No le hacía falta grandes aspavientos, su sola presencia era todo un paisaje de autenticidad, desde ese personaje magnífico en Bonnie and Clyde, de Arthur Penn, a La conversación de Coppola. Fue en esta última película donde descubrimos cómo crecía su personaje, el hombre que escucha, un hombre introspectivo que queda agazapado en la sombra del viento.
Hackman era infalible, como Popeye en French Connection, tan lúcido y seguro de sí mismo que corría por las calles persiguiendo al personaje que manejaba la droga, el estupendo Fernando Rey. Pero fue también un defensor del mundo de color en la inolvidable Arde Mississippi, al lado de Willem Dafoe.
Fue buen amigo de Dustin Hoffman, además estuvo soberbio en La aventura del Poseidón, en aquel cine de los setenta en el que el cine de catástrofes triunfó. Pero Hackman era mucho más, capaz de interpretar a malvados, a hombres buenos, al mismo Lex Luthor en Superman. Siempre gozó de un sentido del humor que se filtraba en su sonrisa de hombre sencillo, llano, del americano medio.

Y trabajar con Eastwood y lograr en Sin perdón un papel magnífico, ese sheriff cruel y salvaje que no le costó ningún trabajo interpretar, porque su prestancia valía para cualquier papel, de bueno o de malo. En algún lugar está el actor que ha ennoblecido con su capacidad para las películas de acción, pero también para la comedia, el arte de interpretar.
Parece que lo veo mirando a Ellen Burstyn, cuando le dice que ya no la ama y prefiere a Ann Margret, porque el matrimonio ya se ha roto por la costumbre y la rutina. O le contemplo en Muerde la bala, junto a Candice Bergen, esa magnética actriz de finales de los sesenta y principios de los setenta, que volvería a trabajar con él en De presidio a primera página, o en esa magnífica cinta bélica llamada Un puente lejano.
Y en Marchar o morir, vemos al actor en el desierto, siempre solvente, ocurrente, digno.
Ha vivido noventa y cinco años y lo han encontrado muerto junto a su esposa y su perro, un final extraño para una gloria del cine, un actor de leyenda, de los que ya apenas quedan. De la generación de Eastwood y Duvall, Hackman seguirá siento Popeye, Lex Luthor o el hombre que escucha en una habitación, porque nunca quiso brillar demasiado, para eso estaban otros, más vanidosos y peores actores.