El arte no es una alegría, ni un placer, ni una diversión; el arte es una gran cosa. Se trata de un órgano vital de la humanidad que transporta al dominio del sentimiento las concepciones de la razón. (León Tolstoi, ‘¿Qué es el arte?’)
Como todos los años he pasado unos días de descanso en la tierra en que transcurrió mi infancia, en Águilas. Hoy que todo es de usar y tirar, desechable, con fecha de caducidad y, donde la memoria se bate herida en retirada, me he sentido aliviado en mis tribulaciones al comprobar que todavía permanecen vínculos profundos que hacen de la memoria un asidero firme.
La presencia viva del recuerdo, hay ocasiones en que logra imponer su ley. A comienzos de este turbulento, violento y banal siglo, un mes de agosto se nos fue Paco Rabal. Por ironías del destino vino a morir en Burdeos, al igual que su admirado Goya, del que hizo en el film de Carlos Saura un retrato memorable y duradero.
Paco Rabal nació en Águilas en 1926. Ver la luz en un determinado lugar tiene la importancia que tiene. En algunos casos, sin embargo, se establecen lazos especiales, una relación estrecha y afectiva entre una persona y el lugar en que nació, elevando ese hecho casi a nivel simbólico y convirtiéndolo en un vínculo indestructible.
Su presencia en Águilas está hoy tan viva o más que hace dieciocho años. La Casa de la Cultura lleva su nombre y está enclavada, por cierto, en la Plaza Asunción Balaguer, su compañera. Nació en la Cuesta de Gos, sus restos se depositaron en Calabardina, bajo un almendro, aunque posteriormente fueran trasladados al cementerio de Águilas.
Paco Rabal no fue sólo un gran actor, fue también un ciudadano comprometido y un luchador en pro de la democracia por lo que tuvo que pagar una factura en forma de prohibiciones, ‘castigos’ y descalificaciones, por parte de la dictadura.
Águilas se siente orgullosa de su hijo predilecto. Si hubiera que señalar un ilustre paisano todos destacarían la figura de Paco Rabal. ¿Cómo se manifiesta y testifica esta admiración? De muchas formas. Su casa en Calabardina llevaba el nombre de Milana Bonita, lo que nos trae inmediatamente al recuerdo el personaje de Azarías de los Santos Inocentes, la novela de Miguel Delibes que llevó al cine Mario Camus y que ha quedado en el imaginario colectivo de varias generaciones. ‘Milana Bonita’ se llama también una Asociación Cultural destinada a mantener vivo su recuerdo y a que varias generaciones de aguileños tengan la oportunidad de conocer sus películas e interpretaciones inolvidables.
Se proyectaran este verano dos películas en las que, junto a Paco Rabal aparece su entrañable amigo Fernando Rey, hijo del Coronel Casado: Las aventuras del Marqués de Bradomin dirigida por J.A. Barden en 1969 y Viridiana de Luis Buñuel en 1961, galardonada con la ‘Palma de Oro’ en el Festival de Cannes, que la censura franquista impidió que pudiera verse en España dando, una vez más, prueba de su estupidez, de su falta de miras y de su inagotable capacidad de hacer el ridículo.
Por estas razones y otras muchas, algunas de las cuales iremos desgranando en estas páginas, el pueblo de Águilas venera a Paco Rabal y lo considera su emblema y su estandarte. Sintió sus éxitos como propios en vida y, ahora cuando nos falta, lo homenajea constantemente con el recuerdo y la admiración.
Se sigue recordando su voz tan peculiar, original, profunda y afectuosa. Todavía se puede escuchar a aguileños que comentan ‘era genial y era de aquí’.
Conociendo a Paco Rabal no es aventurado señalar que en ocasiones, la imaginación iba delante de la razón. Dotado de una gran sensibilidad sus intuiciones interiores eran el reflejo del fluir de una conciencia lúcida en la que, más pronto o más tarde, había lugar para un sentido del humor mediterráneo.
Porque, digámoslo ya, fue un hombre hecho a sí mismo. Alguien que se supo moldear y construir. Naturalmente que utilizaba máscaras, pero tan pronto como lograba una proximidad o un acercamiento al otro, las arrojaba con presteza. Gustaba de la sorna y de la ironía al modo del Juan de Mairena machadiano. Si algo despreciaba era el señoritismo.
Tuvo que luchar, a brazo partido, por la supervivencia en años obscuros y difíciles… pero hasta eso lo hizo con gracia. Sin traer estas reflexiones al terreno metafísico no sería ocioso decir que en él se daba lo uno y lo múltiple o que la apariencia plural nunca lograba disimular su radical unidad. Sabía muy bien quién era y de dónde venía.
Los acontecimientos lo llevaron de aquí para allá. Supo aprender de la vida y procurar extraer de cada experiencia sus aspectos más ricos y fecundos. Aprovechó muy bien los consejos que siendo apenas un muchacho le dio el poeta y crítico literario, de la Generación del 27, Dámaso Alonso.
Tuvo presente que podían leerse en el pasado las huellas de tantas cosas que nos ayudan a entender el presente… y a vivirlo. Fue agudo y cuando la ocasión se presentaba sabía ser ocurrente. En un cruce de caminos es importante lanzar con arrojo la moneda al aire y si la moneda no está trucada se puede llegar lejos.
Aunque exista quien no logre entenderlo la vida necesita de metáforas. Para salir del laberinto en que la credulidad, la ignorancia y un uso interesado y perverso de la tecnología nos han arrojado, quizás sea necesario ante todo, recordar a contra corriente que una palabra a tiempo vale más que mil imágenes. Hoy es más urgente que nunca delimitar una hoja de ruta y seguir un hilo de pensamiento que no tiene porque ser necesariamente el ‘hilo de Ariadna’ pero no está mal que lo sea.
Francisco Rabal creyó y practicó una demofilia serena y supo estar siempre ‘más acá o más allá’ de cualquier tipo de elitismo. Hace dieciocho años que nos dejó. El pensador y filósofo italiano Antonio Gramsci acostumbraba a comentar que ‘lo viejo se resiste a morir y lo nuevo no termina de nacer’. Probablemente llevamos mucho tiempo en esa encrucijada y hemos de salir de ella porque el presente no sólo es incierto sino que crecientes peligros acechan por doquier.
Racionalistas e idealistas modernos dan al escepticismo un valor negativo. Un poco de saludable escepticismo es necesario para poder soportar tanto dogmatismo, tanta estúpida credibilidad y tanta petulancia vacía y satisfecha de sí misma. La duda es entonces una actitud natural aliada a lo mejor de la historia del pensamiento.
Sigamos hablando de Paco Rabal, de la historia del cine español y de las múltiples facetas en las que destacó. Tuvo la fortuna de estar a las órdenes de Luis Buñuel, Carlos Saura, Pedro Almodóvar, J.A. Barden, Luchino Visconti o Gilo Pontecorvo entre otros, es decir, lo más granado y vanguardista de los directores con genio y personalidad del siglo XX.
Su impronta en el cine, en el que logró tantos y tan merecidos éxitos, no puede ni debe hacernos olvidar su andadura teatral que se puso de manifiesto con su interpretación en La muerte de un viajante de Arthur Miller o en el Teatro Romano de Mérida con su sobresaliente encarnación de Edipo Rey por no señalar más que otro éxito citaré el obtenido en el Teatro Español con La vida es sueño de Calderón de la Barca, donde dio vida a un inolvidable y sufriente Segismundo.
Bueno es que recordemos su compromiso ciudadano y democrático. Cuando se anunció que en la Marina de Cope, un idílico paraje en las proximidades de Águilas, iba a instalarse una Central Nuclear, no dudó en estar presente en las movilizaciones y protestas, que finalmente se saldaron con la retirada del proyecto.
No fue un hombre vanidoso, sin embargo, agradeció el reconocimiento que supuso el ser investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Murcia. Quizás un galardón que recibió con sumo agrado fue el de Interpretación que le fue concedido en 1984 en Cannes por su papel de ‘el Azarías’ de Mario Camus, adaptación de la novela Los santos inocentes de Miguel Delibes. ¡Cómo no recordar su presencia, socarrona y genial, en la serie de televisión Juncal¡ o su papel en Truhanes, film de Miguel Hermoso que en sí mismo constituye un homenaje. En Méjico aún se recuerdan sus señeras apariciones en películas de Buñuel.
No solo se vio obligado a hacerse a sí mismo, sino que con una encomiable fuerza de voluntad, fue capaz de superar las adversidades que la vida le proporcionó como el grave accidente y la cicatriz que marcaron su rostro y que estuvieron a punto de acabar con su carrera.
Poco antes de su fallecimiento recibió un reconocimiento por ‘Toda una Vida’ dedicada séptimo arte en el festival de Montreal. Precisamente en el vuelo de vuelta, la muerte lo sorprendió.
Es sencillamente enternecedor el recuerdo imperecedero con el que Águilas homenajea constantemente a Paco Rabal y que se hace especialmente visible durante el verano, cuando la oportunidad de dar a conocer mediante conferencias, debates o proyección de películas se comparte con los miles de visitantes de la ciudad costera.
Sirvan las anteriores páginas para recordar, con pasión, la entrañable figura de Paco Rabal que hoy, transcurridos dieciocho años de su muerte, está más viva que nunca.