marzo de 2025

‘Ajenos al remordimiento’, de Adolfo Crespo

Ajenos al remordimiento
Adolfo Crespo

La isla de Siltolá. Sevilla, 2024
116 págs.

LOS SIGNOS DEL DESASTRE

En todo practicante de los placeres de la vida, hay una celebración de la vida que no elude el fracaso. En el segundo libro de poemas de Adolfo Crespo,  Ajenos al remordimiento, hallamos como en el primero, Lo que no quiero (ambos publicados por La Isla de Siltolá) la presencia de una coherencia estilística: una forma directa que trasciende con algunas sentencias vitalistas a la par de otras que cursan el desengaño amoroso y existencial.

Entre las citas previas de Luis Rosales, Karmelo C. Iribarren, nos llama la atención por su vinculación con el libro la del poeta asturiano, Ángel González, cuyo centenario por su nacimiento se cumple este año: “Absortos en sí mismos / y sólo erguidos quedarán intactos / todavía más brillantes / ignorantes de sí / esos gestos de amor… / sin ver más nada”. Estos versos que pertenecen al poema “Elogio de la primavera”. El mismo clamor es lanzado por Adolfo Crespo.

El conjunto se cimienta en dos apartados, ambos bien contrapesados, si bien en el primero, “Circunstancias” la conciencia de fracaso es una constante vista desde la perspectiva del pasado; “Substancia”, tiene un carácter más existencialista.

En el primer poema “25 años” el sujeto lírico toma conciencia de su momento, se siente defraudado, pese a la juventud con el mundo; atrás queda el entusiasmo que se habla desde otra ciudad: “Todo está igual, seguramente, / aunque hoy día pise otras calles / sin esperar nada de la vida, / recuerdo cada olor, / y no dejo de enumerar palabras / olvidadas a ratos”.

La perfección de la vida soñada deviene en claro signo negativo, como leemos en la conclusión de “Sobran las escaleras”: “La vida es mentira, / solo una promesa: / la explicación de este mundo y el otro”.

Como la realidad choca con el sujeto —resabio romántico—, el poeta sevillano no tiene otro remedio que re-definirlo. Así, en “Costa de la luz” la estampa veraniega típica en la hostelería acapara en el sujeto signos del desastre y del desamparo del ser: “El mundo es una interminable / multitud de camareros, al servicio / de un verano interminable”.

En “Chic” el desaliento vemos que el fracaso amoroso ha existido: “Solo te doy las gracias, / la felicidad y la poesía / nunca aciertan a tocas sus manos, / y tú me has regalado mil versos”. Y comprendemos parte de la “historia amorosa” en otras composiciones como “Tercera persona” y “AB”.

Queda claro el sentimiento de pérdida en “El adiós de Paula”: “Paula recuerda que / las coplas de Manrique / no se escribieron en un día, / la elegía es lenta y dolorosa. // Se tarda una vida / en llegar al reencuentro”. Además de las Coplas manriqueñas, transitan por estas páginas La Tierra Baldía, de Elliot. Luego, todo este desaliento sobrepasa el papel, así lo expresa en “Calle Cofia”: “El tiempo del cigarro / diluye las palabras del discurso, / evidencia la falta de mensaje”.

Termina el primer apartado con un poema extenso, “El cuarto”, donde el predominio de la soledad se expresa en términos coloquiales (“te has ido hace tiempo, / la distancia no interrumpe nada”), no enturbia la búsqueda de algo que sea testimonio del vivir, con gran cadencia, conectando con el lirismo: “Necesito una frase verdadera / para escribir algo, sólo eso, / la frase más verdadera que conozca”.

La atmósfera de estos poemas es eminentemente urbana (“Lockdown”, “La gran belleza”, “San Bernardo”, “Cambridge” y otros poemas), en ellos no faltan motivos de la urbanidad como el ajetreo, las prisas, la intrascendencia, el café, el bar, viajar, banco, calles, barrio…

Continúa el segundo apartado los motivos metapoéticos, la soledad, el fracaso amoroso y algunos intentos de agrupar la existencia. El sentido en la analogía de que todo es el mismo miedo como es el mismo poema conlleva que ha de revisarse, guardarse, para concluir con una reflexión metapoética y existencial: “Vivimos condenados a un poema, / a nuestras únicas circunstancias. / el destino linda con la verdad, / como la belleza con lo eterno”.

En otras ocasiones, Crespo se enfrentará a la dura tarea de la definición: “La poesía nace del silencio / como los árboles mueren de pie, / siempre en tiempo ordinario” (“Tiempo ordinario”); “La poesía no es labor creativa / sino crítica” (“Trabajo”); “La poesía es ejercicio / filosófico de transmisión”. Unas constantes reflexivas fijadas entre la existencia y la poesía. Hasta dar con el último, donde el germen del acto poético está ligado a la existencia, pues nunca se vuelve pasado: “Hay algo divino e inmerecido / en la improbable constelación / de cada poema y sus palabras: / el milagro de la existencia”.

En suma, en el segundo libro de poemas de Adolfo Crespo, Ajenos al remordimiento, constatamos a un poeta que persigue la expresión directa y el estilo coloquial, con un buen manejo del ritmo, que escribe sobre la prolongación del proceso amoroso. Por consiguiente, la escritura supone un intento de recuperación de instantes memorables que dejan al ser en el abismo, en un vacío existencial.

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