Madrid, cittá aperta. Madrid se ha vuelto muy grande. Dicen que ya está a la altura de Londres y París. Toda una gran metrópolis, en su éxito.
Sin embargo, calladamente, sin estridencias, elegantes y solo conocidos por unos cuantos, viven sus genios.
Muchos no son de Madrid, muchos vienen de fuera, pero ya como si lo fueran porque Madrid es ciudad abierta.
Voy a citar algunos, de pasada, sin jerarquías ni distinciones: son genios en su especialidad genial.
Carlos Dorvier, Germán Ubillos, Rafael Bittini, Luis María Compés, José Luis Anta, Gloria Nistal, Clara Villavieja, Myriam García Carromero, Juan Carlos Fayos y bastantes más.
Hoy, voy a poner el foco en la genial Alicia Ríos Ivars. En Madrid, somos sencillos. No flasheamos todo acontecimiento viviente. Hollywood queda muy lejos.
No obstante, Alicia ha recibido la Medalla de la Reina de Inglaterra, ha “devorado” con su arte de cocina grandes ciudades, como Londres, Melbourne, e incluso Madrid.
Sus performances antropológicos artísticos culinarios son llamados urbanofagia: un arte efímero que combina la cultura y la gastronomía para crear ciudades comestibles cuyo fin es ser devoradas en actos multitudinarios. Ella es una “international food artist”.
Excursus: Si Alexander von Humboldt pasara por Madrid, sin duda la descubriría y ambos tendrían una placa en el Madrid castizo. Siempre que viajo por todo el ancho mundo, soy poeta viajera, me encuentro la huella de mi bien amado von Humboldt.
Me entusiasma ver a Alicia Ríos en Madrid. Y no digamos, en La Casita Blanca bajo el Peñón de Ifach, su raíz. Allí, ella es puro Mediterráneo. Es lo que es Alicia: un paradigma mediterráneo.
He escrito un relato lírico y sentimental para ella, Amor en vilo:

Cuando todo duerme,
me levanto
y contemplo,
al amanecer,
sus cosas:
el libro que lee,
la pintura que gusta,
las flores de su mesa,
las cortinas nuevas,
el verde mantel,
los huevos pintados…,
la jungla de sus objetos-huella.
Y me convierto en detective
de su felicidad.
Viviría sólo
en contemplación de:
sus colores,
su orden,
su facilidad,
sus sueños,
su “canibalismo”,
sus devociones,
su valor,
su disciplina,
su coraje de vivir.
Y sería feliz,
frente al Mediterráneo.
Hoy invito a Alicia Ríos Ivars al palco Magno de mi columna. Ella trae este escrito suyo para mis lectores:
Cocino, luego existo

Confundo la bóveda celeste con fantasías lácteas. Al intentar pescar los cangrejos peludos de color roca con una pata de sepia, los adivino rojos y con más sabor a mar que cuando están crudos.
No sé dónde aprendí que el pulpo queda más poroso cuando se cuece con uno de los corchos de las redes: absorberá mejor el aceite de oliva, el pimentón y hasta la sal gorda, y podré masticar con mayor placer sus tentáculos.
Soy capaz de visualizar desde el hambre creativa la naturaleza como comestible. Y a mi grupo y a mí como devoradores fruitivos de la naturaleza de la que formamos parte.
Por la “vis” aperitiva, lo semejante llama a lo semejante. Por la “vis” perceptiva, cocino al dictado de mi mente, que se sabe parte del cangrejo, del pulpo y del aceite coloreado de pimentón. Como mi corazón y mi memoria. Secciono, manipulo, mastico, me estremezco, amo y comunico mediante lo crudo o lo cocido. Transformo los elementos, y mediante ellos a los otros comensales, luego existimos.
El campo ya no es campo, es mi cocina. ¿Qué diferencia hay entre las aspas de la túrmix que producen un gazpacho y las olas del mar que destruyen el plancton para alimentar otras formas de vida? ¿Qué diferencia existe entre la punta de lanza que bebe el borbotón de sangre y el sacacorchos que abre la botella de vino tinto? Hacernos y decirnos de un modo nuevo mediante un procedimiento arcaico: lo culinario. (Alicia Ríos Ivars).