El platónico Plotino avisaba de panteísmo al decir que la Naturaleza era la procesión de Dios. A esta procesión no le daba sentido ambulatorio, sino ontológico.
Hoy, después de tantos miles de años de socialización, la humanización del hombre es una tarea inacabada; seguimos en proceso. Ya no somos el troglodita paleolítico; o sí, tal vez, según y cuándo, depende. Allá, alicuando, surge un Hitler, un Stalin, un Idi Aman Dada, un Pol Pot, un Leopoldo II de Bélgica, un Somoza y tantos otros unos, que nos tiran los palos del sombrajo del narcisismo y demuestran que estamos a medio hacer, en términos de humanidad.
Sin quedarnos en los epifenómenos, accediendo a la generalidad, aun a costa de ser parcial y nada científico, la procesión actual de la humanidad configura una abigarrada mojiganga polifacética, polícroma e incluso polimorfa.
Mientras por los platós de televisión desfilan fantasmas zalameros de éxito seductor fugaz, en la oscuridad de la soledad se zambullen melindres atormentados, agónicos en el vacío de su nihilismo. Quizás, los primeros, propuestos como modelo, ahora se llaman ‘influencers’, contribuyen, sin saberlo, a profundizar la desgracia de los segundos.
Viejos y viejas pitañosos, de huesos carcomidos, arrastran los pies de su sabiduría existencial que nadie utiliza y, envidiosos, se dan a imitar a la juventud presuntuosa, ufana de su presente inefable. Todos queremos ser jóvenes de cuerpo presente: piel tersa, abdominales marcados y pelo de cualquier otro color que no sea cano.
En el desfile de todos los tiempos, figuran sabios callados, con su prudencia a cuestas, junto a eruditos a la carta, locuaces y omniscientes que trazan apotemas contundentes entre su nulidad intelectual y su ignorancia de la realidad.
Hay comparsas de personas de temple, con fuste, sólidas, cuya influencia es relativizada por mequetrefes al albur de ocurrencias inmediatas, casuales y sin futuro, siempre que sean divertidas.
Junto a hombres y mujeres de fidelidades fiables, caminan mujeres y hombres de lealtades ocasionales, que ahora muestran un pensamiento cuando son candidatos y, tras ser investidos por la confianza que se han ganado con él, cambian de criterio y avanzan en sentido contrario al que señalaron.
Aún sobreviven místicos de delicadeza extrema, a la par del barullo orgiástico de las salas liberales y los cuartos oscuros. Los primeros pueden, o no, ser religiosos; pero, cultivan la espiritualidad: Los segundos hacen del hedonismo religión y convierten la sensualidad en liturgia.
Hay gigantuelos murmuradores, que utilizan las aspas de su molino quijotesco para aventar inmundicia y cobran por ello. A su lado, vive gente de respeto, que emplea la empatía para llegar a la comprensión de las singularidades de los demás, sus contradicciones, ideales, frustraciones y delirios.
Podemos encontrar gente honesta, casi cándida, altruista que se dedica a la cosa pública con vocación de servicio y afán sacerdotal, que navega contra la corriente de pícaros sin escrúpulos, que avarician el poder, para tener para sí más poder.
Y es que hay gente para todo. El reto de cada uno es determinar dónde quiere estar, con quienes quiere juntarse y cuál camino escoge, dejando para los canguros el saltar de uno a otro.