En los primeros años cuarenta era muy frecuente acudir a la biblioteca del Ateneo a preparar oposiciones, estudiar la carrera o demás… en realidad era otra forma de huir del enorme frío que hizo aquella década en la capital y que también llenó los famosos cafés de la época. Recordemos que el invierno de 1940 fue el más frío de todo el siglo veinte y que la calefacción era un sueño casi imposible. Pues entre todos aquellos que acudían a la biblioteca del Ateneo había una chica que no estudiaba, escribía, y encima era alta, rubia, elegante, coqueta y venía de Canarias aunque había pasado unos meses en Barcelona, más de uno iba a la biblioteca con el único propósito de ver a la misteriosa chica escribir.
En la biblioteca del Ateneo terminó Nada, y aconsejada por un joven periodista que también escribía allí, la mandó a un premio que se inauguraba, el Premio Nadal… semanas después la flamante editorial Destino mandó a un hombre de confianza a entrometerse entre los estudiantes de la biblioteca y «cotillear» sobre esa chica desconocida porque estaban tan entusiasmados con la novela que no se creían del todo la juventud de la escritora… pero se lo creyeron y le dieron el premio. Nació entonces el primer libro de una de las mejores escritoras del siglo, Carmen Laforet.