En el Palacio de Velázquez. Parque del Retiro. Todos los días de 10.00 a 18.00 horas. Hasta el 10 de marzo de 2019. Entrada gratuita.
Pasear por el parque del Retiro madrileño ofrece insólitas sorpresas como la que brinda hasta el 10 de marzo el palacio de Velázquez, fornido edificio de ladrillo, roblones y cerámica, transparentado en su interior para albergar espaciosas exposiciones como Culpa y deudas, del artista germano Dierk Schmidt (Unna, 1965). No hay apenas precedentes en nuestro país de una pintura de historia tan singular como la que regala a la mirada este autor quien, lejos de la huera retórica historicista del Romanticismo o de la mimada perfección clasicista de Lourens Alma- Tadema, asume por el contrario un compromiso de hondo calado ético: la descripción pormenorizada y sustantiva de la Conferencia de Berlín, aquella inmensa infamia europea reunida en la capital del II Reich en 1884 para sacralizar el criminal reparto imperial de África entre las grandes potencias continentales.
Llama la atención ver sobre grandes paneles el número de reinos africanos oficialmente considerados entonces por los conferenciantes europeos como territorios ‘enteramente salvajes’, sin opción a ser reconocidos como tales. Schmidt deduce detalladamente el recuento de millones de muertes causadas entre sus numerosas etnias por la irrupción de mercenarios belgas, británicos, franceses o alemanes en tierras ajenas para hollarlas, desollando a sus naturales con una avidez criminal en busca de los tesoros que África poseía en su rico vientre y que desde las llamadas metrópolis llevan siendo expropiados durante cinco largos siglos.
La belleza concebida convencionalmente como expresión estética desaparece de esta muestra, para dar paso a la rotundidad de verismo que aflora desde paneles punteados por diagramas y códigos que incluyen cifras escalofriantes. Su minuciosa lectura permite evocar, desde la helada elocuencia de los datos surgidos de los desalmados informes coloniales, el latido agónico de millones de corazones de las desdichadas gentes de color, con las córneas de sus ojos desorbitados destellando terror, caídas en manos, entre otros, de aquel monstruoso genocida, Leopoldo de Bélgica, que intentó convertir y convirtió Zaire en una embajada del infierno con el propósito de extirparle al rico país africano su fabulosa y hoy exhausta riqueza.
Causan sonrojo los textos, reproducidos por el autor, en los que se sacraliza el etnocentrismo más racista, mediante sentencias oficiales surgidas de los acuerdos consecutivos a la Conferencia berlinesa. Todos ellos persiguen postrar en la subhumanidad a millones de seres de color, indefensos con sus meras lanzas ante las flotas de guerra, la artillería, las ametralladoras, los fusiles de repetición, las bayonetas, el primitivo napalm… desplegados por las administraciones coloniales en África para apropiarse a sangre y fuego de todo un continente. Las guerras llevadas por las autoridades españolas al norte del continente a partir de 1860 forman parte de aquel legado de sangre y sufrimiento, con levas forzosas de gentes del pueblo y de la milicia obligadas a dar allí sus vidas por una causa a mayor gloria de una Corona resentida por la pérdida del imperio transoceánico y que buscaba en África el desquite de aquella otra frustración.
Hay en la exposición Culpa y deudas –en alemán son la misma palabra, Schuld– otro espacio configurado por urnas verticales perforadas o craqueladas adrede. Sus cartelas aseguran que en su interior se encuentran tesoros arqueológicos expoliados por los imperios coloniales. Pero, dentro de las urnas… no hay nada. Todo lo que debieran contener esos fanales permanece, desde hace siglos tras su expolio, en el British Museum, en los grandes cofres ¿culturales? de París o Berlín, entre otros destinos, donde sin recato se siguen exponiendo al público, al que se cobra por admirarlos, embutido todfo los expuesto en discursos criptoimperiales manipulados para ocultar su hedor.
Dierk Schmidt ha puesto su Arte, de códigos y diagramas abstractos, de perenne invitación a la reflexión histórica, al servicio de la materialidad de una verdad hiriente, para denunciar el genocidio colonial que explica cuál fue la herida que África recibió en su pecho, tan honda, que todavía tardará décadas en cicatrizar y procurar a sus hij@s un horizonte de salud y bienestar. Gesta la de Scmidt versada a rescatar una historicidad, geschichtiligkeit, de nuevo cuño, basada en la verdad de lo que fue, en un momento en el que el Arte continental, desprovisto de verdad, pareciera aprestarse a enfilar el camino hacia el suicidio, guiado por la zarpa de una tecnología inhumanizada, la misma que de un manotazo trastoca la realidad para exprimirle el tiempo y el espacio y liquidarla sobre el lecho virtual de una pantalla de plasma, sin razón y sin alma.