
En el verano de 1824, una pequeña localidad del interior de Polonia, a unos doscientos kilómetros de Varsovia, Szafarnia, acogería el improvisado recital de un joven de catorce años, el señor Pichon [obsérvese la ingeniosa inversión de las sílabas], consciente ya del efecto sobre el público de la vacía música virtuosa frente al sentimiento de la música popular:
Correo de Szafarnia
Noticias del interior
15 de agosto de este año: el señor Pichon ha interpretado un concierto de Kalkbrenner delante de numerosos personajes [personnages] y medio-personajes [demi–personnages]. Esta obra no ha tenido tanto éxito, sobre todo, entre algunas pequeñas figuras, oyentes de menor importancia, como [la mazurka d]el Pequeño judío, que el mismo señor Pichon interpretó a continuación,
F. Chopin a su familia,
19 de agosto de 1824


Mazurka, Op. 17: No. 4 in A Minor
Diez años más tarde, esta obra se publicaría en París dentro del Op. 17 como símbolo del ahogado lamento del alma eslava a partir de una velada frase inicial [en la imagen anterior], con un canto oscuro, casi murmurado entre dos voces estáticas, pianissimo y sotto voce, en forma de letanía.
Fue entonces cuando Chopin triunfó en los salones parisinos de manos de estas pequeñas obras populares, que hicieron las delicias de los grandes compositores del momento:
Hay detalles increíbles en sus Mazurkas; sin embargo, [Chopin] todavía ha encontrado una manera de matizarlos aún más, con el toque de los martillos sobre las cuerdas del piano, hasta tal punto, que uno está tentado de acercarse al instrumento y escuchar como lo haría en un concierto de sílfides o fuegos fatuos,
Berlioz, Le rénovateur,
15 de diciembre de 1833

Casi ciento cincuenta años después, entre octubre y diciembre de 1976, otro compositor polaco, Henryk Gorécki, escribía una enorme obra orquestal bajo el precepto de la simplicidad, alejado ya de la vanguardia dodecafónica que había cimentado los inicios de su carrera. La Sinfonía de las lamentaciones pretendía recordar a las víctimas de las guerras en un país privado de los derechos más elementales, pero, en especial, a los más vulnerables, los hijos separados de su madre.
Con una plantilla orquestal gigantesca y la participación de una voz femenina, el primero movimiento, Lento, sostenuto ma cantabile, contiene un lamento del siglo XV atribuido a la Virgen; el segundo movimiento, Lento e largo, tranquilissimo, se articula a partir de la inscripción de una oración a la Virgen en la pared de una celda, adonde la joven Helena Blazusiakówna había sido confinada por la Gestapo, y, finalmente, en el tercer movimiento, Lento, cantabile-semplice, una madre lamentaba la muerte de su hijo soldado a manos de los alemanes en la era de los levantamientos de Silesia (1919-1921), al ritmo de una humilde canción popular procedente de Opole.
El inicio de la Mazurka en La menor de Chopin, la del “pequeño judío”, abría este último movimiento con las mismas notas, en la misma tonalidad, registro y disposición del acorde, a modo de ritornello, como un ostinato interminable de infinita tristeza:
Symphony No. 3, Op. 36: III. Lento – Cantablile Semplice
Gorécki apenas había conocido a su madre, que fallecía a los dos años de su nacimiento. Tal vez, la evidente evocación de la Mazurka del pequeño judío de Chopin en su sinfonía tuviese alguna significación, más allá de la alusión a la música popular polaca, la de una nación largamente oprimida por sus poderosos vecinos, representada de manera profética en la vulnerable figura de un niño, a imagen y semejanza de la misma Polonia.
De hecho, unos doce millones de menores huérfanos vagabundeaban por la Europa asolada al término de la Segunda Guerra Mundial, como el pequeño judío en la recóndita Szafarnia de 1824, mucho antes de la debacle.