noviembre de 2024 - VIII Año

Anna María Ludovica de Medici y los Uffizi

Monumento a la inquietud
en una plaza redonda
Manuel Altolaguirre

flore med 1Florencia es una ciudad especialmente cordial. He pateado miles de veces sus calles… y me he detenido en cientos de sus rincones. Florencia es el Renacimiento. Allí se respira un aire inconfundible a historia viva. Todo es armonía y vitalidad contenidas.

La figura de Anna María Ludovica de Medici (1667-1743) probablemente sea desconocida para muchos. La pátina del tiempo la ha envuelto en un halo de reserva y discreción. Un tanto melancólica, era poco dada a exhibiciones… tenía, eso sí, una rica vida interior.

La imagino en sus aposentos del Palacio Pitti o en sus jardines, al final de su vida, debilitada por una larga enfermedad. Esta gran mujer tuvo el gesto de donar a la ciudad de Florencia y a la Toscana el impresionante legado artístico que, generación tras generación, fueron acumulando los Medici.

Esa donación fue, nada más y nada menos, que el origen de la actual Galería de los Uffizi, uno de los lugares más emblemáticos de una ciudad que cuenta sus tesoros artísticos y arquitectónicos por miles.

Pongamos rostro a Ludovica. Recorriendo las salas del museo podemos tropezar con un lienzo de Jan Frans Van Douven donde se aprecia la figura altiva, orgullosa, inteligente y llena de energía en un retrato junto a su esposo el Elector palatino Juan Guillermo Pfalz-Neuburg.

Esta imaginativa y creadora ciudad toscana debe mucho a los Medici, que durante varios siglos la vieron crecer, la ampliaron, la embellecieron y contribuyeron a dotarla de ese señorío y de esa grandeza de la que hoy disfrutamos.

La ciudad del Arno no deja a nadie indiferente. Sus raíces son hondas, están asidas al tiempo. No se hacen visibles pero están ahí para traernos al presente el testimonio de lo que fue. Deteniéndose en su casco histórico, por ejemplo, en las inmediaciones del puente Vecchio, se tiene la sensación de que el pasado está vivo.

Fuera de las rutas previsibles, una y mil veces trilladas y de los tópicos al uso, para conocer una ciudad puede emplearse el catalejo o el microscopio. Mediante el primero, obtenemos una visión de conjunto pero a distancia, mediante el segundo, quisiéramos que no se nos escapara ningún detalle ni una sola tesela del mosaico. No está mal usar el catalejo pero Florencia es mucho más de microscopio, de atención minuciosa y de procurar que no se nos vaya ni un detalle… porque en cada detalle hay mucha historia y mucha vida.

Continuemos nuestra aproximación a esa desconocida e inteligente figura que es Anna María Ludovica de Medici. Tuvo no pocas facetas, lo que la hace particularmente más interesante. Puede decirse que su carácter era fuerte, que fue generosa y, al mismo tiempo, soberbia, no daba su brazo a torcer fácilmente y, en cierto modo, sintetizaba los defectos y virtudes de la estirpe medicea que tuvo sus momentos de esplendor… y decadencia.

A Ludovica le tocó clausurar la historia de una familia que fue inseparable del destino de Florencia durante siglos, probablemente los más decisivos y los de mayor brillo y relieve.

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Puede afirmarse que poseyó, en buena medida, lo que no dudamos en calificar de virtudes republicanas; florentina como Maquiavelo, utilizó su inteligencia para sobrevivir, para intrigar y para lograr que alguno de sus proyectos saliera adelante… aunque no consiguió evitar que otros chocaran contra muros impenetrables y se extinguieran.

1737 es un año que los florentinos guardan gozosamente en la memoria. Anna María Ludovica de Medici era una mujer de firmes convicciones, no se intimidaba ante las dificultades y luchaba denodadamente a la hora de defender lo que creía esencial e importante para su ciudad y para la memoria de su familia. Ese año suscribió un acuerdo con Francesco Stefano di Lorena, esposo de la Emperatriz María Teresa de Austria, perteneciente a la familia que sustituía en el gobierno de la ciudad a los Medici, para ceder lo que hoy llamaríamos, su patrimonio artístico a la Ciudad de Florencia, con la condición de que no saliera nunca de ella. Lo que era particularmente importante cuando las pinturas, las esculturas, las diversas bibliotecas y las joyas corrían el peligro de ser vendidas para contribuir a sufragar las deudas de guerra de los austriacos. Fue complicado atrincherarse y defender, con uñas y dientes, el cumplimiento del acuerdo. En buena medida lo logró y para la posteridad ahí está el nacimiento, nada menos, que de la Galería de los Uffizi.

Ha habido en otros momentos históricos muchas más relaciones entre la República de Florencia y España de las que a simple vista parece.

Los Medici y sus adláteres en más de una ocasión, actuaron como banqueros de los Habsburgo (Carlos I y Felipe II), para nosotros Austrias. Por otra parte, la influencia política y militar de nuestro país en la Toscana fue notoria. Como es harto conocido, el esplendor cultural de Florencia, debido en parte a la fragmentación de Italia en pequeños estados no iba en absoluto acompañado ni de un peso político ni de influencia alguna en los ámbitos en los que se tomaban las decisiones cruciales. Más no por eso, podemos dejar de valorar que los Medici fueron los mecenas de algunos de los más importantes artistas del Renacimiento como Alessandro Botticelli, sin ir más lejos.

No me resisto a compartir con los lectores la impresión que me causaron un par de libros sobre la República de Florencia y la influencia y poder de los Medici. El primero de ellos es el de Acton Harold, The last Medici, Londres Faber&Faner 1932, que con el rigor acostumbrado de los británicos al realizar prospecciones históricas, ofrece una información completa y convincente para aproximarnos a la época vespertina de los últimos Medici y a la sociedad y cultura en la que se desenvolvió Ludovica. El segundo es el de Conti Giuseppe, Firenze dai Medici ai Lorena Florencia, Giunti 1909. Ambos fueron escritos no muy avanzado el siglo pasado, más no por eso dejan de tener un elevado interés. El de Conti podemos considerarlo un clásico. Pone énfasis, pasión y rigor a la hora de analizar ese periodo de transición de los Medici a los Lorena.

Hay que actualizar y traer al presente la figura de Anna María Ludovica de Medici que yace sepultada en el mediccifondo del tiempo. Vivimos un presente, en buena medida banal, caracterizado por la ausencia de inquietudes, la impericia y la indolencia, donde los tópicos se imponen al razonamiento sereno y escudriñar el pasado carece de todo interés. Los márgenes de libertad cada vez son más exiguos y se extiende un adocenamiento progresivo como demuestra los estragos que causa el turismo masivo a los cascos históricos de tantas ciudades.

Irremediablemente, parecemos encapsulados en nuestra ignorancia del pasado que nos impide conocer, críticamente, el presente. Nuestra situación es similar a la de una campana de vacío observada desde fuera y donde las conmemoraciones dan vueltas, como polillas alrededor de la luz, atolondradamente.

Tener sentido histórico es abrir los ojos de la inteligencia a las exigencias del pasado, que nos llevan a comprender quiénes somos y a conocer los cimientos que nos han traído hasta aquí para hacer frente críticamente a lo que los postmodernos, más triviales, han caracterizado como ‘segmentos del azar’.

Ludovica fue una mujer muy italiana, activa y brillante que pertenece, por derecho propio, a lo que podríamos calificar de estilo de vida pre-ilustrado. Fue hija del Gran Duque Cosimo III y tuvo la determinación, el coraje y la visión de futuro de legar en su testamento, sus colecciones artísticas al estado Toscano.

Puede afirmarse, con toda justicia, que fue una gran mecenas, tanto en su Florencia natal como en Düsseldorf, capital de los Estados que gobernaba su marido. Alrededor de ella, se movían siempre músicos, dramaturgos, pintores…

En la corte del Palatinado, utilizó su influencia para levantar un teatro en el que se representaran las obras de Molière, uno de sus autores predilectos, y en el ámbito musical se trajo a Fortunato Chelleri, al que nombró ‘maestro di Cappella’.

A la muerte de su esposo regresó al florentino Palazzo Pitti y se dedicó, con singular denuedo, a la reorganización y clasificación de sus colecciones de arte para preparar minuciosamente, el ‘Pacto de Familia’ que garantizase su permanencia en suelo toscano.

La próxima vez que visite la Galería de los Uffizi, recuerde como nació y reserve algunos minutos para contemplar el lienzo de Jan Frans Van Douven, donde pueden apreciarse algunos rasgos de la personalidad y el carácter de Anna María Ludovica de Medici.

Las ciudades también tienen su historia. No es cierto que Florencia sea ajena al paso del tiempo sino que fueron gobiernos republicanos, durante un prolongado periodo de la historia, los que la forjaron y contribuyeron a darle su personalidad, su empuje y su belleza.

Cuando la pateamos con detenimiento, hemos de observar que el pasado pervive en el presente y que el ‘hogaño’ debe al ‘antaño’ más de lo que parece. Con sus contradicciones, sus diversos semblantes y sus claro-oscuros, me siento muy identificado con Florencia… y siempre que vuelvo a ella guardo un recuerdo para esa gran mecenas que fue Anna María Ludovica de Medici.

¡Ojala! Que esta pequeña contribución sirva a ese propósito.

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