noviembre de 2024 - VIII Año

El libro que aún le debemos al cineasta Julio Coll

1 distrito quintoHay casos en que la obra de determinados corredores de fondo es unánimemente desdeñada por tirios y troyanos. Casos en que las ideologías usurpan el lugar que le corresponde a la justicia poética y haciendo tabula rasa de méritos y talento la arrumba sin piedad en el cuarto de los trastos viejos. Justo es, pues, rescatarla de ese injusto ostracismo, sobre todo cuando en esa obra hay más luces que sombras. Este es el caso del hoy ninguneado Julio Coll Claramunt (Camprodón, Gerona, 1919-Madrid, 1993). Es tan clamoroso su desprecio que a día de hoy no contamos con ningún libro monográfico dedicado a su obra. También el mercado ha sido inclemente con él: tan solo tres títulos han aparecido en formato DVD y en colecciones de distribución minoritaria. Sin embargo el nombre de Coll está asociado al titánico intento de revitalizar el depauperado cine español de la posguerra con un género -el cine negro- que era toda una novedad en nuestro país en aquellos años de plomo. A su autoría se debe uno de los guiones que va a dar verdadera carta de naturaleza al género: Apartado de correos 1001(1950) de Julio Salvador junto a los de Duda (1951) también de Salvador, La forastera (1951) de Antonio Román y Mercado prohibido (1952) de Xavier Setó. Porque hay que decir que como el maestro Billy Wilder el cineasta catalán empezó escribiendo para otros directores hasta que se inclinó por la realización él mismo. Cuando hace su debut tras las cámaras con Nunca es demasiado tarde (1955) ya ha escrito un montón de guiones porque otro dato a destacar es su temprana vocación literaria. De hecho, siendo muy joven aun y llevado por su pasión por el teatro empieza a publicar crítica teatral en 1940 en el semanario Destino. Esto también puede resultar significativo para entender la tibia acogida que a su obra se le dispensa actualmente por cuanto que la citada revista nació en Burgos en 1937 durante la guerra civil y sirvió de órgano difusor a la intelectualidad catalana afín al bando rebelde. No obstante cuando Julio Coll se incorporó a ella la sede se había trasladado ya a Barcelona y cuenta con la prestigiosa pluma del gran Josep Pla y el semanario ha tomado decididamente posiciones más liberales que le llevará a sufrir la censura franquista en más de una 2 La cuarta ventanaocasión. La lista de colaboradores principales pertenece a la de la llamada «tercera España» posibilista: Jaume Vicens Vives, Álvaro Ruibal, Xavier Montsalvatge, Augusto Assía, Azorín, Néstor Luján, Santiago Nadal, César González-Ruano, Joan Estelrich, Sebastià Gasch, Manuel del Arco, Manuel Brunet, Joan Teixidor, Antonio Vilanova, Juan Eduardo Cirlot, Sempronio, Josep Maria de Sagarra… Sin miedo a exagerar diremos que este grupo de intelectuales bien puede ser considerado como una suerte de Escuela de Barcelona avant la lettre. Además, no debemos pasar por alto que en esa misma época y también en Barcelona coexisten otras dos iniciativas diferentes pero con un mismo afán modernizador. Por una parte, en Editorial Bruguera trabajan cinco historietistas encabezados por Escobar (además de Conti, Cifré, Giner y Peñarroya) algunos de los cuales han sufrido depuraciones por su pasado republicano y la casa editorial, como muy bien refleja Paco Roca en su cómic El invierno del dibujante (2010), se ha convertido en refugio de disidentes políticos que lucharán por un reconocimiento profesional justo. Por la otra, en un ámbito diferente, recordemos el hecho de que en 1948 nace en la Ciudad Condal la revista de vanguardia Dau al Set asociada al Grupo del mismo nombre. Grupo que no solo va a conectar con el arte más innovador de antes de la guerra bajo la tutela del incombustible Joan Miró (desde su exilio interior en su Mallorca natal) sino que a través del Club 49 y de la revista Hot Jazz va a organizar los Salones del Jazz canalizando el acceso a una música que entonces se entendía como una metáfora clara de la modernidad y que el régimen no ve con buenos ojos. Este apunte no es baladí porque Julio Coll es un apasionado del jazz y amén de hacer crítica en diversas revistas especializadas incluirá magníficas bandas sonoras jazzísticas en sus películas de la mano del proteico José Solá. No en vano en Destino colaboraban el legendario Sebastià Gasch, auténtico eslabón con la vanguardia de la República, y el poeta Juan Eduardo Cirlot, nexo con el mencionado grupo de Joan Brossa y Antoni Tàpies. Asimismo otro nombre será esencial en la red de relaciones de Coll, el músico Xavier Montsalvatge, exponente de la nueva música, y el realizador catalán con su fino olfato sabrá beneficiarse de su talento en sus films. Hemos adelantado sucintamente también su fascinación por el teatro pero para completar este aspecto añadiremos que junto al director teatral Fernando Espona monta una academia de formación de actores con una orientación parecida a la del célebre Actors Studio de Lee Strasberg donde introducen el método Stanislavski. Sus alumnos aparecerán en ocasiones en algunas de sus películas. Y para cerrar esta esquemática aproximación a la personalidad intelectual de Julio Coll hablaremos de su faceta de escritor más allá de la comentada como crítico y ensayista en tanto en cuanto publicó numerosos cuentos como 3 los cuervosSiete celdas (1946) y la novela Las Columnas de Cyborg (1972) donde se pone de manifiesto su interés por la ciencia-ficción, tema que aparecerá en otros de sus relatos aunque curiosamente muy poco en su cine.

El cine de Julio Coll

Con estos mimbres la filmografía de Coll no se puede identificar ni con cines como el de Bardem/Berlanga ni el de los exiliados (Buñuel) por un lado ni tampoco con cines como los de Orduña, Rafael Gil, o Sáenz de Heredia… por otro, por poner solo unos pocos pero significativos ejemplos. Arrancando de esa corriente de modernidad que hemos esbozado más arriba se va a acercar a los patrones del cine norteamericano a través del noir de la mano del inefable Ignacio F. Iquino, que con su Brigada criminal (1950) filmará una de las escasas muestras del thriller rodadas entonces en España. Esto le dará la oportunidad de introducirse en los ambientes sórdidos de los bajos fondos de la Barcelona de posguerra y dibujar personajes de psicologías amorales ya sean delincuentes confesos o simples rateros de ocasión y así plasmar un fresco social de acerada crítica que le permite hacer una radiografía precisa sin sacar aparentemente los pies del tiesto. Precisamente este es uno de los rasgos más interesantes del género… Si bien la censura como un estúpido podenco no va a cejar en su empeño de olisquear una y otra vez su presa, Coll sabrá muy bien zafarse de la quema con su habilidad narrativa y sus oportunas relaciones aprovechándose también de esa proverbial estupidez de sus torquemadas. Esto va a suceder con su gran Distrito quinto (1955) film que acusa la influencia del film High noon (1952) de Fred Zinnemann (donde, recordemos, late la amenaza mccarthyana) e incluso del teatral Esperando a Godot de Beckett. Y para colmo de referencias, ¿no puede especularse con que el propio Tarantino conocía esta cinta cuando filma su aclamado Reservoir dogs (1992)? En otra de sus mejores películas Un vaso de whisky (1959) las alusiones al mundo de la prostitución masculina a través de un gigoló (Arturo Fernández) le van a obligar a hacer dos copias, una para nuestro país obviando las escenas con contenido sexual y otra para Europa y, a pesar de ello, ¡qué inteligencia demuestra en lo que no nos cuenta la cámara! En la inclasificable La cuarta ventana (1961) no solo recoge la impronta del maestro del suspense de La ventana indiscreta (1954) sino que su propio título evoca de nuevo irremediablemente su pasión por el teatro que además trae de la mano de un reparto inédito a través de las tres protagonistas femeninas que no son otras que las hermanas Ruiz Penella (Emma Penella, Elisa Montés y Terele Pávez) en un claro antecedente de la televisiva Los ángeles 4 ARAUCANAde Charlie. La película, más allá de sus aciertos cinematográficos, aporta elementos extras que no son solo interesantes sino también inquietantes sobremanera. Por una parte, le cabe el mérito de ser la única vez que trabajaron juntas las citadas hermanas y por otro, como el lector ya sabe, las tres actrices eran hijas del diputado de la CEDA durante la II República Ramón Ruiz Alonso. Ahora que ya conocemos la participación de este en la denuncia que precipitó el asesinato del llorado poeta García Lorca es imposible no estremecerse con este drama “feminista” que acaba con la vida de Carlos (Leo Anchóriz) embaucador sin escrúpulos que es matado brutalmente por las protagonistas en comandita tomándose la justicia por su mano en una escena de una violencia desusada para la época. Inevitablemente la vena existencialista inherente al género negro se cuela en todas estas películas pero no debemos olvidar que la moral de Coll es de raíz cristiana y va a morigerar siempre el inevitable mensaje nihilista. Esto ha servido gratuitamente en ocasiones a sus detractores para endosarle un papel de moralista reaccionario del que el autor carece. Si no revisemos, ya apartándose del cine negro, otro de sus films más certeros, Los cuervos (1961), donde no tendrá empacho en hacer una crítica despiadada de la mezquindad de la clase empresarial. Terminamos ya mencionando el último de sus proyectos y el más ambicioso, la superproducción La Araucana (La conquista de Chile) (1971). Obviamente inspirada en el poema épico de Alonso de Ercilla va a suponer un meritorio precedente del delirante film Aguirre, la cólera de Dios (1973) de Werner Herzog y además una curiosa incursión en un género maldito en el cine español –el de la Conquista de América- que de haberse cultivado con acierto habría tenido un valor similar al del western que, como es sabido, los yanquis se inventaron para tener el Gran Cantar de Gesta del que por historia carecían (pero esto ya es harina de otro costal).

En fin, un cineasta inteligente y humanista que espera una urgente reivindicación en un mundo que sigue tristemente apostando por las banderías irreconciliables como confortables férulas para instalar su plácida comodidad burguesa y autocomplaciente. ¡Malos tiempos para la lírica y para ese prometedor libro que algunos deseamos fervientemente!

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