noviembre de 2024 - VIII Año

Sidi Bou Said, una joya en la orilla del Mediterráneo

Escala obligada de turistas, ha sido lugar de espiritualidad elegido por venerados místicos y refugio de artistas como Paul Klee, Maupassant, Simone de Beauvoir, Sartre o Le Corbusier.

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El Mediterráneo guarda lugares sorprendentes. Uno de esos sitios se encuentra a pocos kilómetros de la histórica ciudad de Cartago. Es el espléndido pueblo de Sidi Bou Said. Frecuentado en la actualidad por numerosos turistas, ha sido en diversas épocas punto de encuentro de místicos, pensadores, músicos, escritores, cineastas y artistas plásticos. Por este motivo, atesora un estimable acervo cultural forjado desde la Edad Media hasta nuestros días.

Encaramado en una atalaya natural sobre el golfo de Túnez, su privilegiada localización permite contemplar La Goulette, el Cabo Bon (donde se libró una señalada batalla naval en la II Guerra Mundial) y las montañas del Atlas Telliano. Diríase que la luz, el color y la magia del Mediterráneo se hubieran congregado en Sidi Bou Said. Sus fachadas encaladas de un blanco impecable, así como sus musharabiyas (ventanas con celosías), rejas forjadas o vistosas puertas claveteadas recubiertas de un añil característico, compiten con el sol y el mar para proporcionar a la villa una luminosidad que atrapa a quienes se dejan seducir por su singular belleza.

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Sidi Bou Said

En tiempos de Anibal fue sólo una torre construida para vigilar la costa. Djebel el Manar o Montaña del Faro era su nombre cuando en las postrimerías del siglo XII, siendo ya una ciudadela, llegó un morabito o místico llamado Abu Saed. Meditación, espiritualidad y debates teológicos hicieron de este paraje un centro de retiro para numerosos y venerados ascetas. Sobre la tumba del santón se construyó en su día un mausoleo. Aquí se puede degustar bamballoni, una especie de churro que venden en la entrada del santuario. Cuentan también las crónicas que finalizada la Reconquista en la península ibérica, algunos musulmanes del extinto al-Andalus comenzaron en Sidi Bou Said una nueva vida.

A partir del siglo XVIII familias notables y pudientes erigieron aquí sus residencias de verano. Más tarde, a finales del XIX, la localidad adoptó el nombre del místico sufí. Pero si este lugar mantiene hoy intacta su personalidad se lo debemos al barón Rodolphe d´Erlanger, pintor y musicólogo especialista en música árabe, que en 1912 se estableció en Sidi Bou Said. El barón se convirtió pronto en un activista a favor de conservar el pueblo con su aspecto más tradicional. En 1915 consiguió que se promulgara un decreto para proteger la identidad y fisonomía de la villa de posibles agresiones urbanísticas e instaurar, así, sus distintivos colores azul y blanco con los que aún se decoran sus edificaciones.

La influencia de la familia d´Erlanger fue más allá. La nuera de Rodolphe, la baronesa Edwina, proveniente de una humilde familia norteamericana, conservó contra viento y marea el palacio Ennejma Ezzahra (Estrella de Venus) construido por su suegro. Un tesoro dentro de ese tesoro que es Sidi Bou Said. En su apogeo, perfumistas y modistos de París abrieron tiendas por estos lares para extranjeros adinerados, la mayoría franceses, que pasaban el verano en este rincón exclusivo de benévolo clima descrito por algunos como un Saint Tropez tunecino.

Aseguran que durante la última guerra mundial la baronesa fue amante del general alemán Rommel, el zorro del desierto, y que anduvo metida en tramas de espionaje. También que ésta ocultó los más valiosos objetos del palacio a los invasores. Asimismo, el ejército aliado trazó un círculo en sus mapas bélicos alrededor de Sidi Bou Said para que la artillería o la aviación no lo bombardearan. Tras la independencia de Túnez en 1956, el formidable palacio se transformó en un centro dedicado a la Música Árabe y Mediterránea que junto a la casa del rico comerciante Dar el Annabi son los dos museos que posee esta villa.

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Dejando a un lado estos avatares, reconocidos artistas e intelectuales escogieron Sidi Bou Said atraídos por la peculiar atmósfera que irradia esta población a orillas del Mediterráneo. El mismo ambiente con olor a jazmín, menta, miel o canela que captaron los pinceles de Auguste Macke, Giacometti y Paul Klee. En su emblemático Café des Nattes celebraron sus tertulias Oscar Wilde, Maupassant, André Gidé, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre o el arquitecto Le Corbusier. Otro famoso local es el Café Sidi Chabaâne, nombre de un prestigioso músico, místico y poeta que tuvo allí su zawiya.

En este lugar extraordinario todavía puede escucharse el célebre «maluf» de origen andalusí y caminado por sus sinuosas callejuelas empedradas, entre galerías de arte, tiendas de antigüedades, artesanía, marroquinería o venta de plata, es posible percibir la profunda huella de Túnez en la cultura mediterránea.

 

 

 

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