Las academias son instituciones artísticas que nacen en el Renacimiento italiano, tomando su denominación de la Antigüedad, de la Academia de Platón en Atenas, y que han tenido un gran protagonismo en la historia del arte occidental hasta el siglo XIX.
Las primeras academias no eran más que círculos informales de humanistas bajo el amparo de un mecenas. En esos círculos se discutía sobre la cultura grecorromana pero no exclusivamente de arte, aunque poco a poco se fueron incorporando artistas en el contexto de la reivindicación de su papel intelectual, de arte liberal, frente al carácter artesanal manual de la Edad Media. En este sentido se terminaron por fundar academias de carácter artístico, de pintura y escultura, destacando la Academia de San Lucca, fundada en 1593 en Roma y que agrupaba a los pintores.
En 1648, el rey Luis XIV fundó en París la Academia de Bellas Artes, superando el carácter asociativo de artistas, según el modelo romano, por otro oficial. Las academias pasaban a ser un organismo del Estado absoluto y con nuevas funciones, ya no reivindicativas. Ahora las academias serían centros de formación de arquitectos, escultores y pintores, pero, además se convirtieron en los centros que regulaban todo lo determinado con las distintas artes según unas normas de obligado cumplimiento, marcando el gusto oficial. Es verdad que siguieron siendo centros de discusión teórica pero para establecer esas normas que pasaron a ser el clasicismo. La monarquía absoluta consideraba muy importante el arte como expresión de su poder, y no podía dejarse al libre albedrío de los artistas. El modelo francés pasó al resto de Europa. En España se creó en 1757 la Real Academia de Bellas de San Fernando. En 1768 se fundó la Real Academia Británica.
La crisis de las academias llegó con el Romanticismo porque fue una época en la que se reivindicó la libertad del artista frente a las normas que encorsetaban la creación. En ese momento, los conceptos de académico o academicismo adquirieron un carácter peyorativo, como sinónimo de conservadurismo. En el siglo XIX, las academias pretendieron seguir estableciendo el gusto desde la perspectiva de la burguesía triunfante en el Estado liberal. Deseaban controlar la relación entre los artistas y el público a través de los Salones y Exposiciones oficiales. Todo este entramado fue radicalmente cuestionado por los nuevos movimientos artísticos, comenzando por los impresionistas.