abril de 2025

PASABA POR AQUÍ / Día de la poesía

Detalle de la tumba de Urraca López de Haro, cuarta abadesa de la Abadía de Cañas (La Rioja). Talla de Ruy Martínez de Bureba (1272)

Está muy bien eso de dedicarle un día a la poesía, pobrecita ella, tan olvidada, tan vilipendiada por ignorantes personas de provecho, y al mismo tiempo tan envidiada por muchos que aparentan despreciarla.

Tradicionalmente, celebrábamos en España el día de la poesía el 14 de diciembre, que es la fecha de la muerte, en 1591, de San Juan de la Cruz, patrón de los poetas en lengua española, castellana si se quiere.

Pero llegó la UNESCO, tan ilustrada ella y ajena al santoral, y decidió dedicarle el día del equinoccio de primavera, el 21 de marzo, aunque la primavera que llaman astronómica, la muy díscola,  sufre trastornos de personalidad y empieza en fechas diferentes, según le da la gana. Y digo yo que si el patronazgo de un santo puede considerarse demodé, tampoco es muy oportuno eso del equinoccio primaveral porque invita a relacionar la poesía con el «primer verdor» (etimología de primavera) lo que supone suma y sigue al rumor de que la poesía es el paisaje, las flores, lo bucólico y, según los mejor informados, lo más cursi de lo cursi, cuando eso es sólo una ínfima parte, y no la mejor, del arte de las musas. Cito musas en plural porque son varias las que se dedican al patronazgo poético en sus distintos aspectos —Calíope, Erato, Polimnia, Talía y Terpsícore—. Enchufados nos llaman el resto de los artistas a los poetas; mucho enchufe y poca ganancia, digo yo.

Pero, insisto, llega la Unesco y eleva internacionalmente el asunto, poniéndose en plan floripondio repelentemente y manido, y nos endosa la primavera como símbolo, olvidando que los campos de la creación poética van infinitamente más allá de la hierbas silvestres, el acné de los adolescentes,  los «rosados dedos de la Aurora«, que diría Homero, y los incontinentes efluvios amorosos mal llamados románticos. Todos sabemos que el romanticismo es algo mucho más potente y revolucionario que poner los ojos en blanco y decir «te quiero mucho, chati «… pero qué se le va a hacer.

Como tantas veces se ha dicho, lo ideal sería que no se necesitase celebrar un día anual de las cosas que parecen necesitarlo porque ya no lo necesiten —valgan de ejemplo sangrante el Día contra la Violencia de Género o el día contra el Hambre en el Mundo—, y en ese deseo me encantaría que no hubiese necesidad de celebrar el de la poesía, porque la humanidad hubiese ya asumido que es algo de todos los días, de la necesidad constante y natural, como el comer o el respirar.

Pero no hay manera. La humanidad sigue siendo de un prosaico que da pena, sigue considerando la poesía como un arte excelso, en el mejor de los casos, o inútil en el peor, pero siempre minoritario y alejado de la vida —nada más erróneo—, nunca como una necesidad básica del espíritu, hermana mayor de las otras artes que beben en ella tantas veces.

Así que hay que dedicarle un día al menos, para que los devoradores de novela de moda, los lectores de prosa en vena y, no digamos, la inmensa cantidad de analfabetos funcionales, recuerden que la literatura nació de la mano de los versos y que la poesía es mucho más que un suspiro o la repetición de sentimientos manidos y puede ser —lo es muchas veces cuando es buena— la expresión más alta del espíritu humano, de su libertad, de su conciencia, de sus emociones más intensas y de su más certera visión del mundo.

En todo caso, y mientras siga siendo «necesario» establecer un día de la poesía para que poetas, editores y algún que otro preboste de la cosa cultural puedan festejarse unos a otros, propongo que, de no volver al día de gran místico universal, se cambie la fecha y se celebre, por ejemplo, el 14 de octubre que es cuando murió el príncipe de los poetas, Garcilaso de la Vega, tras recibir una pedrada francesa, o el 14 de abril que es el día en que Maiakovski decidió que estaba «en paz con la vida» y se descerrajó un tiro, o tres días después, el 17 de abril —aquí también se ronda la dichosa primavera— que es cuando acabó de verdad el Siglo de Oro español, con el fallecimiento de la guapa y aún joven sor Juana Inés de la Cruz, harta de que los poderosos de su tiempo la ninguneasen.

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