Nadie se ha acercado a Zenón sin intentar refutarlo, y todo siglo piensa que valdría la pena hacerlo realmente. Alfred North Whitehead
Me propongo hablar en estas líneas de Zenón de Elea (490-430 aC). Es un pensador del que sabemos poco como sucede con otros muchos filósofos presocráticos. El tiempo aniquila datos hasta dejar a esas figuras apenas entrevistas en la penumbra; no obstante, lo poco que ha llegado hasta nosotros es sencillamente apasionante.
Como en el caso de otros pensadores sólo conocemos de su obra algunos fragmentos que además siguen conservando, pese al paso del tiempo, un carácter enigmático.
Fue discípulo de Parménides y casi todo lo que conocemos de él nos lo han ido legando pensadores y polígrafos posteriores. Una parte de su atractivo es, con una enorme inteligencia, atreverse a poner en solfa, por ejemplo, la pluralidad de los entes o el movimiento.
El presente es un espejo en el que se refleja el pasado. El futuro puede vislumbrarse más allá de los mares y de lo que tenemos delante de los ojos.
Cada época, cada momento histórico ha tenido su forma, su manera de recepcionar el pensamiento griego. En algunos momentos ha predominado un dejarse llevar por los lugares comunes y, en otros, el interés se ha focalizado en uno o varios aspectos determinados. En la actualidad, el desinterés hacia todo lo que no sea lo inmediato, ha significado que el legado griego haya ido desapareciendo de los planes de estudio y se haya refugiado en círculos reducidos y especializados.
De Zenón de Elea lo ignoramos casi todo, no obstante, lo que hemos ido averiguando merece la pena con creces. Fue admirado y citado por pensadores de la talla de Platón y Aristóteles. El estagirita lo considera, nada menos, que el ‘fundador de la dialéctica’, entendida como arte de refutar.
En este pensador eleata todo es excesivo, inabarcable, recargado, barroco. Sabe sumergirse en la ‘unidad del ser’ negando la pluralidad, las apariencias con ingenio, pasión y rabia. Es un seductor que juega con la precisión de la palabra como pocos.
Zenón de Elea es, desde mi punto de vista, un pensador sin domesticar. Fue un estudioso iniciado en los misterios pitagóricos que intuye que adentrarse en la visión matemática del mundo, puede ser no sólo hipnótico sino adictivo.
Sabe estar a la altura de las circunstancias. Ha asimilado la fuerza de los conceptos, el ‘logos’ y deja atrás, desdeñosamente, las supersticiones y las visiones irracionalistas. Adquiere un compromiso con el rigor analítico.
La Naturaleza no le interesa en exceso. Vislumbra que es una barcaza que las sales del tiempo van desguazando. Por eso, se dedica a perseguir lo inmutable, lo que no está sujeto al cambio, lo que perdura, lo que permanece. Es admirable que se adelantara a aspectos significativos del cálculo infinitesimal y de la física cuántica.
La mente de Zenón de Elea es intrincada y profunda. Para atacar y poner de manifiesto que los cambios que se operan, que las apariencias no son reales, recurre a las paradojas y aporías.
La palabra ‘paradoja’ es hermosa. ‘Para’ quiere decir más allá, que transciende y ‘Doxa’ opinión, nunca verdad. Por tanto, paradoja es lo que va más allá de la opinión. Las suyas son explicaciones y razonamientos lógicos y racionales.
Para Zenón la realidad es una y las apariencias múltiples. Aquiles, el de los pies ligeros, no alcanzará nunca a la tortuga o la flecha lanzada por el arquero no alcanzará nunca el blanco, aunque la experiencia nos diga lo contrario.
¿Por qué? Para que Aquiles alcance a la tortuga ha de recorrer primero un trecho, luego la mitad de ese trecho, después la mitad de la mitad… y así, las infinitas mitades harán imposible que el hombre más veloz alcance al galápago más lento.
La experiencia dice lo contrario, por lo tanto, estamos ante dos opciones. Una doble vía de acercamiento a la realidad y sólo una de las dos puede estar en lo cierto.
Han transcurrido siglos. En todos ellos matemáticos y filósofos han intentado refutar las paradojas. Ninguno lo ha conseguido. He ahí, su grandeza.
No pocos historiadores de la Filosofía y divulgadores han fracasado una y otra vez a la hora de descubrir donde radica el punto débil en sus ‘aporías’. Lo suyo son razonamientos cuya conclusión lógica es un juicio contradictorio y así no hay manera. Es una trampa. La solución racional no se vislumbra. Pasan los siglos y el dilema no se resuelve.
Platón y, sobre todo, Aristóteles se ocuparon de él. Se sintieron atrapados por sus contradicciones dialécticas. El primero las aborda, con cierto detalle, en el Diálogo Parménides. Aristóteles lo considera el ‘inventor de la dialéctica’. Diógenes Laercio, por su parte, nos habla de él en su Vidas y opiniones de los filósofos ilustres. Advierte algo muy interesante e inteligente, que su agudeza o destreza se pone de manifiesto, especialmente, a la hora de ver los dos frentes, las dos caras de cada cuestión o dilema.
Zenón fue un pensador influyente. Sin ir más lejos, ejerció un influjo sobre los atomistas Leucipo y Demócrito, es decir, sobre los materialistas de la antigüedad. Las antinomias de Zenón ocupan, nada menos, que las últimas páginas del Parménides, especialmente las relativas al movimiento y al tiempo.
Resulta, sencillamente sorprendente, que sus intuiciones estén presentes en los razonamientos y estudios de Gottfried Leibniz e Isaac Newton. Aunque desde mi punto de vista, lo que hace el espíritu riguroso y burlón de Zenón, es utilizar las matemáticas de forma instrumental al servicio de sus paradojas y aporías.
Sobre Zenón de Elea ha escrito páginas brillantes y acertadas Daniel Kolak. La senda matemática es para el presocrático un instrumento, un camino que pone al servicio de la defensa de los postulados de su maestro Parménides. Tras las apariencias que actúan como un velo, como una cortina se oculta ‘la realidad del ser’.
El filósofo presocrático juega intelectualmente, una y otra vez, con una circunferencia partida en dos mitades. Zenón de Elea es un personaje nebuloso que se mueve entre la historia y la leyenda. Se ha dicho de él que se enfrentó a un tirano, no está claro a cual, pues se citan varios y hasta que murió torturado a causa de su participación en una rebelión.
Es algo más que el discípulo predilecto del fundador de la Escuela Eleata. Sus paradojas siguen sin resolverse y motivarían, sin duda, una sonrisa irónica y hasta un poco suficiente de Zenón… os dejé unos problemillas para que los resolvierais y habéis sido incapaces, hasta ahora…
Estoy convencido de que Protágoras, un pensador potente, democrático y que pertenece a la primera etapa de la sofística, cuando construye argumentos contradictorios, mostrando el haz y en envés de las cosas está, aunque indirectamente, rindiendo un tributo de admiración y reconocimiento a Zenón de Elea.
El espíritu burlón de Zenón gusta recurrir a la utilización de la reducción al absurdo, lo que le da un inequívoco aire de modernidad.
En la Toscana existe una tradición que, con alguna que otra variante, se da en otros lugares. En Pisa, por Navidad, se sacan los regalos que no nos gustan y que consideramos feos o inútiles y se rifan. Me parece interesante el nombre que se da a esta costumbre ‘la tómbola de las porquerías’.
Quizás en este presente sin valores, estemos desprendiéndonos, como de trastos viejos, del pensamiento de los filósofos de la antigüedad. Solo que en este caso los torpes, los necios y los inútiles somos nosotros mismos y ‘las porquerías’ son nuestra incapacidad para entender un pasado que puede ayudarnos a orientarnos en el presente y hacernos más conscientes y críticos.
De Zenón de Elea puede decirse mucho más. Me ha parecido, sin embargo, preferible presentarlo como una suma de interrogantes… porque quizás eso mismo constituya un estímulo para pensar y repensar sus paradojas y aporías… hasta que llegue el momento de encontrar una solución a lo que parece no tenerla.