Las mil y una Odiseas alrededor de la Via Po de Turín: historia de un confinamiento.
'El placer que uno siente viajando por su habitación está libre de la envidia inquieta de los hombres; es independiente de la fortuna'. Xavier de Maistre
La capital del Piamonte ha sido golpeada por el COVID-19 con una agresividad tal que tiene confinados a sus más de dos millones de habitantes en sus casas como, por otra parte, está sucediendo en otras ciudades de Europa. El orgullo de sus moradores está sufriendo una virulenta conmoción. Hay que recordar que la ciudad de Turín después del Risorgimento fue la capital del Reino de Italia durante el breve período de 1861 a 1865, título que luego pasó a Florencia para acabar definitivamente en Roma. Y ese orgullo tiene asiento en el hecho de que no solo es la sede de la industria automovilística del país con FIAT, Alfa Romeo, Lancia y Maserati, sino que además alberga la misteriosa Sábana Santa en su bellísima Catedral Metropolitana de San Juan Bautista. Asimismo, para regocijo de golosos impenitentes, produce los exquisitos gianduiotti, bombones rellenos de avellana que nacieron con ocasión del carnaval de 1865. Por supuesto, también se sienten honrados por la festividad de su Carnaval que, si bien, es muy sentida en toda la región en la capital se reviste de una grandiosidad espectacular protagonizada precisamente por el personaje que da nombre a las citadas chocolatinas, Gianduja. Por ello, su suspensión a causa de las actuales circunstancias amenaza con colocar a los turineses al mismo borde de la depresión.
Para más señas en la ciudad del Po han nacido celebridades que van desde el artífice de la unidad italiana, el conde Cavour, hasta el que fue su primer rey, Víctor Manuel II, pasando por nuestro desangelado Amadeo I, dos premios nobel de medicina o la proteica Carla Bruni, sin olvidarnos, por supuesto, del filósofo y escritor Primo Levi que dejó una crónica demoledora de su paso por los campos de exterminio de la Segunda Guerra Mundial. Esta sucinta lista se puede enriquecer sobremanera con aquellos que en algún momento de sus vidas decidieron fijar su residencia en ella entre los que se cuentan los escritores: Umberto Eco, Edmondo de Amicis, Italo Calvino, Cesare Pavese, o Emilio Salgari, y toda una colección variopinta de personalidades tales como los filósofos Antonio Gramsci, y Friedrich Nietzsche, el fundador de los Salesianos, Juan Bosco, o los siniestros Cesare Lombroso y Vilfredo Pareto, criminólogo el primero y sociólogo protofascista el segundo, y, para terminar, cómo no, el mediático y polémico futbolista Cristiano Ronaldo. Cuesta, pues, creer que el pórtico de los Alpes, como se la suele llamar con almibarada pomposidad, en estos días se haya convertido en una ciudad fantasma que nos traslada a la Turín de la segunda mitad del siglo XVII, durante las periódicas epidemias de peste que hicieron necesaria una obra radical de saneamiento de la Contrada di Po.
La ampliación urbanística acometida por los Saboya dio como resultado la actual Via Po , arteria principal del barrio de Borgo Nuovo, que con la posterior incorporación de sus pórticos y su singular recorrido oblicuo dan al centro histórico su cautivadora fisonomía. Bajo los encantadores soportales se abren al visitante numerosas tiendas con librerías y puestos de venta de libros de segunda mano. También en ella se sitúa la sede de la Universidad, fundada en 1404, y, por supuesto, el legendario Caffè Fiorio, lugar de reunión de intelectuales y políticos durante el siglo XIX. El local abrió sus puertas en 1780 y muy pronto se convirtió en el centro de la vida social de la ciudad siendo frecuentado por Nietzsche, Cavour, D’Azeglio, Prati o Tomas di Lampedusa, por citar solo a algunos de los personajes que habitualmente se sentaban a sus mesas. Pero por sorprendente que sea, el objetivo de nuestro periplo no busca estos rincones, pasto de turistas y curiosos de tour operadores de ocasión. Nuestro empeño es otro. No lejos de aquí, en la misma calle y bajo los mismos pórticos hay un inmueble que no se incluye en las guías turísticas y que para nosotros, dadas las insólitas circunstancias por las que pasamos, despierta más interés que todo lo demás. Nos referimos a aquel donde se conserva la estancia en la que un lejano invierno de 1794 se hospedaba el joven noble saboyano de lengua francesa y oficial del ejército, Xavier de Maistre, y que allí escribió un fascinante librito titulado ‘Voyage autour de ma chambre’ (Viaje alrededor de mi habitación). Lo confinó en ella la autoridad militar por haberse batido en duelo tras un escándalo de faldas. Su arresto domiciliario tuvo la duración de cuarenta y dos días que aliviaron en cierta medida su querida perrita Rosine y su criado Joannetti y algo más… Sin la posibilidad de viajar geográficamente emprenderá un viaje mental dejando vagar su imaginación caprichosamente y plasmará sus divagaciones sin mayores pretensiones en cuarenta y dos capítulos autobiográficos, uno por día. En ellos hará alusiones al sanctasanctórum donde cumple su encierro por lo sabemos que este se encuentra en la ciudad del Po cuando escribe en el capítulo XXXIX que: ‘los rayos del sol tocan la cima del monte Veso, o Viso, que se encuentra a unos 60 km al suroeste de Turín’ y también en el capítulo XXIX nos informa de que la acción tiene lugar durante el Carnaval. A su vez nos da cumplida información de las dimensiones de su celda y del modo de proceder en sus andanzas: ‘Mi cuarto (…) forma un cuadrilátero que tiene treinta y seis pies de perímetro.
Mi viaje tendrá más, no obstante, de esta dimensión, porque lo atravesaré con frecuencia de una punta a otra, o bien diagonalmente, sin sujeción a regla ni método. Hasta haré zigzags y recorreré todas las líneas posibles en geometría si la necesidad lo exige.’
La admiración literaria que siente por el ‘Viaje sentimental’ de Sterne le lleva a parodiar el estilo de los libros de viajes tan populares en el siglo XVIII. Por eso, si hay un libro con el que podemos relacionar el de nuestro autor es, sin duda, El Quijote. No solo en su diatriba contra los libros de caballería y en la desmitificación de los géneros literarios que realiza sino en ese viaje iniciático más allá del físico de nuestro Alonso Quijano. No en vano el aliento del Caballero de la Triste Figura late con fuerza en las páginas del ‘Tristram Shandy’ del maestro Laurence Sterne. De tal manera que de Xavier de Maistre podemos decir lo mismo que Nietzsche dice del novelista irlandés cuando escribe que es ‘el escritor más libre de todos los tiempos’, y ‘el gran maestro del equívoco… éste es su propósito, tener y no tener razón a la vez, mezclar la profundidad y la bufonería… Hay que rendirse a su fantasía benévola, siempre benévola’. Porque si una virtud tiene la inflamada imaginación de De Maistre es su bondad y, hasta cierto punto, su ingenuidad franca en esas vueltas que da en su cuarto, al conversar con su criado, y, sobre todo, consigo mismo, cuando reflexiona sobre la vida, el arte, el amor, la literatura… De modo que, burla burlando, sin grandilocuencia alguna, con absoluto desparpajo y ligereza, va a irnos metiendo en disquisiciones de mayor calado. Por ejemplo, cuando escribe: ‘El gran arte de un hombre de genio es saber educar bien a su bestia para que pueda ir sola, mientras que el alma liberada de esta penosa relación, puede elevarse hasta el cielo’
Estableciendo así la división entre esas dos categorías (‘alma’ y ‘bestia’) que todos llevamos dentro. La ‘bestia’, pues, es la que sufre el cautiverio castrante entre las cuatro paredes de su cuarto mientras que el ‘alma’ ha iniciado ya su infatigable vuelo a la trepidante velocidad de la luz. De tal manera que la dicotomía/paradoja que nos enseña De Maistre es la del ‘viaje inmóvil’ en elocuente oxímoron a través de las libres asociaciones de los objetos que encuentra en su mesa de trabajo, en los cuadros de las paredes o en los libros de su biblioteca. Hecho este que lo señala como precursor del método terapéutico del simpar Sigmund Freud mucho antes del nacimiento del psicoanálisis y, por ende, del Movimiento Surrealista francés de André Breton. Quizá otro ejemplo más del impredecible Efecto mariposa. Como si de un nuevo Homero se tratara el joven militar horada la ceguera de sus ojos truncados por las paredes con los ojos de la imaginación y con ella abre nuevas ‘puertas a la percepción’ en feliz expresión huxleyana. Por ejemplo, cuando ve un cuadro recuerda un viejo amor, o si contempla las reproducciones de unas pinturas hace disquisiciones sobre arte, o hace una digresión sobre historia de la literatura universal como si viajara por un país extraño…. Primero la curiosidad y luego el asombro, o viceversa. La mirada del recluso no se detiene ante nada…
Sorprendente tsunami para tan discreta obrita que tenemos la fortuna de disfrutar, primero, gracias a la pasión que despertó en el hermano mayor de De Maistre, y, después, en el omnisciente Jorge Luis Borges. El primero, Joseph de Maistre, porque pese a ser un irredento político del más recalcitrante reaccionarismo, tuvo la sensibilidad suficiente como para entender que tenía en las manos una pequeña obra maestra y, que por ello, corrió a cargo con su impresión contra viento y marea. El segundo, porque con el olfato de gran lector que le caracterizaba hizo una referencia a ella en su archiconocido cuento ‘El Aleph’. En este rescata algo que el turinés ya había barruntado en su celda de plomo cuando así escribe en su capítulo XXXVII: ‘Desde la última estrella situada más allá de la Vía Láctea, hasta los confines del Universo, hasta las puertas del caos, he aquí el vasto campo por donde paseo a lo largo y ancho, y con toda tranquilidad, pues carezco por igual de tiempo y de espacio’. Dicho con otras palabras, desde nuestro cuarto sin salir de casa, nos ha sido dado el gran don de ver la simultaneidad del Universo. Y eso es precisamente lo que la pequeña esfera tornasolada que Borges llama el aleph tiene la potestad de conseguir. Así que la inocente bromita literaria que De Maistre concibió en su encierro tiene tal valor anticipador que lo convierte en un auténtico visionario. Quizá entronque sin saberlo con la vida/obra del gran filósofo Immanuel Kant que sin moverse tampoco de su ciudad natal, en otra suerte de confinamiento, observó todo el orbe desde la mirilla de su escritorio y diseñó un sólido edificio intelectual sin fisuras con la meticulosidad matemática con que una paciente araña teje su escrupulosa tela lo que hizo escribir a nuestro Antonio Machado:
‘¡Tartarín de Koenigsberg!/ Con el puño en la mejilla, / Todo lo llegó a saber.’
Así pues, además de ofrecernos una parodia amable de la literatura de viajes la modernidad de la novela ya preludia también el interés romántico por la expresión de la individualidad. Y en ese deambular por su celda, como los filósofos peripatéticos de la antigüedad o los futuros flâneurs baudelaireianos, ya intuía el vaivén moderno entre la automatización, y el juego: ‘Por eso, cuando viajo por mi cuarto, difícilmente sigo una línea recta’. Le movía una poética del vaivén como bien la define Enrique Vila-Matas. Sin sospecharlo siquiera estaba abonando el terreno para que nuestro viaje contemporáneo fuera una sucesión infinita de odiseas de la Vía Po turinesa como bien documentó Joyce en su ‘Ulises’.
Por tanto, a partir de ese momento el librito de marras se va a convertir en una especie de fértil y caudaloso baedecker del que van a fluir un sinfín de viajes imaginarios. A saber: el ‘Viaje a donde se os antoje’ de Musset y Sthal, con el dibujante Johannot, el ‘Dr. Jekyll and Mr. Hyde’ de Stevenson, el Oblómov encamado de Goncharov, el decadente Des Esseintes del ‘À rebours’ de Huysmans, el Cortázar de ‘La vuelta al día en ochenta mundos’ o el Onetti del retiro de su alcoba por quedarnos con los más conspicuos. La madalena de Proust, la cucaracha de Kafka y el desasosiego de Pessoa transitan también deportivamente la Via Po turinesa. Si bien el desenlace del atormentado Gregorio Samsa de ‘La metamorfosis’ le arrojará en una dirección mucho más fatídica, sin embargo; decididamente, eran otros tiempos ya.
De qué iba a imaginar el cándido Xavier de Maistre a pesar de su inconmensurable imaginación que su pequeño diario iba a catapultarle al éxito y asegurarle un lugar de excepción en la posteridad. Él que había tenido que abandonar su patria para ganarse los garbanzos como pintor de paisajes en San Petersburgo y que cuando ya en la ancianidad llegó a París se enteró de que era una auténtica celebridad. Allí supo que el encierro/aleph le había conectado con el Espacio Universal. Cuando el cautiverio llega a su término De Maitres objetiva su circunstancia como haremos nosotros cuando abandonemos nuestra cuarentena: ‘Heme aquí preparado; mi puerta se abre; deambulo bajo los espaciosos pórticos de la Vía Po; mil fantasmas agradables revolotean ante mis ojos. Sí, aquí está este hotel, esta puerta, esta escalera, me estremezco de antemano’. Pero ya nunca será lo mismo. Seguro que un inesperado síndrome de Estocolmo nos invadirá de los pies a la cabeza como el que debió estremecer a nuestro candoroso iluminado y nos servirá para saber que esta experiencia ya para siempre alumbrará nuestro futuro. Habrá significado un salto mental, un punto de vista inédito que nos abrirá la posibilidad de ver las puertas del caos y la simultaneidad del Universo. El asombro, en definitiva, de ver más allá. O eso espero.