido que emana la pintura, queda subrayado por la pose y la elección del color negro de la ropa que juegan con distintas tonalidades.
Su retrato ‘Cleo de Merode’ (1901) es, sin lugar a dudas, un referente de plenitud basado en la intuición del instante y el movimiento expresado con rápidas pinceladas. La aristócrata y bailarina, icono de la Belle Époque, nos seduce de inmediato con su mirada pícara, desenfadada y divertida. Desprende una modernidad tremenda, en contraste con otro retrato de la misma dama firmado por Manuel Benedito en 1910, que podemos ver en una sala anterior. Éste último retrata a la joven elegante, melancólica, sobria. El uso de tonos neutros y la silueta poco definida dotan la figura de un halo misterioso.
Es sin duda una magnífica oportunidad para disfrutar de las ciento veinticuatro obras que convergen y dialogan en este espacio enriquecedor, cuajado de artistas de una talla excepcional.