Si los criminales más interesantes pueden ser algo filósofos y todo el que decide pensar a profundidad sobre el dolor del mundo y la pobre condición humana, en algún momento, puede hacerse consciente de las traicioneras trampas de su mente; entonces pensar, sobre todo desde el sufrimiento, debe de ser una de las cosas más peligrosas de cuantas pueden emprenderse. Sin embargo, vivimos en un mundo donde incluso la anarquía y la afección mental están cuantificadas. Como diría el Joker, todo el mundo está tranquilo si las cosas marchan según lo previsto, aunque lo previsto sea una masacre.
El Joker, junto al Dr. Hannibal Lecter, uno de los más estremecedores villanos de la narrativa moderna; como antes sugería, sujetos que se pensaron en la realidad hasta territorios donde vieron de frente a sus criminales pulsiones. Lo anterior era algo que tenía más o menos claro, hasta que vi la versión dirigida por Todd Phillips y protagonizada por el extraordinario Joaquin Phoenix. Hasta ese momento, el payaso psicótico era para mí un filósofo criminal, tal vez un aspirante a ingeniero social. Luego de la película de 2019, además, era alguien cargado de razones y sentido de la justicia, a quien bien haríamos al pedirle perdón por todo el sufrimiento que el sistema insistía en causarle. Este es uno de los efectos perturbadores de la película: nos han hecho empatizar con quien clásicamente simbolizara la fuente de múltiples terrores nocturnos y diurnos.
En efecto, quien fuera un terrible perturbado creado para el universo de la industria-mitología de los héroes, con cierta inclinación velada por la interpretación hermenéutica, ahora resultaba desnudado ante espectadores que se doblegaban ante el engaño del que habían sido víctimas: enseñados desde niños a odiar y temer al débil que decide defenderse.
Los orígenes del personaje ya habían sido abordados en ocasiones anteriores, puede que con mayor acierto en Batman: The Killing Joke (1988), la magistral novela gráfica escrita por Alan Moore, dibujada por Brian Bolland y coloreada por John Higgins. A esta ‘tradición’ vino a sumarse la ‘acción interpretativa’ en el cine y la TV, cuyos capítulos son, en sí mismos, legendarios: la cátedra sentada por César Romero en la serie de 1966, el alegato estético de vanguardia hecho por Jack Nicholson en la película de 1989 dirigida por Tim Burton, la declaración política como compulsión sádica (la justicia codificada en el caos que da a cada quien su estadístico merecido) en el trabajo de Heath Ledger para la película dirigida por Christopher Nolan en el 2008 y la atemorizante desublimación represiva (a la manera de Marcuse) de Jared Leto para Escuadrón suicida, dirigida por David Ayer en el 2016 (quizá algo cercano a la novela gráfica de Brian Azzarello y dibujada por Lee Bermejo del 2008).
Interpretación
Y ahora tenemos el trabajo de Phoenix. Entre los interrogantes, por las implicaciones político-ideológicas en las distintas versiones del personaje, tenemos la cuestión de la ‘interpretación’ (en dimensiones filosóficas, no actorales), típico de productos culturales que no por industriales o por sus intereses comerciales llegan a despojarse enteramente de su original carácter contestatario. La ‘interpretación’ (recordemos a Gianni Vattimo y Santiago Zabala en Comunismo hermenéutico: De Heidegger a Marx, 2011) es el ‘programa político de la hermenéutica’ y uno de los problemas filosóficos y psicológicos de la emancipación.
Es decir, si existe debate acerca de un posible estatus del superhéroe moderno, aquel guerrero oscuro, conflictivo, psicológicamente inestable y clandestino (Batman y otros), como vehículo de una lectura alternativa de la realidad y el pensamiento (la ‘interpretación’ emancipada del personaje habitualmente enmascarado cuya ‘simbolización literal’ pretende reescribir por la fuerza una parcela de la realidad); pues entonces el reverso de ese guerrero, el Joker, logra darle la vuelta a tal debate. Porque aparece como una praxis filosófica que reivindica razones cargadas de justicia para una interpretación distinta del mundo, una donde la afección mental se relaciona con la industria cultural, con la debilidad del Estado y la impunidad desalmada de la que gozan los poderosos. El Joker ha ganado la controversia a Batman: la auténtica operación teórico-práctica contrahegemónica, librada al interior de las fronteras de la enfermedad mental generada por el maltrato infantil, la pérdida de lo público y la violencia social, es protagonizada por el espejo que devuelve una risa estridente, quien pretende subvertir el orden mediante una militancia activa en el caos.
¿Qué puede significar o extraerse, por ejemplo, de aquella portada de la revista Batman publicada por la DC Comics en abril de 2015? Una donde puede verse en extraordinaria ilustración a un Caballero Oscuro inmovilizado por unas cuerdas contra una silla de madera, mientras un psicótico Joker le impone una especie de máscara sanguinolenta con la sonrisa forzada por varias pinzas de cirugía alrededor de los labios rojos, hasta cuando el lector repara en que la careta blanquecina es la propia cara del payaso, que éste antes se ha arrancado a sí mismo, dejando los músculos y globos oculares al descubierto, para espasmo de los más sensibles. La escena parece querer convertir al propio Batman en villano, traspasándole la cara extirpada de su archienemigo, tal vez, revela la intención de un trastornado que quiere mostrar al contrario su particular ‘interpretación’ de la realidad (una especie de reversión del espejo). Pues bien, algo así ocurre en la película protagonizada por Joaquin Phoenix.
El héroe del cómic o el cine, así como sus enemigos, en tanto revestidos literalmente de su mismísima Carga Simbólica y administradores de una fuerza correctora que quiere apoyar un orden social u otro, son también una ‘explicación distinta’ del pensamiento acerca de las condiciones de existencia del ser y su posición en la materialidad. Además, frecuentemente enfrentados a la Verdad como institución hegemónica. Porque, aceptémoslo de una vez, el Joker es una acción crítica contra los relatos hegemónicos, una donde se ponen en entredicho los anudamientos desde los cuales percibimos los objetos sociales. La película evidencia lo anterior de varias formas: mí preferida, como fan de los cómics, es una revelación sobre la maldad oculta de la familia Wayne.
Un modelo social, como es conocido, puede tener una fundamentación metafísica: valores universales y verdades objetivas implantadas desde el poder según un sistema de normativas. Tenemos un ejemplo en aquella ciudad setentera norteamericana mostrada en la película, cuyas normativas televisadas a través de noticieros y programas de entretenimiento (donde el director contó con la altura de Robert De Niro), en algún momento, clasificaron a sus gentes desesperadas en privilegiados y payasos. Parte de la crítica opina que el referente estético de la historia es Taxi Driver de Martin Scorsese. Lo que ocurre inmediatamente después es que las ciencias del pensamiento implementan una investigación que ‘describe’ la sustantividad según o desde el punto de vista de esos edificios teóricos de naturaleza metafísica; lo que ayuda a fortalecer el modelo de sociedad que origina a cada sistema de pensamiento (la realidad va por delante de la psiquis social).
Desde la Filosofía política se extrae que la colectividad humana embarcada en procesos de emancipación (como la clase obrera [y sus descendientes] imaginada por Marx) se acercan más a posturas conectadas con la ‘interpretación’, que en Marx es un momento inmediatamente anterior a la transformación. Tal vez esto ayuda a comprender lo que ocurre al final de la película, cuando el Joker se convierte en una especie de líder popular renacido que resulta exaltado por las masas de una Gotham City en llamas.
Lo desviado como praxis político-ideológica
Tendría sentido rememorar a Marcuse cuando argumenta la gran sofisticación de los métodos dedicados a mantener al sujeto oprimido e impotente ante sus propios dramas (El hombre unidimensional, 1964). Efectivamente, la protesta social y cultural (por ejemplo, en el cine) ha llegado a su momento de instrumentalización. Ciencia ficción, efectos especiales y simbolización de la protesta política (lo que, nos guste o no, está haciendo el Joker) pueden aparecer juntas en la gran pantalla, sin que por ahora susciten o alimenten realmente una reflexión de calado dentro de un movimiento de masas. Esta nueva interpretación sobre la verdad del personaje al que nos referimos no cambia casi nada, aunque podría alimentar discusiones interesantes.
Hay algo evidente: una parte muy importante del superhéroe del cine, como Batman, en principio, es un actor ilegal de protección al sistema. Hace parte de ese gran dispositivo que mantiene el dominio y la opresión, también ocultando el totalitarismo bajo el pensamiento liberal. En estas complejas simbolizaciones observamos la fetichización, incluso de la demanda de seguridad y justicia. Y, a su vez, hacen parte de la más grande fetichización de lo contenido en la psiquis visto por Marcuse, que hace de las necesidades humanas algo artificialmente implantado: la necesidad ficticia en la conciencia alienada que, en verdad, es requerimiento de la sociedad industrial y ahora digital.
En este sentido, Marcuse piensa que los principios de realidad y del placer (Freud) no necesitan presentarse como opuestos: para lo que se haría necesario revelar las raíces del malestar, por ejemplo, en la expresión coherente y exterior de todo aquello oculto en el Ello (probablemente lo que habría podido curar al personaje del guerrero enmascarado y al payaso, prisioneros de sus pulsiones). El problema consiste en que tal tratamiento habría necesitado emanciparse o salir de la corriente alienante que anula lo que antes se llamara antisistema (lo simplemente opuesto a la normativa hegemónica, de género incluso), y que Marcuse identifica en los grandes medios de comunicación dirigidos al control de las masas.
Así pues, ¿el héroe necesario para estos tiempos sería aquel que recupera un sentido crítico-práctico sobre la realidad e intenta revertir al hombre unidimensional? ¿El Joker es parte del doloroso tratamiento de un sujeto pos-alienación?
El análisis de Juan Francisco Ferré (El devenir murciélago, en Batman desde la periferia del año 2013, refiriéndose a Batman: The Killing Joke) llama la atención sobre la expresión dialéctica de la guerra entre el héroe y su gran antagonista, el Joker. Y lo hace a varios niveles: «El duelo entre ambas figuras representa, en el fondo, la polaridad maniquea o esquizofrénica del orden establecido: el superyó monomaniaco, con su obstinación normativa y austeridad ascética de siempre, y el ello plebeyo, obsceno y sádico, con su despótica distorsión del principio del placer. El comisario Gordon, aliado policial del murciélago, se ve degradado en la trama en su papel de hombre medio […] y acaba pagando el más alto precio paterno (la paraplejía de su hija Bárbara, la Batgirl».
En Batman: The Killing Joke, como ya sabemos, el temible Joker ha logrado escapar del Asilo Arkham para enfermos mentales. Localiza el hogar del viejo y divorciado Gordon y su hija Bárbara (la Batgirl en su identidad secreta), que son salvajemente atacados por la banda del payaso psicótico. Ella es fotografiada desnuda mientras la torturan brutalmente, las heridas son tan graves que la condenan a una silla de ruedas. Su padre es secuestrado y también torturado. El Joker lleva a cabo toda clase de actos desviados sólo para comprobar que incluso el individuo más normal del mundo enloquece el día en que le ocurre algo mayor de lo que puede soportar… que la locura está a sólo un mal día de distancia. La demostración de esto es una de las virtudes de la interpretación de Joaquin Phoenix.
Filosofía en la película ‘Joker’
Hay una serie de simbolizaciones verdaderamente impagables en esta película. Como la huelga en la recogida de basuras que vive la ciudad, provocando una invasión de ratas (tan conectada con aquellas demandas del Superyó que viviría el huérfano de la familia Wayne). Pero también tenemos la ambientación de todo ese sufrimiento de los 70 del XX, con jóvenes violentos que gustan de agredir al débil. Es el payaso reducido a la basura que huye, la sociedad que talla un dolor con meticulosidad, la enfermedad mental que le hace reír y llorar al mismo tiempo.
Y, además, tenemos a la terapeuta o trabajadora social, representante del Estado que se derrumba ante los credos neoliberales: recortes, masificación, estadísticas, pérdida de derechos sociales… ‘Esta será la última vez que te vea’, le advierte su propia terapeuta, sin respuesta a su trastorno ni ayuda para conseguir sus medicinas. La terapia fallida de quien ruega que le presten ayuda: orientación para cumplir su sueño de dedicarse a la comedia, un aumento de la medicación para detener el sufrimiento, etc. El que, al principio, se esforzó por lograr algo de normalidad, pronto comprendió que necesitaba ejecutar la mayor de las bromas gracias a su propia muerte.
Y no olvidemos que tiene una relación algo incestuosa con la madre, en quien descubre, cómo no, un origen para sus malestares: la violencia de sus novios, el abandono, el abuso hacia un niño desprotegido. Ante la sospecha de que los golpes provocaron su trastorno, al protagonista no le queda otra alternativa que cobrar la deuda a través de la ritualización del asesinato… de la madre. Parafraseando a Marx, el Joker pensó que su vida era una tragedia, pero ahora sabe que es una comedia.
Este personaje con una noción clara sobre la justicia Occidental responde con risa irritante e involuntaria ante los momentos donde se alteran sus nervios. Pero se trata de una risa que profundiza y evidencia los desequilibrios reinantes, como si quisiera generar un efecto que partiera al mundo de una vez, para volver a levantarlo con otras normas y otros soberanos. Y claro, el maltrato que sufre el personaje casi te hace desear que el Joker emerja para hacer justicia con aquella pobre criatura a quien todos creen poder golpear.
El Joker es el asesinato simbólico que nuestras propias pulsiones muestran como justo, la destrucción política y el desorden filosófico de ascendencia alemana pero hecho a la estética capitalista norteamericana irradiándose desde los setenta al mundo entero. Sí, el Joker niega que pretenda un fin político, ¿pero puede negarse el sentido político del propio relato en directo (el golpe de efecto) o de la delicada danza en el sucio baño público pos-asesinato, por ejemplo? Aquel artista incomprendido que se pregunta por qué todos eran tan groseros solo quiere un poco de decencia en la ciudad y que la gente finalmente se percate de que él existe, que no es un felpudo sucio en la calle que pueda pisarse sin más. Y en su idea de decencia probablemente incluya al sentido estético, imagen artística e intensidad literaria. Cuando sale en vivo por la TV su actuación es delicada, sensible y refinada. Las premisas de su argumentación son simples: la muerte se convirtió en comedia, porque sencillamente el sistema decide lo que es gracioso y lo que no lo es. Nadie es civilizado, nadie empatiza… los ricos creen que lo toleraremos todo y no atacaremos.
Más adelante asistimos a la muerte y resurrección de un nuevo tipo de héroe, las masas utilizan como altar una patrulla de policía destrozada. Es también la noche de los acontecimientos que originaron a Batman. Por supuesto, no deja de ser un discurso reaccionario: el crimen más el trastorno convertidos en revuelta popular, la furia contra el capitalismo presentada como violación de la ley y falta de medicación.
Pero atención: Si desde ciertos sentidos Batman puede, sin mayores sorpresas, ser interpretado como un paramilitar fascista que actúa en defensa del Statu quo, el Joker se presenta como el líder popular que no pretendía serlo, confundible con un sujeto de izquierdas, pero con claro peligro de derivar en vehículo de transformaciones algo emparentadas con Nietzsche y Heidegger.
Así, subyace una cuestión complicada en todo lo planteado en esta película: la relación entre Filosofía y afección mental. El personaje se devanea entre episodios psicóticos que le provocan pérdidas de realidad y los efectos de daños o lesiones cerebrales, como la risa incontrolable. Pero los síntomas, una vez llegan a su clímax dramático, están íntimamente unidos, por ejemplo, desde Nietzsche, a cierto parentesco (también muy presente en los personajes de la industria de los héroes) con el Superhombre, el Übermensch.
Para Nietzsche, el sujeto humano es una especie de drama que deviene entre la bestialidad y el Superhombre, bajo el cual sólo nos aguarda la profunda negrura de un abismo. El Superhombre es lo que ese sujeto debería aspirar a ser. Podría decirse que Nietzsche es un pensador enormemente adolorido con una realidad que, de varias formas, fue despiadada con su humanidad, vengándose él con una sinceridad brutal.
El Superhombre podría surgir en cualquier sujeto que tomara las decisiones correctas: asumir el aguerrido espíritu que le permitirá llegar hasta las últimas consecuencias, con los valores de la voluntad, la guerra, la valentía, etc., sin el temor que sienten los que observan derechos o compasión por los débiles.
Pero también tenemos a Heidegger: el sujeto arrojado a la realidad, presa de una angustia, entre otras cosas, por la muerte (la mayor de las certezas), tendrá entre sus opciones tener una vida auténtica o inauténtica. El Dasein de la existencia auténtica niega la claudicación ante el poder exhibido por los otros (en el pensamiento, el lenguaje, etc.), su conocimiento de la muerte no significa otra cosa que la vivencia a plenitud (acaso extrema), rechazando la tendencia neurótica que implica intentar negar la finitud. Después de todo, si el fin de todo es la seguridad mayor, la muerte, ¿no actuaría esa conciencia como una suerte de liberación? No cabe duda de que el Joker vivió ese viaje.
Existen algunas simbolizaciones en la película que refuerzan la raíz filosófica: como las largas escaleras de ese barrio de trabajadores que debe recorrer para llegar a casa, el protagonista las sube como un desgraciado, pero llega un momento en que las baja como un Superhombre. En efecto, como han sostenido algunos críticos, los bailes (sobre todo en la escalera) superan la ritualización de la película de 1989, cuando el Joker masacra un museo de arte moderno.
En el pretendido origen noble, pero oculto y negado (tiene sospechas de ser un hijo bastardo de Tomas Wayne), está uno de los elementos que alimentaron su ascenso: la existencia sin temor a la muerte. El personaje soñaba con tener un padre, un ascendente moral que legitimara su valía. Pero no lo tuvo nunca, así que es la orfandad desnutrida del que es un ángel enfermado por la maldad social lo que le eleva a líder de la anarquía y la locura, como formas de expresión del deseo de emancipación contra un grupo de poderosos que, sencillamente, ven a los pobres y trabajadores como payasos fracasados.
¿El Joker es un delincuente o un filósofo? ¿Es la imagen mental del capitalismo en crisis? ¿La crisis capitalista que provoca la locura popular se purga a sí misma creando a golpes al Joker? ¿Estamos viendo la oscuridad explotada y enfermada levantándose contra el iluminismo instrumentalizado, hecho financiero, del candidato a la alcaldía Tomas Wayne, el mismísimo padre de quien se convertirá en Batman? ¿El que llamara ‘payasos’ a los pobres y originará esa furiosa manifestación de gentes disfrazadas frente al teatro, ese templo de la elegancia y el buen gusto donde (¡oh extraordinaria paradoja!) los ricos asisten a una proyección benéfica de Tiempos Modernos de Chaplin?
Y, a propósito de la familia Wayne, no olvidemos que la película nos muestra cómo es el Joker (aunque todavía no aparece como tal) quien dibuja a ‘navajazos’ simbólicos la primera sonrisa forzada de aquella era de crímenes: introduce sus dedos huesudos en la boca infantil e inocente del futuro Batman, antes del terrible pos-trauma que le conducirá a la locura de convertirse en el Caballero Oscuro. La escena no podría ser más dialéctica, la simulación del espejo no podría ser más psicoanalítica.
Estamos, pues, nuevamente ante el testimonio cinematográfico sobre un personaje cuya narrativa excede los poderes ‘mágicos’ del guion y la dirección. En otras palabras, un discurso algo reaccionario fluye bajo el asfalto y en las lujosas propiedades de los ricos de Gotham City, y existe el rechazo colectivo, pero nada evita las preguntas y angustias sobre la dirección ideológica que habrá de tomar el hombre y mujer indignado con la injusticia social. Es tan peligroso exaltar a Batman como al Joker, aunque ahora volvamos a recordar la validez en las razones de este último.
Este artículo forma parte de los materiales para el análisis y debate
del Curso en Psicología Política y Comunicación de la Fundación UNED.
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