Francisco Caro Sierra (Piedrabuena, Ciudad Real, 1947), poeta y profesor de Historia, ha publicado hasta la fecha más de una docena de libros de poesía: Salvo de ti (2006), Mientras la luz (2007), Las sílabas de noche (2007), Lecciones de cosas (2008), Calygrafías (2009), Desnudo de Pronombre (2009), Cuaderno de Boccacio (2010), Paisaje (en tercera persona) (2010), Cuerpo, casa partida (2014), Plural de sed (2015), Locus Poetarum (2017), El oficio del hombre que respira (2017) y Este nueve de enero. Antología Poética (2019). Su obra ha recibido numerosos galardones, entre los que cabe mencionar los premios Juan Alcaide, Ciudad de Zaragoza, Ateneo Jovellanos, Ciudad de Alcalá, José Hierro, Leonor o Antonio González de Lama. Asimismo, es colaborador habitual de prensa y revistas literarias como Cuadernos del Matemático, La hoja azul en blanco, Númenor, La sombra del membrillo, Manxa, Piedra del molino, El invisible anillo, Imán, Barcarola,…
Entreletras ha conversado con Francisco Caro, una de las voces poéticas más destacadas e interesantes del panorama literario actual.
-Usted comenzó a publicar poesía en plena madurez, pero ¿cuándo comenzó a escribir poesía Francisco Caro?
-No mucho antes, apenas cinco o seis años antes de la primera publicación, realizada en enero de 2006. Lector ávido lo he sido siempre, pero el paso del poema ajeno al poema propio sucedió alrededor del cambio de milenio. No sin cierto temblor, no sin cierta desconfianza.
-¿Por qué se decidió por la poesía como forma de expresión literaria?
-No hubo decisión. Nunca tuve que elegir. El lenguaje poético fue mi casa desde el principio, sin tentaciones foráneas. Siento la poesía como algo alejado del discurso narrativo, de la trama, de la descripción. Territorios propios de otros paisajes literarios. Es cierto que, cada vez con más frecuencia, encontramos poetas que hacen expediciones al campo de la narrativa, donde la repercusión social y mediática suele compensar con más generosidad los esfuerzos. Aunque yo pienso, por los casos más próximos, que sin duda la causa es porque sienten esa urgencia, la de contar historias. Yo carezco de esa motivación, al menos en la actualidad. Me basta para mi sosiego con traer contadas las palabras con que apuntalar emociones. Creo en el poema.
-Una docena de obras publicadas hasta la fecha y varios premios muy prestigiosos recibidos. ¿Con este bagaje literario qué balance puede hacer de su trayectoria como poeta?
-Es sabido que la calidad de una obra y la obtención de premios poéticos con ella no guarda una relación tan directa como puede suponerse, lo que no empecé para que el logro de cualquiera de ellos sea un reconocimiento aventado que en cierta forma satisface. Suelo decir que los premios no deben ocultarse ni llevarse en procesión, tan sólo suponen que en un momento dado y para el criterio de un jurado concreto tu obra es más atendible que las otras con las que compite. No es criterio absoluto de calidad sino comparativo. He tenido la fortuna de que en algunas ocasiones mi aportación ha sido atendida. Los premios, más en la primera etapa, supusieron para mí una cierta dosis de confianza, que siempre he agradecido. Debo añadir que nunca he escrito para los premios, pensando o no en su obtención, sino que estos han venido a posteriori, como legítimo y alternativo camino a la publicación. Creo que se niega el principio esencial de la poesía –que no es otra cosa sino creación¬– si se escribe desde el oficio y la rutina y con una intencionalidad finalista. Casi por mitades mis libros han sido publicados unos con premio y otros sin él. En todos casos me siento satisfecho tanto de su repercusión como de la consideración que han merecido entre amigos, críticos y lectores. Sabiendo que casi siempre se reúnen los tres en las mismas personas.
-Usted declaró en una ocasión que la poesía es algo que no se aprende, se lleva dentro. ¿Cuánta poesía lleva aún dentro de sí Francisco Caro?
-Para escribir poesía es necesaria cierta técnica, eso es indudable. Dice Margarit, que los que deseen ser poetas y quieran aprender, deben tomar un lápiz y un cuaderno y copiar lentamente los grandes poemas existentes. Ese tiempo dilatado, esa lupa, les debe permitir acercarse a los centros esenciales de la construcción poética. Mi caso vino por una acumulación lectora. No obstante, me obsesiona el proceso por el que una sensación pasa de la conciencia de su percepción al papel. Crear un poema es intentar apresar un fragmento de la poesía que el aire contiene. Hace falta mirada, olfato, oído para elegir, pero también habilidad técnica para apresarlo con justeza. Algunos de mis libros tratan de esto, en especial Cuaderno de Boccaccio y Locus poetarum. Pero tengo para mí que sin tensión poética en los adentros, toda la capacidad técnica de expresión que pueda aprenderse deviene estéril, apenas una mueca, juegos de tiempo entretenido.
-¿Qué temas principales destacaría en su poesía escrita hasta ahora?
-Uno de ellos lo termino de mencionar, el milagro del hecho poético, el enigma a través del cual la mirada, la percepción, lo emotivo, logra convertirse en acto, en el objeto al que solemos llamar poema. Es lo que en el lenguaje coloquial suele llamarse metapoesía. Ese ouróboros con el que nos solemos entretener, porque nunca llegaremos a robar su secreto. Pero en general, la vida. Entendida siempre como un viaje sin excusas, al que es necesario acudir. Añadamos el amor como vuelo y como desgaste. También la memoria que nos construye y la contemplación de los instantes, de los paisajes. Como detalle, quisiera referirme a un aspecto que alguien me ha hecho notar, que es la abundancia de los nombres de meses en mis poemas. Le he intentado buscar explicación: puede que signifique el paso del tiempo por nuestra conciencia y la modulación de sus intenciones, lo que suele llamarse poesía de la edad por el profesor Morales Barba. Quiero entender que para mí es una estrategia útil por su significación, ya que a cada mes corresponde un color distinto, una espiritualidad sentida de otro modo, una disposición de ánimo característica.
-Usted es natural de Piedrabuena, una espléndida localidad de Castilla-La Mancha con mucha historia. ¿En qué medida ha influido en su obra poética la tierra donde nació y a la que sigue vinculado?
-Tuve la suerte de convivir durante años con el poeta Nicolás del Hierro, natural también de Piedrabuena y recién fallecido, lo cual ha significado para mí una fortuna, por su amistad y por su magisterio, aunque nuestras formas poéticas sean diferentes, como es natural. Por otra parte, creo que hay bastante de los paisajes de mi infancia y de los físicos de mi tierra en mi poesía, aunque debo reconocer que siempre de manera más tangencial que explícita, más como escenario que como protagonista principal de la obra. Piedrabuena, en el límite de La Mancha con los Montes de Toledo, es una zona de paisajes privilegiados y a la que sigo ligado vitalmente. Suelo decir que vivo a caballo entre Madrid y mi tierra natal.
-¿Cuánto de biográfico hay en sus poemas?
Lo justo, lo necesario para que el poema sea verdad. Sigo sintiendo pudor por los detalles, mis poemas no son en absoluto confesionales, más acá o allá de algún pequeño desahogo, licencia que se va acrecentando últimamente y de la que creo que debo cuidarme y/o curarme. No obstante lo dicho, estimo, para mi defensa, que quienes bien me conocen me reconocen en lo que escribo, lo que para mí es suficiente y garantía de no hacerlo en el vacío.
-¿Qué autores o autoras han influido más en usted?
Sin ambages: soy hijo de las generaciones del 27 y de 50, con pinceladas de la del 36 (Hernández, Rosales…), los poetas de mi siglo. Influencias típicas del tiempo de formación que me tocó vivir. También hijo de nuestros clásicos del XVI y XVII. Sin saldar esa deuda con la mejor tradición española no creo que me hubiera atrevido. Sigo leyendo a los poetas actuales y su dispersión de campos, a los traslúcidos y a los herméticos, a los vivenciales y a los metafísicos, a los espirituales y a los de la mirada crítica. A veces abandono, sin mala conciencia, algún libro antes de su final.
-Dígame, ¿hacia dónde camina en la actualidad su poesía?
-En lo que soy consciente, y manteniendo mi aversión a lo obvio en el poema, creo que voy hacia una poesía algo más cordial con el lector, según me dicen. Eso en cuanto a las formas. Por lo demás, procuro no traicionarme, pero últimamente me dejo caer en la tentación del fláneur contemplativo que se tensa en la dicotomía de los paisajes exteriores e interiores. Me doy cuenta después. Bien sabemos que uno no es dueño de lo que escribe, salvo que mienta.
-¿Cómo ve el futuro de la poesía en esta nueva era digital, donde los contenidos audiovisuales parecen ganar cada día más terreno a la palabra escrita?
La palabra no ha encontrado todavía rival en la imagen, la imagen es complementaria de la palabra, o viceversa, pero jamás alternativa cierta una de otra, más allá de algún intento. Ambas son significante y significado. Otra cosa, ante la acometida de lo digital a lo analógico, es la cuestión del papel como soporte, ese sí que está en peligro. No tan próximo como nos parecía, pero en peligro de futuro. Nuestra generación lo mantendrá, pero creo que su próxima vida será más como superviviente que como necesario. Lo digital es un cauce poderoso para la poesía, mucho más que para la narrativa. De ahí el tremendo auge de ciertas formas poéticas –¿sencillas? ¿simples?– de agitación inmediata que todos conocemos y de las que no pienso opinar. En general las redes son un gran instrumento para divulgar y conocer. Con el peligro de que lo vulgar y lo cultivado pueden aparecer a los ojos de muchos no advertidos con el mismo nivel de verosimilitud y aceptación, lo cual es un riesgo gravísimo en la formación de la opinión y la conciencia pública. Pero ese es otro tema.
-Son numerosas las voces que expresan el buen momento por el que pasa la poesía española en nuestros días. ¿Comparte esta opinión?
No. Si atendiera al número de personas que la practican, diría que sí, seguro. Existimos más presuntos poetas que los mil en cada calle que decía Lope de Vega. Y está bien que quien desee escribir poesía, o intentar escribir poesía, lo haga. Faltaría más. Pero si atendemos a la demanda social, al número de lectores avisados que los poetas convocan, no tanto. Ni el diez por ciento de los que escriben compran, difunden, leen. Y si lo hacen es más por amistad y compromiso que por devoción (salvo los que sabemos y no nombramos). Cuesta romper la sensación de secta. Y en cuanto a otros aspectos, es de notar que no existen tendencias dominantes sino una dispersión que suele ser entendida como beneficiosa, pero que sin duda viene provocada porque no existen figuras a seguir, cumbres con que cautivar, faros que iluminen. Pienso a veces en los pocos poetas españoles actuales que atraen o interesan a lectores, críticos o estudiosos de otros países, en comparación con la inmensidad de traducidos que pueblan las estanterías nacionales. La poesía española está en el momento que está: de cultivo extensivo, de generalización, pero no de intensidad. Han pasado 20 años del siglo y todavía no veo ningún poeta que pueda quedar en la memoria de esta centuria.
-¿En qué está trabajando en la actualidad? ¿Veremos pronto un nuevo poemario?
Nunca se deja de escribir, con ritmos distintos según las provocaciones con las que nos crucemos, pero siempre hay algo. Y todo lo escrito, dicen, busca camino para mostrarse. En cualquier manera el territorio de la edición lo tengo bien cubierto. Han sido doce libros en quince años. Me parece no sólo suficiente, sino excesivo. No hay urgencias, mas tampoco puertas cerradas. Y siempre en el ascético saber de que en principio nadie espera un libro nuestro y de que su momento será fugaz en el tumulto editorial que nos acorrala. Otra cosa es que, si aparece, debamos procurar que sea útil, bien recibido, que contenga algo de novedad. Repetirnos es un riesgo fácil, suele estar al alcance de todos.