noviembre de 2024 - VIII Año

Año 2018: ¿tiempo de la gran revisión constitucional?

diadaA la hora de iniciar estas líneas me encuentro en un AVE camino de Barcelona. Es el 11 de septiembre y pienso asistir esta tarde a la Diada. Las razones que me han inducido a tomar parte en esta manifestación las encuadraría dentro de una gran curiosidad social, un interés que esta vez supera las para mí inevitables motivaciones ideológicas. Habiendo participado (activa o pasivamente) en algunos de los sucesos sociopolíticos más relevantes del siglo pasado y sin olvidar el históricamente reciente 15-M, me parecía inexcusable no conocer de primera mano los principales acontecimientos que iban a tener lugar durante los próximos meses en Cataluña.

Algunas ideas preconcebidas sin duda han contribuido a tomar esta decisión: por ejemplo, la convicción de que en Cataluña está planteado un tablero estratégico de tintes ideológicos casi impensables -hoy por hoy- en otros lugares de Europa occidental. Me refiero a la aparición de corrientes antisistema dentro de una convivencia social, en el seno de un capitalismo financiero con reminiscencias socialdemócratas y dentro de una región muy concreta, culturalmente sofisticada y un tanto diferenciada; no precisamente pobre, pues genera un PIB que supone aproximadamente el 20% (datos de 2015) del total que corresponde al Estado en el que se ubica, un Estado democrático constitucionalmente aprobado hace casi 40 años.

Estas corrientes antisistema, con componentes anarquistas de innegable corte tradicional, viajan (y a menudo conducen) un tren que en su arranque y primeras estaciones fue financiado por buena parte de la alta burguesía local. Un tren cuyas calderas todavía se alimentan de combustible ideológico decimonónico, ya financiado por un Gobierno local que -a su vez- está refinanciado por el Gobierno central, esto es, por el Estado del que se aleja la locomotora.

Senado¿Qué pasajeros va recogiendo este tren según recorre la sociedad de Catalunya? Un somero análisis social nos indica que la ciudadanía catalana (en la que todavía no han surgido enfrentamientos ideológicos verdaderamente graves) se encuentra fraccionada y un tanto difuminada. Simplificando mucho el análisis, tendríamos una ciudadanía partidaria en gran parte de cambiar sustancialmente el statu quo actual y en la que encontraríamos una primera minoría, hiperactiva e independentista, que incluye las citadas corrientes «antisistémicas»; convive con una segunda minoría -más amplia- partidaria de una «desconexión» que podríamos considerar neo-federal, en busca de un modelo federal o -incluso- confederal, implicando ambas posturas una revisión sustancial de la Constitución española.

A estas dos minorías, que sumadas nos darían según las últimas encuestas una cifra aproximada del 35% de los votantes potenciales en un referéndum institucional (que no plebiscito, aunque la convocatoria actual pueda interpretarse en este segundo sentido), se superpone un amplio estrato de votantes que, apoyados en una larga lista de agravios reales o ficticios, han asumido la necesidad de reformar a fondo las relaciones con el Gobierno central, aunque sin detenerse mucho en los formalismos. Y todavía nos falta una tercera minoría que apenas ve la necesidad de un cambio profundo en la situación institucional anterior a la convocatoria del referéndum y, en consecuencia, menos aún de un replanteamiento constitucional. Para ella las prioridades son fundamentalmente económicas y encajan en el actual modelo autonómico, bastando con satisfacer algunas demandas de inversión, recaudación y menores aportaciones a la caja centralista.

Dándole vueltas este escenario, me atrevería a afirmar que una mayoría de la ciudadanía catalana es partidaria en estos momentos de una revisión constitucional, que conlleve un cierto grado de «desconexión» respecto a las decisiones políticas y económicas tomadas por la Administración central. No merece la pena discutir las causas y la racionalidad, para algunos irracionalidad, del distanciamiento. Mi impresión es que este rechazo ya es un hecho, más aún, un sentimiento, que se está instalando en una parte cada vez mayor de la sociedad catalana por encima de cualesquiera clasificaciones en mayorías/minorías y explica la razón por la cual muchos ciudadanos con derecho a voto, no siendo partidarios del ‘SÍ’, no estén dispuestos a votar un ‘NO’ que implicaría mantener unas relaciones con ‘el Estado’ que consideran de alguna manera caducas y, aún más determinante, un lastre para el futuro de Catalunya.

maniercValgan de introito descriptivo los párrafos anteriores y volvamos a la Diada. Tras almorzar en una cafetería cercana a un punto de encuentro prefijado, mi mujer y yo nos incorporamos a un grupo de unas diez personas, todas ellas amistades de clase media cercanas a una gran amiga nuestra. De acuerdo con la clasificación antes expuesta, la mayoría de ellas se encontraría entre los partidarios de una ‘desconexión’ de carácter federal o confederal. Nos situamos en el cruce de Paseo de Gracia con Aragón a la espera de la conmemoración a las 17:14 del aniversario y, después de que ésta tuvo lugar, nos retiramos sobre las 18:00 camino de la casa que nos ofreció un matrimonio del grupo para que comentáramos la jornada, acompañados de una copa de refrescante cava. Por cierto, en nuestras cercanías no hubo provocaciones de ningún tipo o situaciones de tensión y todas las exteriorizaciones se redujeron a abucheos contra los helicópteros de vigilancia, unidas a las constantes peticiones de independencia y votar a favor del ‘SÍ’.

Una primera impresión fue la de haber participado en una convocatoria en principio de carácter ‘sociabilizante’, pero que había sido instrumentalizada políticamente y a posteriori por las tendencias separatistas, un hecho que, resalto, estaba plenamente asumido por los participantes mayores de edad (pues también había un buen número de niños y jóvenes), lo cual explicaría en parte una menor concurrencia. Pero más allá de esta primera impresión, vinieron las conversaciones y los debates con diversos miembros del grupo, todos ellos buenos conocedores, algunos de primera mano. de la política catalana y sus entresijos.

Como la extensión de este artículo está limitada, me ceñiré a comentar que todos mis interlocutores estaban persuadidos de que iba a tener lugar algún tipo de confrontación institucional con el Gobierno central, convencidos de la incapacidad genética de este Gobierno conservador para ofrecer una salida negociada a la situación. Curiosamente, la sensación que transmitían era la de una preocupación despreocupada, un cierto desapego, como si ‘las cosas de Madrid’ no fueran con ellos. Veían la ‘desconexión’ (colándose la palabra ‘independencia’ cada dos por tres en la conversación), como una consecuencia inevitable a medio plazo, independientemente de las medidas coercitivas que pudieran tomarse ‘desde Madrid’. El referéndum supondría sólo un hito más, tuviera lugar o no.

IndependenceDesde esta perspectiva no se planteaban un análisis de Estado, ni se detenían a pensar en las consecuencias que una aplicación del Artículo 155 o de la Ley de Seguridad Nacional traería consigo: un debilitamiento institucional y, con él, de la convivencia democrática en general. La posibilidad de llegar a la proclamación de una República catalana fue tomada en consideración con cierta ligereza, sin profundizar en las secuelas (¿declaración del estado de excepción?). Y dejaré aquí la narración de aquel 11.09, al que quizás en otra ocasión me vuelva a referir.

Como siempre ocurre cuando uno vive y relata situaciones que pueden ser consideradas como simples sumas de anécdotas, resulta fácil no tomarlas muy en cuenta o simplemente desecharlas. No ha ocurrido así en mi caso y tanto la fecha como las conversaciones me han quedado muy presentes a la hora de reflexionar sobre la situación planteada en Cataluña.

Llegado este punto me doy cuenta de que el título subyace al texto escrito, pero apenas si emerge en algún párrafo. Caso de que este artículo, quizás ligero de cascos ideológicos y análisis sociales profundos tenga buena acogida, podría tener una segunda parte, esta vez incorporando algunas consideraciones tácticas y estratégicas acerca de la inevitable reforma constitucional que arrastra esta situación sin aparente salida negociada, una coyuntura a la que nos ha llevado la ineptitud -a menudo flagrante- de nuestros dirigentes.

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