Una aproximación al pensamiento ferrateriano y a La Escuela de Filosofía de Barcelona
El tiempo la simiente hace madura Leopoldo de Luis
Dedico estas reflexiones a la memoria de J. Ferrater Mora porque se lo merece. Su mirada fue siempre universal y amplia, alejada de una visión estrecha, provinciana y alicorta. Su figura es prácticamente desconocida para muchos, porque perteneció a esa pléyade de españoles republicanos exiliados, que tantos frutos dieron al pensamiento, a la creación y a la ciencia, en una época de oscurantismo, en donde, por lo que a la filosofía se refiere, dimos centenares de pasos atrás, instalándonos en un escolasticismo hueco y vacio al margen del pensamiento europeo.
I. El pensamiento ferrateriano: algunas de sus claves
Durante toda su vida tuvo una amplia visión y sus inquietudes intelectuales se nutrían de diversas fuentes. Fue profesor de Filosofía, filósofo, ensayista, novelista, experto en cinematografía y guionista de varias películas. Ante todo fue un hombre inquieto que le gustaba sintetizar e integrar múltiples saberes y que tenía como eje central de su pensamiento un enfoque trans-disciplinar capaz de poner en conexión conocimientos muy diversos e incluso contrapuestos.
Creía en los valores republicanos. Tuvo un firme compromiso, desde la proclamación de la Segunda República con la España progresista, democrática y modernizadora.
En su pensamiento es patente la influencia de Joaquín Xirau, finalizada la Guerra Civil se vio forzado a emprender un largo exilio que le llevó a universidades francesas, cubanas y chilenas y tras la Segunda Guerra Civil Europea a Estados Unidos donde estuvo muy vinculado a grupos de intelectuales españoles entre los que destaca el ensayista y poeta Pedro Salinas. En nuestro país el reconocimiento de su formidable obra intelectual fue cicatero y tardío. En 1983, tras la muerte del dictador y la recuperación democrática, le fue concedido el Premio Príncipe de Asturias de Humanidades, en atención a sus aportaciones a la Filosofía.
Ferrater Mora piensa que no existe ninguna separación tajante entre el «mundo natural» y el «mundo social». Por el contrario, entre ambos se establece un «continuo» con influencias recíprocas y constantes intersecciones.
Para él existen «deberes técnicos», «deberes sociales» y estos, bajos determinadas condiciones, se convierten en «deberes morales». Una pura razón práctica sin un sentido moral arraigado en nuestra realidad bio-social y socio-cultural, sería vacía y sin sentido.
Tal vez, por eso, su filosofía se ha llegado a denominar «integracionismo dialéctico», pues para él la nutriente biológica culmina en lo cultural-histórico. Su método filosófico, es conocido como «Integracionismo», porque se propone unir o vincular sistemas opuestos de pensamiento, aparentemente irreductibles (naturaleza-razón, ser-devenir etc.). En su estructura o andamiaje lo biológico asciende hacia el nivel social y luego el cultural.
Quizás su obra más conocida sea el Diccionario de Filosofía, publicado por primera vez en México, pero tiene en su haber una vasta obra a sus espaldas. Es digno de señalarse, que siendo el catalán su lengua materna, no renunció a expresarse en este idioma en algunas de sus obras emblemáticas. Sirva esto de ejemplo para quienes se enfrentan, esterilmente entre dos nacionalismos ramplones, uno catalanista y otro españolista. Así publicó en 1944, en Santiago de Chile, Les formes de la vida catalana, que muy pronto fue traducida al castellano; en 1955 Reflexions sobre Catalunya y por no citar más que un último ejemplo La filosofía en el món d’avui. En lo que se dio en llamar el exilio interior, Les formes de la vida catalana, ejerció una notable influencia, pues consideró la actividad cultural en Cataluña desde una perspectiva filosófica.
Desde hace muchos años en que lo descubrí, soy un lector asiduo y un admirador de Ferrater Mora. No es posible hablar, en tan corto espacio, más que de tres o cuatro de sus obras. Citaré las que más me han aportado: Unamuno, bosquejo de una filosofía, en la que adelanta algunos puntos de vista sobre don Miguel después, muy traídos y llevados por unos y por otros. El hombre en la encrucijada; El ser y la muerte: bosquejo de una filosofía integracionista y Cuatro visiones de la Historia Universal: San Agustín, Vico, Voltaire y Hegel. Sus páginas sobre Voltaire y Hegel, me parecen espléndidas y relevantes.
II. La Escola de Filosofía de Barcelona
Es interesante poner de manifiesto que recibe este nombre un grupo de filósofos catalanes, vinculados, de una u otra forma, a la Universidad de Barcelona, que escriben, indistintamente en catalán y en castellano. Quien primero utilizó esta denominación fue José Gaos en su obra Filosofía mexicana de nuestros días, escrita en su exilio en el país centroamericano.
Conviene exponer, brevemente, de dónde surge y cómo evoluciona «La Escuela de Filosofía de Barcelona». La II República, entre sus múltiples logros, tuvo el de dar carta de naturaleza a la autonomía universitaria. Es en el exilio dónde este pensamiento adquiere unidad y establece unas características taxonómicas y definitorias. Podemos señalar a cuatro pensadores que constituyen, probablemente, los cimientos del edificio: Jaume Serra, que fuera vicepresidente del Parlamento de Cataluña, J. Ramón Xirau, Eduard Nicol y fundamentalmente, Ferrater Mora. Asimismo, con «La Escuela de Barcelona» se vinculan Luis Farré, especialista en Heráclito y Juan-David García Bacca. Me parece que es interesante destacar su deseo de interdisciplinariedad y de considerar los distintos saberes como materias complementarias de un único tronco. Igualmente, merece la pena destacar como un vínculo común sus análisis fenomenológicos y sus aplicaciones del método de Husserl.
No sólo hubo un exilio sino que cada vez más merece la pena hablar de «exilio interior». Es preciso valorar, en este sentido, los esfuerzos realizados por el «Club Xirau» en condiciones de extrema precariedad, lo que convierte sus logros intelectuales y culturales en verdaderas hazañas. Cabe citar, entre los más destacados integrantes de ese círculo, a Pep Calsamiglia y Jordi Maragall, padre de Pascual Maragall. En una etapa posterior, es imprescindible hablar de Eugenio Trias y de Xavier Rubert de Ventós, Diputado Socialista en las Cortes Generales, dos de las figuras más destacadas de la Filosofía del último tercio del siglo XX.
Es una tarea, sin duda apasionante e imprescindible, recordar lo que han significado movimientos como «La Escuela de Barcelona». Habría que traer a la memoria, asimismo, «La Escuela de Madrid», término acuñado por Julián Marías y en la que Ortega y Gasset, influyó de forma decisiva. Pertenecieron a la misma, entre otros, García Morente y María Zambrano. Es perceptible en ella el aroma y el estilo de la Institución Libre de Enseñanza. Es de lamentar que los integrantes, tanto de «La Escuela de Barcelona» como los de «La Escuela de Madrid» no tengan hoy el reconocimiento que merecen, tanto por su coraje cívico como por su colosal labor intelectual y cultural.
Las someras reflexiones dedicadas a «La Escuela de Barcelona de Filosofía» son hoy más necesarias que nunca.
Creo que el, tantas veces anunciado por los agoreros, choque de trenes, puede y debe evitarse. Para ello, hay que otorgar protagonismo a la política, que es negociación, reconocimiento mutuo, capacidad de compromiso y búsqueda de soluciones, incluso cuando las posiciones parecen más enconadas.
No pasaría nada por el reconocimiento de Cataluña como nación cultural y por rendir un homenaje de admiración al mundo del exilio dando el nombre de una calle, de un colegio, de un IES o de un espacio cultural en Madrid, a un miembro de «La Escuela de Filosofía de Barcelona», por ejemplo, Ferrater Mora.