marzo de 2025

PASABA POR AQUÍ / ¿Adónde diablos va la poesía?

Detalle de la tumba de Urraca López de Haro, cuarta abadesa de la Abadía de Cañas (La Rioja). Talla de Ruy Martínez de Bureba (1272)

Pues os voy a ser sincero. Va donde le da la gana, que para eso es muy suya y acude al poeta cuando ella quiere o lo abandona cuando le parece.

Como decía León Felipe, los poetas somos un embudo por donde sopla el aire (léase poesía), y nosotros nos limitamos a ponerla en el papel o en la voz. Aunque, eso sí, el efecto embudo del poeta supone estar atento, recibir ese aire, el intangible aliento que es la poesía y manipularla en el interior, buscar la forma adecuada, quitar lo que sobre —casi siempre sobra algo—; añadir lo que necesite —por lo general muy poco—, y entonces ya se puede transmitir y dejarla en las manos del que la necesita.

Pero últimamente se repite con demasiada frecuencia que cualquier soplagaitas pone en un papel lo primero que se le ocurre, sin la más mínima elaboración, según le viene, sin tener detrás un buen poso de lecturas, de información literaria (no digo formación en general, que también es imprescindible a quien escribe) y suelta sus simplezas como si fuesen perlas maravillosas cuando no son más que eso: simplezas.

Y hete aquí que las redes sociales, expertas en la masificación de las memeces y la inmediatez irreflexiva disfrazada de espontaneidad glorifica esas simplezas y pretende elevarlas a la categoría de arte.

Y así tenemos auténticas vulgaridades usurpando el apellido de poesía sin mérito alguno, tan sólo por el hecho de que mucha gente la ve y mucho mentecato sin criterio pone manitas aplaudiendo, pulgares para arriba, corazones y caras sonrientes.  Es decir, la ignorancia ensalzando a la ignorancia.

Y lo peor no es eso, lo peor es cuando gentes a las que se supone conocimiento, sensibilidad, capacidad crítica y categoría intelectual, caen en la trampa y dan su visto bueno a la chorrada, la simpleza y la pretenciosidad —a veces lo que hay detrás es negocio editorial o cualquier otro tipo de chanchullo—. Ahí la poesía se echa las manos a la cabeza y sale corriendo, dejando tras de sí la vulgaridad y la estupidez para que no la contaminen.

Valga un ejemplo de hace unos años: el Premio Espasa de Poesía de 2020, otorgado a un tal Rafael Cabalier, tipo con muchos seguidores en Instagram, Twitter (ahora X) o Facebook, del que llegó a sospecharse que fuese un «bot» (o sea un robot informático) o una invención editorial pero que, aclarado en su día que era un joven venezolano de 34 años, tiene de poeta lo que yo de sexador de pollos.

Resulta inconcebible que Luis Alberto de Cuenca, Marwan, Ana Porto, Alejandro Palomas y Ana Rosa Semprún, otorgaran aquel sustancioso premio —20.000 euros— a un tipo que escribe estas cosas (transcribo literalmente):

Hay personas que son magia,
por las que darías
la vuelta al mundo
por un abrazo
Personas que son
nuestro cielo

o

Porque un abrazo bien dado
tiene el poder de
detener el tiempo,
suturar heridas
ser paréntesis en el lío
que llevas en la cabeza.

No sigo porque el ordenador, acostumbrado a la poesía de verdad, empieza a mirarme con malos ojos. Premiar esto me parece una estafa absoluta a la literatura, al aliento poético, a la capacidad de reflexión del arte y al simple buen gusto.

Menos mal que se dijo que el premio era por mayoría, porque al no alcanzar la unanimidad se supone que quedaba algo de sensatez en algún miembro del jurado.

¿Qué vieron en estos versos los que le premiaron? Conste que los llamo versos más que nada porque los renglones están escandidos en pequeños tramos, por cierto, de cualquier manera. La editorial no se cortó un pelo al decir: «Su poesía tiene un tinte juvenil y motivador, fresco y urbano, con cientos de miles de seguidores».

Entiendo que es lo último, sus miles de seguidores, lo que interesó a la editorial convocante porque así vendería muchos libros, pero nada de lo otro, porque no es juvenil (el consejo de los abrazos podría decirlo cualquier abuela), no es fresco (cosas como estas se vienen diciendo desde el pleistoceno), no es urbano (a menos que entendamos que urbano es sinónimo de vulgar) y no motiva ni siquiera una milésima parte de lo que motivaron Pedro Salinas, César Vallejo o Antonio Machado, por citar sólo tres.

En los siguientes tres años, el premio de poesía de tan reconocida editorial ha seguido en esa línea más sospechosa de buscar el negocio, relacionado con los seguidores en redes, que de calidad, aunque no tan descaradamente porque se ven ganadores con algo más de interés. Algún día hablaremos.

A fin de cuentas, lo peor es que la poesía, desde bastante antes de aquel 2020 y aún hoy, tiende a ir por esos vulgares derroteros, bendecida por premios desconcertantes, apoyada por el interés del negocio editorial, manipulada en algunos premios institucionales por intereses espurios que soportan nuestros impuestos, aplaudida por los que ni saben ni entienden ni tienen el gusto mínimamente educado y jaleada por esta sociedad insustancial, precipitada e inculta.

Puedo ser exagerado, no estar en la onda, tener envidia de los 20.000 euracos o haberme quedado anticuado en esto de la poesía, pero no soy gilipollas ni me apetece dar por buena cualquier modernez: La poesía de este tipo, abundante como la mala hierba, es una chorrada tan grande como un piano de cola desafinado.

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