… y no puedo dejar de oír estas voces que me cantan aquí dentro Jaime Gil de Biedma, La historia para todos
El liberalismo económico ha acabado convirtiéndose en un sistema, en un conjunto de ideas caducas, desfasadas y que han ocasionado y siguen ocasionando injusticia, desazón y explotación. Por el contrario, el liberalismo político, tan escasamente citado de un tiempo a esta parte, ha sido fuente de liberación y uno de los afluentes más poderosos que nutren las aguas de ese gran río, al que podemos llamar democracia.
La mayor parte de politólogos, sociólogos y especialistas en Historia de la Filosofía, lo consideran el fundador y teórico del liberalismo político. Creo que no se equivocan. Ha sido, con toda justicia, considerado como uno de los pensadores más influyente de los últimos siglos.
Por una serie de razones históricas, culturales y quizás, hasta antropológicas, su gigantesca figura ni ha gozado, ni goza entre nosotros del interés y de la atención debida.
Comienzo a escribir este breve ensayo con el propósito de poner de manifiesto todo lo que debemos a un pensador tan valiente, penetrante e influyente.
Sólo algunas ideas, que dan que pensar y que nos van a permitir seguir el rastro de su trayectoria y valorar la importancia que tuvo. Sus planteamientos no han dejado de proyectarse en el tiempo y conservan todo su vigor.
Se mostró un decidido partidario de la separación iglesia – Estado, defendió el derecho del pueblo a cambiar de gobierno y a derrocar a los gobernantes injustos. Se adelantó a Montesquieu propugnando y sistematizando la separación de poderes…
Para él todos los hombres nacen libres e iguales en derechos. ¡Enorme visión democrática! Sus ideas y planteamientos se adelantaron a la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y a la Revolución Francesa.
Fue un contractualista que entendía la libertad política como la obediencia a una ley auto-impuesta. Hombres libres e iguales se ponen de acuerdo para crear el Estado al que transfieren el poder para dirimir conflictos, para proteger derechos y para garantizar libertades.
Permítaseme una evocación. Entre las nieblas británicas la melancolía lo invade todo. Nos encontramos a mediados del 1660, es decir la Revolución, llamada Gloriosa (1688), aún no ha tenido lugar.
En toda Europa el absolutismo, la teocracia y una visión del mundo impuesta por una clase dirigente, que históricamente está agotada, comienza a resquebrajarse haciendo ostensible los primeros síntomas de descomposición del Viejo Régimen.
A veces, el germen del futuro comienza a entreverse y manifestarse en las páginas que escribe un pensador, pongamos John Locke (1632-1704), en su mesa de trabajo.
Moja la pluma en tinta, escribe, medita y continúa escribiendo. Su pensamiento es valiente. Tiene la audacia de atreverse a cuestionar lo establecido. El poder de la imaginación, unido a un rigor analítico, a un humanismo y a un afán emancipatorio… va dando consistencia a cuánto va quedando plasmado.
Hace falta valor para cuestionar, categóricamente, el absolutismo y todo el modelo de sociedad que se levanta en torno a él. Hay que afilar la pluma, no como licencia poética sino como instrumento político. Hay que hacerlo aunque los contrincantes sean poderosos, aunque sus pupilas inmisericordes… puedan cercenar ardientes esperanzas.
Y todo esto, sin perder la compostura y sin hacerse excesivamente visible, a quienes tienen la sartén por el mango y organizan el juego, sobre el tapete de la historia, con cartas marcadas.
John Locke, cuyas lecturas son abundantes y selectivas piensa en un Estado que proteja y brinde seguridad a los que poco más tarde serán definidos como ciudadanos. El giro político es notable. Siente un estremecimiento. Los malhechores suelen tener buena memoria y confían en el inmovilismo como ámbito e instrumento que siga prestando inmunidad a sus abusos y atropellos.
El ‘modus operandi’ de quien así piensa y escribe, consiste en reflexionar y en dejar que sus ideas cobren impulso y se lancen al espacio manteniendo un vuelo firme y prometedor. Cree que se puede desconectar del pasado y abrirse a un presente en el que vayan ganando fuerza otros planteamientos más humanos y emancipatorios. El proyecto ilustrado está generando sus primeros frutos… silenciosamente.
El cumplimiento y respeto a las Leyes, debe ser autoimpuesto. Las personas con buena cabeza, cálidas y generosas con las que convive son un estímulo para proseguir la tarea.
Procura alejarse de las arideces filosóficas que enturbian las limpias aguas de la Ética y de la Filosofía Política con inútiles, banales y frías disquisiciones metafísicas. Tiene la convicción de ser hijo de su tiempo… y se decide a no mirar atrás y proseguir la tarea emprendida. Piensa que ha llegado el momento de abandonar la contención de la lengua y de la pluma. Sus coetáneos empiezan a tener la conciencia de que la figura de John Locke, desprende un inequívoco magnetismo.
No niega su abierta simpatía hacia los Whigs y hacia aquellos a quienes las dificultades no los empequeñecen… sino todo lo contrario. Así van surgiendo, tranquilas pero contundentes las respuestas a las preguntas que han constituido y constituyen la raíz, la base y la esencia de la Filosofía Política.
John Locke es lo que entendemos por un filósofo poliédrico. Con paciencia y habilidad supo ‘lanzar’ muchas ideas, algunas de las cuales arraigaron en terreno fértil y han tenido un desarrollo posterior considerable.
Su Teoría empirista del Conocimiento y su Ética, son de un interés notable pero, en esta breve aproximación a su pensamiento, me centraré, casi exclusivamente, en su Filosofía Política. A lo largo de sus obras defendió el contacto, la influencia y la colaboración entre Filosofía y Ciencia. Mostrándose un adelantado, también, en este ámbito.
Uno de los aspectos destacados de su pensamiento es la tolerancia. De hecho, su Carta sobre la tolerancia, así como un ensayo más amplio sobre el mismo tema, influyeron más de lo que parece en varios pensadores ilustrados, aunque desde mi punto de vista, no se le cita lo que se debería.
Buen conocedor del mundo greco-latino, no olvidemos que durante muchos años fue profesor de Griego, sintió una sincera admiración por el pensamiento heleno y por las aportaciones y valores cívicos de Tito Livio o de Cicerón. Le causó gran impresión al leer a Sófocles una idea que no olvidaría nunca. No es otra que la lengua tiene un gran poder cuando se pone al servicio de una causa justa.
Su época, como muchas otras de la historia, fue testigo de numerosos enfrentamientos. En periodos de polarización la neutralidad no es posible. Se opuso, con firmeza, a los conservadores y a quienes defendían una monarquía absoluta, fundamentada en el derecho divino. Puso su pensamiento al servicio de las ventajas y virtudes del parlamentarismo.
No puedo ni debo extenderme en este punto pero no me resisto a señalar algunas de las personas con las que convivió y que le marcaron. En primer lugar, Anthony Ashley Cooper, Tercer Conde de Shafetsbury, político, filósofo y escritor que fue, uno de los fundadores de los Whigs, al que acompañó en sus viajes y andanzas por el Continente. De hecho se considera a John Locke la cabeza intelectual de los Whigs. Gracias a su influjo fue ganando prestigio entre los integrantes de este movimiento que lo consideraron nada menos que su referente intelectual.
En segundo lugar me referiré a Isaac Newton, con quien mantuvo tanto una fluida correspondencia, como entrevistas personales, a fin de intercambiar ideas y coincidir o polemizar sobre Ciencia y otros asuntos políticos y sociales. Ambos fueron miembros de la prestigiosa Royal Society de Londres, lo que facilitó estos contactos.
Uno de los planteamientos nucleares del pensamiento lockiano, es que existen derechos naturales que han de ser respetados y puestos en valor por la Filosofía Política como el derecho a la vida, la libertad, la salud y seguridad y a la propiedad.
Formula y desarrolla en Dos tratados sobre el gobierno civil, que todos los seres humanos son iguales, dentro de los límites de la naturaleza. Combate, categóricamente, el derecho divino de los reyes, que para él carece de legitimidad y se muestra decididamente partidario tanto de una monarquía parlamentaria, como de una Constitución que consagre y renueve el pacto o contrato que da origen al Estado.,
La lectura del Leviathan de Hobbes, le impactó y le hizo meditar largamente… para argumentar contra sus ideas reaccionarias y absolutistas. Se detiene, más tarde, sobre los criterios de legitimación del poder político especificando el alcance y límites de la autoridad. Creo que es justo mencionar el influjo de Guillermo de Ockham, en quien puede rastrearse los orígenes de algunos de estos planteamientos.
Quizás uno de los puntos de mayor atractivo del pensamiento lockiano es que los hombres delegan en el Estado poderes que les pertenecen, pero conservando, siempre, el derecho de elegir periódicamente a sus representantes o de arrebatárselo por la fuerza si es preciso, a quienes se muestren arbitrarios, tiránicos o injustos.
Este ensayo, va tocando a su fin. No obstante, quisiera afirmar como uno de los aspectos que más me ha impresionado de la Filosofía de Locke, que no es otro que el derecho a defender los derechos y las libertades individuales y colectivas que emanan del pueblo soberano. Así como, la mención que hace de que el poder ha de respetar los derechos humanos. Es incuestionable su rabiosa actualidad.
Causa admiración que Thomas Jefferson, Tercer Presidente de los Estados Unidos, tuvo muy presente las ideas de John Locke. Su sistema de pesos y contrapesos y sus garantías a la hora de redactar supuestos esenciales de la Constitución Estadounidense, así lo atestiguan. Desde este punto vista la importancia de John Locke no es solo filosófica sino también histórica.
Es difícil centrar la atención en un solo aspecto de su Filosofía. En su pensamiento se cruzan y entrecruzan distintas materias y contenidos de diversa procedencia: las científicas, las éticas, las históricas, las estrictamente pertenecientes a la Filosofía Política… y, para mí, una de las más relevantes, sus análisis y visiones sobre la Educación… pero esto quedará necesariamente… para otro día.