Semblanza para interesados en Galdós
Para hablar de D. Benito Pérez Galdós bien se podría comenzar parafraseando a Stendhal, en el arranque de su inmortal ‘La Cartuja de Parma’, y declarar que D. Benito, y no sólo con sus Episodios Nacionales (1), protagonizó la gran hazaña de recuperar la tradición de la novela clásica española, mostrando a España y al Mundo que, después de más de doscientos cincuenta años, Miguel de Cervantes había encontrado al fin un digno sucesor.
En opinión del catedrático de literatura e ilustre ateneista, D. Manuel de la Revilla, sobre la literatura española de la primera mitad del siglo XIX, hacía muchos años que ‘En la patria de Cervantes, Quevedo y Hurtado de Mendoza no había apenas novelistas’. Y tras indicar que el primer romanticismo español no había conseguido restablecer una novelística digna de tal nombre, concluía que ‘En tal estado se hallaba la novela española cuando, apiadado sin duda Apolo de nosotros, dio el ser a un joven alto, delgado, pálido, (…), a quien cupo en suerte la noble empresa de poner término a tantos extravíos, dar un ejemplo que en breve siguieron insignes escritores, y llevar a cabo en suma, la regeneración de la novela española. (…). Aquel joven se llamaba Benito Pérez Galdós’ (2). Aunque no debe olvidarse el teatro, en el que también descollaría.
Aunque no fue coetáneo de todos ellos, si puede considerarse que Galdós fue contemporáneo, o al menos coincidió en parte de sus respectivos tiempos, con los más grandes de los grandes autores de la monumental novelística del siglo XIX (Balzac, Dostoievsky, Dickens, Mark Twain…). Pero Galdós fue quizás el novelista más novelista de todos ellos porque supo mantener siempre, insobornablemente, la posición de un observador recta y honradamente objetivo. No neutral, sino objetivo. Porque en sus obras Galdós lo observa todo, todo lo recoge y lo aprovecha todo. Nunca se olvida de exponer y expresar nada acerca de la grandeza, ni tampoco de la miseria que, en lo más íntimo del espíritu de cada ser humano coexisten enfrentadas en perpetua pugna pues, como en la lucha entre el Bien y Mal en este Mundo, ninguna de ellas logrará jamás aniquilar a la otra. No fue exactamente poético, pese a la profunda poesía que inunda cada una de sus obras, ni fue exactamente prosaico, pese a ser un autor esencialmente de prosas: Galdós siempre fue ante todo objetivo, y lo fue desde su primera novela, ‘La Fontana de Oro'(1870).
Manuel de la Revilla definió las novelas de Galdós como modelos de perfecto realismo, ‘pero no de ese realismo que está reñido con toda belleza y todo ideal, sino de aquel otro que sin traspasar nunca los límites de la verdad, sabe idealizar discreta y delicadamente lo que la realidad nos ofrece. Sus personajes, llenos de carácter y de vida, arrancados a la realidad palpitante, tan distantes de la abstracción y de la alegoría, como de la imitación servil del modelo, interesan y conmueven sin traspasar la esfera de lo ordinario ni perderse en los limbos de la idealidad romántica. (…). Cuadros de historia o de género, trazados con realismo admirable, llenos de delicados detalles y de acabados efectos, y siempre encerrados en los infranqueables límites de la belleza y del gusto, (…).’(3)
El universo de la obra galdosiana, como desglosó al detalle Federico Carlos Sainz de Robles (4), es un mundo poblado por más de ocho mil personajes que, con sus peripecias vitales, llenas de sentido y sentimiento, captan y cautivan al lector que toma en sus manos cualesquiera de sus novelas. Nadie como él para definir un personaje en cuya alma se puede escarbar sin temor a encontrar ningún sentimiento simulado, adulterada cualquier pasión o falseada virtud alguna. Nadie brilla como él al plantear, con absoluta precisión, los problemas que afligen a la conciencia humana. Y nadie como Galdós, desde Cervantes, ha poseído en tan altas dosis ese don especial para la aproximación al conocimiento de los rasgos más específicos de la ‘humanidad’ que late en cada uno, un don del que Galdós dispuso con abundancia suficiente como para permitirle sentir y juzgar la humanidad absoluta con la que dotó a todos sus personajes. Todos los personajes de Galdós tienen vida propia, existen y nos inspiran múltiples emociones, de afecto o de repulsión, e incluso de indiferencia, como si fueran personas reales. Los personajes de Galdós no constituyen en modo alguno un museo de la tipología humana, sino que su obra más bien agrupa un gran número de vidas reales y auténticas de españoles del siglo XIX.
Sus personajes principales poseen esa humanidad, esa dimensión humana, que nos acerca a la comprensión cabal, si no siempre del personaje en su totalidad, sí de su tiempo y de sus circunstancias. Desde Gabriel Araceli (protagonista de la 1ª serie de los Episodios Nacionales), hasta Tito Liviano (protagonista de la 5ª y última), sin olvidar a los principales protagonistas de las otras series, Salvador Monsalud (2ª serie), Fernando Calpena (3ª serie), o José García Fajardo (4ª serie), pues todos ellos poseen esa ‘humanidad’ de modo tan intenso que más parece que se trata de personajes reales biografiados, que de meras fabulaciones literarias de D. Benito.
Y otro tanto cabe decir de los numerosos personajes digamos ‘secundarios’ que los acompañan, pero que no por ser secundarios son menos densos, ni menos dotados de intensa humanidad. Son muchos, sí, pero, y siguiendo con los Episodios Nacionales, ¿cómo no recordar al tendero madrileño D. Benigno Cordero Manso (2ª serie)?, quien pese a portar tan apacible nombre, será un valiente y hasta heroico oficial de la Milicia Nacional que, cual fiero león de Castilla, derramará su sangre en defensa de la Constitución y contra los absolutistas, en los combates de la Plaza Mayor de Madrid, del 7 de julio de 1822. O ¿cómo olvidarse del inefable Santiuste (4ª serie)?, combatiente en la Guerra de África (1859-1860), tripulante de la Fragata Numancia en la vuelta al Mundo (1866-1867) y genio creador de la Historia Lógico-Racional de España, en la que se contaban los hechos de nuestra Historia Nacional, no como sucedieron, sino como debieran haber sucedido, conforme a los criterios del Sr. Santiuste.
Espero que el lector disculpará que, por razones de extensión, no se aborde una más amplia revisión de los protagonistas de sus otras novelas, o de los que pueblan su teatro y que, como también sucede en los Episodios Nacionales, siempre están acompañados de otros personajes que, no por el hecho de no figurar como centro del relato, son por ello menos auténticos y de tipología no menos tan exhaustivamente trabajada, como la aplicada para definir a los principales protagonistas. Me remito a la obra citada de Federico Carlos Sainz de Robles, que incorpora un censo completo de los personajes galdosianos.
Galdós fue escritor de mucho éxito desde el primer momento. La Fontana de Oro (1870), publicada cuando tenía 27 años, dio comienzo formal a una carrera literaria, iniciada con pequeños relatos desde diez años antes, en la que casi siempre contó con el creciente favor del público. En 1871 apareció su segunda novela, La Sombra, que se había publicado por entregas en la Revista de España, previamente, desde noviembre de 1870. Y en 1873 apareció su primer Episodio Nacional, Trafalgar. Las obras de Galdós se difundían con gran profusión. Y es que, en palabras de Max Aub, Pérez Galdós, como Lope de Vega, asumió el espectáculo del pueblo llano y con su intuición serena, profunda y total de la realidad, se lo devolvió, como Cervantes, rehecho y artísticamente transformado. De ahí que desde Lope ningún escritor haya sido tan popular como Galdós, y ninguno tan universal desde Cervantes. El fervor del público aumentó a comienzos de la década de 1890, con la aparición de la Segunda Serie de los Episodios Nacionales.
Y de la mano del éxito comercial y literario, le llegó la fama. A sus treinta años, el estudiante de provincias llegado a Madrid, que desertó de la licenciatura de Derecho y se alistó en la Legión Extranjera del periodismo, se había convertido en un importante referente cultural él mismo. Del hecho de que poseía hondas inquietudes intelectuales da idea el que frecuentase el Ateneo desde que llegó a Madrid, aunque no se hizo socio hasta 1865 (5). Y fue en el Ateneo donde conocería al tormentoso amor de su vida, Dª Emilia Pardo Bazán, y a alguno de sus amigos más fieles, entre los que no puede dejar de citarse a D. Marcelino Menéndez Pelayo, o D. Antonio Cánovas del Castillo.
Cuando en 1897 Galdós ingresó en la Real Academia Española, con un discurso que versó sobre la sociedad presente como materia novelable, fue contestado con similar brillantez por Menéndez Pelayo. El discurso de recepción lo había pronunciado su también buen amigo D. José María Pereda. D. Marcelino ha dejado dicho de Galdós que ‘pocos novelistas en Europa le igualan en lo trascendental de las concepciones, y ninguno le supera en riqueza inventiva’, para añadir sobre Galdós, en relación a Balzac, que ‘si Balzac, en lugar de levantar el monumento de su Comedia Humana, con todo lo que hay en él de endeble, tosco, de monstruoso, se hubiera reducido a escribir un par de novelas del estilo de Eugenia Grandet, sería ciertamente un novelista muy estimable; pero no sería el genial, opulento y desbordante Balzac que conocemos. Galdós, que tanto se le parece, no valdría más si fuera menos fecundo’ (6).
Pero esa creciente popularidad, que le había llevado al centro de la vida cultural y hasta a ingresar en la Academia, en 1897, no le deparó sólo parabienes, también le trajo sinsabores. Sus posiciones políticas, siempre simpatizantes del liberalismo y en sus últimos años del republicanismo, le atrajeron la enemistad de algunos sectores de la opinión y de la crítica, quizá no tan numerosos como el gran público que le seguía, pero sí muy influyentes. Nunca, desde sus tiempos de periodista, había tenido buenas relaciones con los sectores más reaccionarios de la sociedad española de la época. Ni con el clero, ni con la jerarquía eclesiástica, congenió jamás. Ni tampoco con los carlistas, tan importantes y numerosos en la España de la época, salvo el caso del novelista D. José María Pereda, gran amigo suyo. Y tampoco encontró nunca muchas amistades entre los conservadores, con excepciones como las ya mencionadas de D. Marcelino Menéndez Pelayo y D. Antonio Cánovas del Castillo, o la de D. Francisco Silvela, también consocio de todos ellos en el Ateneo. En los medios liberales Galdós encontró siempre mejor acogida.
Sus propias ideas, fuertemente inclinadas al liberalismo, como ya se ha dicho, le habían llevado incluso a participar directamente en la política, pero siempre en opciones liberales. Sagasta, que se consideraba amigo personal de él, incluso lo hizo Diputado en Cortes por Puerto Rico, en 1886, por el Partido Liberal. Ya en el siglo XX colaboró en política con los republicanos, llegando a presidir la Conjunción Republicano-Socialista en 1910. En esa su última singladura política fue elegido Diputado a Cortes Generales, en las legislaturas de 1907 y 1910, por la Conjunción Republicano Socialista, que llegó a presidir. Y en 1914 fue elegido Diputado por Las Palmas, también encabezando una candidatura republicana.
Durante los años finales del siglo XIX fue objeto de muchos ataques, tanto literarios como políticos. Las campañas en su contra se lanzaron desde distintas posiciones, a veces aparentemente opuestas, pero coincidentes en el ataque. Y claro, como con razones era inatacable, sus detractores optaron por acudir a la degradación y al ninguneo, es decir, recurrieron a la utilización del ácido más corrosivo de la envidia y de la inquina: el silencio y el menosprecio (7). Un silencio que sólo se quebraba, pero siempre brevemente, para motejarlo de ‘escritor garbancero’, o cosas peores, cada vez que obtenía un nuevo éxito teatral o literario. Así sucedió, por ejemplo, con la publicación de Misericordia en 1897, el mismo año de su ingreso en la Real Academia. Quizá sea Misericordia una de las dos mejores novelas de Galdós, junto a Fortunata y Jacinta. Desde luego es una de las más traducidas.
La campaña, simultaneando el silenciamiento de la obra, con alguna esporádica mención al carácter de ‘antiguo’ y ‘caduco’, términos con los que también se le solía difamar, alcanzó un miserable logro, ya que la obra tuvo poca difusión (tardó treinta años en salir una segunda edición). Sin embargo, El Abuelo, publicada en el mismo año, volvió a conseguir un gran éxito de crítica y de público. En 1901, con motivo del estreno de su drama Electra, algunos de sus críticos anteriores, como los hombres de la Generación del 98, ya habían atemperado sus ataques contra Galdós y asistieron al estreno, que fue un éxito. Baroja y Maeztu estuvieron entusiastas entre el público, y el estreno terminó por generar un gran debate nacional sobre los excesos clericales. En 1902, y atendiendo sobre todo a la condición del genio literario de D. Benito, le fue concedida la Gran Cruz de Alfonso XII.
Tampoco había conseguido ganarse Galdós nunca muchas simpatías en el entorno de la Real Academia Española, a la que se incorporó en febrero de 1897. Pero los ataques que recibió, tanto su persona, como su obra, en los años finales del siglo XIX, no tuvieron como protagonistas principales a los sectores clericales, carlistas y conservadores a que se ha hecho referencia, aunque estos sectores se aprestaron con entusiasmo a secundar cualquier ataque contra Galdós. No.
A la incomprensión hacia Galdós de parte de la opinión española y de la Academia por sus ideas liberales, se sumó entonces la labor destructiva de aquella generación española llamada del 98, compuesta de grandes talentos que, en general, no siempre estuvieron bien enfocados. Los denominados ‘noventayochistas’ se habían criado a la sombra de, entre otros, Galdós, que miró inicialmente a esa nueva generación literaria con simpatía y esperanza. Varios de sus componentes, como Baroja, Unamuno o Valle Inclán, se iniciaron en la literatura escribiendo auténticos Episodios Nacionales, inspirados sin duda por las profundas emociones que la obra galdosiana les había producido (8). Hay incluso una anécdota de Baroja con Galdós en los años iniciales de su relación que acredita esa buena sintonía inicial. Baroja solía acompañar a Galdós en sus paseos vespertinos. Partían de la Puerta del Sol y, adelante por la Calle de Alcalá, terminaban por aproximarse a las Ventas y carretera de Alcalá de Henares. En ese momento, Galdós, hombre esencialmente urbano, se detenía y, en tono imperativo, le decía a D. Pio: ‘Baroja, vamos a dar la vuelta que ya estamos llegando al campo’-
El habitualmente acertado juicio del Profesor D. José Luis Abellán, también ateneísta, subraya como la por él denominada ‘Mitología del 98’, desenmascara la profunda ambigüedad en la que se desenvolvió la trayectoria intelectual de la Generación del 98. Los Noventayochistas se habían presentado con aires de crítica, rebeldía y enfrentamiento contra lo que ellos consideraban ‘viejo’ y ‘caduco’ de la España de la Restauración, a la que acusaban del desengaño nacional sufrido con la Guerra (y posterior crisis nacional) del 98 (9). Compartían con otros movimientos, unos de carácter más político-social, como en el caso del Regeneracionismo, otros más genuinamente literarios, como el Modernismo, la idea de que España estaba mal, en lo económico, en lo social, en lo político, en lo cultural… y hasta en lo estrictamente literario.
Joaquín Costa, uno de los más destacados regeneracionistas, en el inicio de su obra Oligarquía y Caciquismo (1901), citando a un tal Sr. Gamazo, sostenía que España estaba postrada, debiendo estar arriba, estaba abajo, en vez de dirigir, era dirigida y le faltaba modernización. Unos planteamientos estos ya esbozados en otra obra igualmente considerada trascendental entre los hombres del Regeneracionismo y del Noventayochismo, ‘Los Males de la Patria y la Futura Revolución Española’ (1890), de Lucas Mallada. Mas en esa labor de ataque, crítica desabrida y demolición de ‘lo antiguo y caduco’, con la que se dio a conocer la Generación del 98, también se incurrió en algunas enormidades descabaladas y en algunas grandes injusticias. Una de ellas la cometieron con Galdós.
El ataque de los Noventayochistas contra Galdós fue muy diferente a los recibidos hasta entonces desde los postulados tradicionalistas, neocatólicos y conservadores. Y tampoco se debió, como ya se ha visto, a razones de desencuentros personales o de malas relaciones desde el primer momento. El ataque a D. Benito tenía que ver con la realidad de su obra, ya que era la más genuinamente representativa del pasado inmediato de esa España, que Galdós había recreado en sus obras, que tantos ‘males’ había causado a la Patria, a juicio de los hombres del 98. Aunque ya se ha indicado, debe subrayarse el fenómeno siempre sorprendente de que, paradójicamente, por algún tiempo y afortunadamente sólo por algún tiempo, los jóvenes autores de una generación naciente, que pretendían representar la ‘renovación’ y hasta la ‘regeneración’ de la, para ellos, ‘España caduca’, en fin, ellos que presumían de ‘europeizantes’, colaboraron con los reaccionarios más lustrosos del conservadurismo más acendrado. Fue sólo durante algunos años, pues como ya antes se han indicado, el año del estreno de Electra (1901), los noventayochistas se habían ‘reconciliado’ con Galdós, en perfecta sintonía con esa línea de ambigüedad a la que se refiere el Profesor Abellán.
Y entonces apareció en el mundo el Premio Nobel de Literatura, justo en 1901.
El primer Premio Nobel de Literatura se concedió ese mismo año y recayó en el poeta francés Sully Prudhomme (10). Y muy pronto, en 1904, se concedió a un autor español. El Nobel de 1904, que era el cuarto que se daba, fue concedido ex aequo al escritor francés en lengua provenzal, Frederic Mistral, junto al matemático y dramaturgo español D. José Echegaray. Echegaray era el primer autor de lengua española premiado. Pensemos que la lengua inglesa no recibió su primer Nobel hasta 1907, que se concedió a Rudyard Kipling. La decisión adoptada por la Academia Sueca no afectaba para nada a Galdós, que no había sido siquiera nominado, pero levantó una fuerte polémica. Los jóvenes noventayochistas fueron muy contrarios a ese Nobel y desarrollaron una campaña, tan ruidosa como injusta, contra Echegaray.
Ateneista Echegaray, otro insigne matemático español y también ateneísta, D. Julio Rey Pastor, consciente de que el literario no era el más alto mérito de D. José Echegaray, y en defensa de éste, dejó formuladas dos importantes precisiones. En primer lugar, que no era cierto que él, Julio Rey Pastor, hubiese sido el introductor en España de la matemática moderna (Algebra de Boole, y sistema lógico-matemático de Frege y Russell), ni quien había creado el famoso Seminario de Matemáticas de la Universidad de Madrid (1905), porque el introductor y el creador fue Echegaray, al que consideraba que había sido su maestro. La segunda, que D. José Echegaray era un hombre de tanta valía y de talento tan destacado que, aunque era principalmente un gran matemático, si se hubiese dedicado a hacer cestos, hubiese sido uno de los mejores cesteros del mundo, y con el teatro igual, si bien era claro que su mejor talento no habría sido nunca la cestería, pese a su destreza sobresaliente. Un autor de agudo ingenio dejó dicho que el teatro de Echegaray consistía en la representación de teoremas dialogados.
En realidad, el drama del Nobel de Galdós, porque fue un drama en tres actos, sucedió en 1912, 1913 y 1915, con un interludio en el año 1914.
En el año 1912, Galdós había sido propuesto para el Premio Nobel por muchas entidades y personas. Entre otras, patrocinó su candidatura la Asociación de la Prensa, pero también otras instituciones y entidades, como el Ateneo, y más de 500 autores españoles, entre los que estaban Ramón Pérez de Ayala, Jacinto Benavente, Santiago Ramón y Cajal, Octavio Picón, o el mismo José Echegaray. No vale la pena recrearse en una página inevitablemente amarga y dolorosa de la historia. Tampoco he estudiado con tanto detalle la cuestión, ya que la indignidad que impregna a todo este asunto creo que, si bien no disculpa, sí excusará al menos el no haber indagado mucho más.
En 1912 las posibilidades de Galdós eran ciertas, ya que entre los integrantes de la Academia Sueca había un amplio consenso, quizá incluso una mayoría, favorable a la candidatura de Galdós, cuya obra tenía para entonces traducciones a 11 idiomas europeos, incluido el sueco. Curiosamente, las ediciones aparecidas en otros países de Europa y América se correspondieron siempre con las obras de Galdós que más ediciones y lectores habían tenido en España. Entre ellas, obviamente, Misericordia, La Fontana de Oro, Doña Perfecta, Nazarin etc.
Finalmente la cuestión del Nobel se resolvió en que, desde España, los llamados ‘neocatólicos, los carlistas y algunos conservadores lanzaron una campaña de envíos masivos de telegramas y cartas a la Academia Sueca, y se hicieron gestiones ante dicha institución por esos sectores tradicionalmente enemigos de Galdós. Los suecos, prudentemente, prefirieron salirse de una situación tan bronca y así, finalmente, el 12º Premio Nobel de Literatura recayó, en el año 1912, en el poeta y dramaturgo alemán Gerthart Hauptman. El escándalo que generó ese resultado en España fue de grandes proporciones. Escándalo que fue a más cuando, en 1913, se planteó de nuevo su candidatura al Nobel y, aunque esta vez tenía menos posibilidades, volvió a repetirse la campaña y el Nobel fue, esta vez, para hindú Rabindranath Tagore.
Después de estos infortunios nacionales e internacionales de Galdós, a comienzos de 1914, un distinguido grupo de intelectuales, políticos, militares y persona procedentes de otros sectores de la sociedad civil, promovió la realización de un gran Homenaje Nacional al novelista. Galdós, que ya se había introducido en la oscuridad de la ceguera, no estaba tampoco muy bien de dineros. De manera que el homenaje consistió en la recaudación de fondos para D. Benito, que se había visto privado de los ingresos que suponía ya entonces el Premio Nobel (11). La Junta Nacional del homenaje estuvo conformada por D. Eduardo Dato, D. José de Echegaray, D. Miguel Primo de Rivera, el Conde de Romanones, D. Melquíades Álvarez, el Duque de Alba, D. Gustavo Baüer, D. Miguel Moya, D. Jacinto Benavente, D. Mariano de Cávia y D. Tomás Romero. La principal oficina recaudadora, y de hecho la única que funcionó, fue el Ateneo de Madrid. El objetivo, que era el de conseguir reunir 500.000 pesetas no se llegó a alcanzar, aunque sería erróneo calificarla de fiasco.
El 13 de abril de 1914, la prensa publicó una primera relación de suscriptores, encabezada por S.M. el Rey Alfonso XIII, con 10.000 pesetas. En el mes de junio, el diario El País publicó que la cuestación nacional había llegado ya a 113.570,65 pesetas, y a comienzos de agosto de 1914 se superaron las 150.000 pesetas.
Agosto de 1914…
El comienzo de la luego denominada Primera Guerra Mundial, en agosto de 1914, impidió seguir desarrollando la campaña en los términos previstos, pues la atención del público se centró en la guerra, y la guerra dejaba poco espacio para cuestaciones como la que se estaba desarrollando. La proyección internacional del homenaje también tuvo que suspenderse por la contienda. Aunque todavía en 1916 se recogieron la últimas cuantías recaudadas desde agosto de 1914, que fueron otras 101.694,73 pesetas, lo que suponía en total que se había recaudado algo más de la mitad de la cifra inicialmente prevista.
Entre tanto los Premios Nobel también habían quedado en suspenso por causa del estallido de la guerra y en 1914 no hubo edición. Pero el año siguiente, 1915, si se puso en marcha la edición correspondiente. Así, se inició el proceso de recepción de candidaturas y de nuevo figuró en ellas D. Benito Pérez Galdós.
Quizás la edición de los Premios Nobel de 1915 fuera la mejor oportunidad de las que nunca dispuso Galdós para obtenerlo. Además de ser un autor de incuestionables fama y prestigio mundiales, pertenecía a un país neutral en la guerra. Al parecer, en esta ocasión sí había una clara mayoría en la Academia Sueca favorable a Galdós. Pero inexplicablemente, y quizá recordando los revuelos organizados en las ediciones de 1912 y 1913, el Premio Nobel de Literatura de 1915 recayó en el francés Romain Rolland.
Los últimos años de su vida fueron algo sombríos. La ceguera y las estrecheces económicas le acompañaron hasta la tumba, aunque también le acompañaba una cada vez más amplia popularidad, pues su obra seguía siendo, como lo sigue siendo actualmente, muy apreciada. Uno de los momentos más emotivos de estos tiempos finales fue la inauguración en el Parque del Retiro, en 1919, de la estatua de Victorio Macho que ahí permanece erigida en la actualidad. Al acto asistió el propio Galdós, en lo que fue uno más de los homenajes que recibió en esos últimos años. Murió el 4 de enero de 1920, y su entierro constituyó una demostración de pesar que, como sus ya famosos Episodios, fue Nacional, expresiva del sentido duelo de toda una Nación.
NOTAS:
(1) La edición de los Episodios Nacionales consultada para este artículo es la tercera reimpresión de la segunda edición de la editorial Aguilar, Móstoles (Madrid) 1989.(2) Manuel de La Revilla (1846-1881), Bocetos Literarios-Benito Pérez Galdós, en Revista Contemporánea, Madrid, 15 de marzo de 1878. Tomado de la página web de Proyecto de Filosofía en Español (filosofía.org): http://www.filosofia.org/hem/dep/rco/0140117.htm
(3) Manuel de La Revilla, loc. cit.
(4) Federico Carlos Sainz de Robles (1898-1982), ‘Introducción, Biografía, Bibliografía, Notas y Censo de Personajes’, en edición de los Episodios Nacionales’, Editorial Aguilar, Madrid 1941.
(5) Víctor Olmos, ‘Ágora de la Libertad (Historia del Ateneo de Madrid)’, pag. 230, Editorial La Esfera de los Libros, Madrid 2015.
(6) Cif. en Federico Carlos Sainz de Robles, op.cit.
(7) Cif. en Federico Carlos Sainz de Robles, op.cit.
(8) La primera novela de Unamuno, de gran éxito, Paz en la Guerra, es un verdadero Episodio Nacional enmarcado en el último asedio carlista padecido por la Villa de Bilbao (1874-1875); la tetralogía de Baroja Tierra Vasca (la de ‘Zalacaín el Aventurero’) o la tetralogía del Mar (‘Las Inquietudes de Shanti Andía’, ‘El Laberinto de las Sirenas’, ‘Pilotos de Altura’ y ‘La Estrella del Capitán Chimista’) también están concebidas y realizadas en la línea de los Episodios Nacionales de Galdós. Baroja volvería a retomar la temática de los Episodios Nacionales en su obra ‘Memorias de un Hombre de Acción’. Y Valle Inclán, que quizá fue el que peor se portó con Galdós, también había escrito sus ‘episodios nacionales’ con su serie sobre la Guerra Carlista, que finalmente quedó en trilogía.
(9) José Luis Abellán, ‘Historia del Pensamiento Español (desde Séneca a nuestros días)’, pagas 519 a 524; Editorial Espasa Calpe, Madrid 1996
(10) La relación de Premios Nobel de Literatura está disponible en internet, Wikipedia, en este enlace: https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Ganadores_del_Premio_Nobel_de_Literatura
(11) El importe en esos años del Nobel de Literatura estaba en torno a una 200.000 pesetas de la época, un suma muy elevada.