
Se ha generalizado en estos últimos años la expresión “relato”, para significar cosas diversas, sobre todo en el mundo de la política. Se oye especialmente en entornos de los (auto) denominados “progresistas” e “izquierdistas”, aunque también en la derecha, decir frases como “ganar el relato”, “construir un buen relato”, “combatir el relato”, “dato mata relato”, etc. En fin, que tal parece que la palabra “relato”, se adapta mejor a los discursos significativos actuales que se distinguirían de otros (como los lógico-racionales) por sus propósitos esencialmente militantes y activistas, pero que no buscan ni les interesa la verdad, sino solo la persuasión y la adhesión.
Conviene recordar que la palabra «mito» proviene del griego antiguo «μῦθος» (mythos), que significa «relato». En la antigua Grecia, los “mitos” eran los relatos tradicionales que se transmitían oralmente, de generación en generación. Relatos que buscaban explicar el origen del mundo, de los fenómenos naturales, de las costumbres y de los valores de un pueblo, o los hechos y hazañas de dioses, héroes y seres sobrenaturales. En su origen, los mitos no eran considerados ficciones o falsedades, sino verdades fundamentales que daban sentido a la vida y al mundo. Los mitos eran una forma de conocimiento y de expresión cultural que cumplía funciones sociales, religiosas y cosmológicas.
Con el paso del tiempo, el concepto de mito evolucionó y adoptó diversos significados. Así, fue evolucionando y adquirió una cierta polisemia. Así, se usa para referirse a “narraciones tradicionales”, a personajes o eventos idealizados, o a creencias falsas e infundadas, es decir, ideas que se difunden ampliamente, pero que no tienen base en la realidad. Conviene pues distinguir entre el significado original de “mito” como “relato”, que es su esencia, y su uso más moderno como sinónimo de falsedad o creencia infundada, actualmente.
El paso del “mito” al “logos” es, precisamente, un concepto fundamental en la historia de la filosofía occidental. Un gran cambio que señala la transición de una forma de pensamiento basada en explicaciones míticas y religiosas a una basada en la razón y la lógica. Es decir, el paso desde los “relatos fabulosos” al discurso racional y lógico. Este proceso no fue un cambio repentino, sino gradual y complejo. Se produjo en la antigua Grecia entre los siglos VIII y VII (a. C.), impulsado por una serie de factores sociales, económicos y culturales.
El poeta Hesíodo, autor del siglo VIII (a. C.), que compuso dos famosos poemas, La Teogonía y Los Trabajos y los Días, es el representante intelectual más destacado de ese momento transicional, entre los relatos fabulosos de la mitología y los discursos lógico-racionales y con pretensión de verdad para explicar el mundo, al hombre y a los dioses. Un discurso, el lógico-racional, que no se impone dogmáticamente, como los relatos contenidos en los mitos, sino por la convicción que producen en muchos sus asertos, fundados en hechos reales comprobables y que se conducen mediante argumentos lógicos. Un discurso que aspira a imponerse por su verdad y por adecuación a las realidades a las que se refiere.
No es el propósito de este texto explicar por qué los poemas de Hesíodo, especialmente La Teogonía, simbolizan tan adecuadamente la aparición del discurso lógico-racional, ni cómo el relato mítico ha mantenido su vigencia, si bien circunscrita ésta a determinados entornos, como la teología, las leyendas o las fábulas. Ni tampoco estudiar la esencial diferencia que el discurso racional impone: el mito ha de desentrañarse para su siempre difícil comprensión, mientras que el discurso lógico se sostiene por sí mismo, siendo de fácil acceso y comprensión para cualquiera. El mito queda relegado para uso de sacerdotes, oráculos, gurús y profetas, mientras que discurso lógico-racional es para uso del hombre común.
El propósito de este texto es más modesto. Ante avalanchas de frases, modas y estereotipos del momento, de cada momento, no se debe pensar en qué haya en ello de bueno o malo, sino en saber qué es lo que hay. Y hay cosas de las que no es grato escribir pero, dicho sea en términos intelectuales, no sería decente no hacerlo cuando esas modas significan retrocesos reales, vuelta a las cavernas (las platónicas y las otras) y una invitación a abandonar cualquier pretensión de racionalidad, coherencia y lógica en el pensar y el saber.
La utilización del término “relato” en el tiempo más reciente procede del posmoderno Lyotard (1924-1998), en La Condición Posmoderna (1979). Ahí lanzó su denuncia sobre el final de los “grandes relatos” modernos, utilizando la palabra “relato” en términos similares a como los emplea hoy cualquier ministro, fiscal general, parlamentario, etc., cuando se expresa. Con ello, Lyotard retomaba la pregunta de Nietzsche y de los románticos del siglo XIX: ¿cómo es que han pasado dos mil años, y nadie ha sido capaz de inventar un nuevo Dios? Apostaron por el renacer de los mitos, de la propuesta de que la razón sea reemplazada por el ensueño, de que el mito es “bueno” y la verdad “mala”, pues la verdad es una noción inútil y hasta peligrosa, ya que la solidaridad, la ecología, etc., son más importantes.
Se argumentará que siempre ha sido y es necesario un “relato”. Cualquier familia lo tiene, los países también, como las grandes causas, las ideologías, o las religiones. Historias e historietas construidas para facilitar la adhesión a las creencias, dogmas y valores del grupo. Desde tiempos inmemoriales, se han contado historias al calor del fuego, antaño en cuevas y hoy en las sobremesas. Se ha esculpido, construido y hasta pintado paredes y lienzos, y establecido rituales constructivos de civilización. Pero el avance civilizatorio, con independencia de los mitos, se ha debido sobre todo al desarrollo y preponderancia de los discursos racionales. No se olvide.
La tesis de Nietzsche y los posmodernos de que “no hay hechos, sólo interpretaciones”, se han impuesto y generalizado, y el conocimiento de la realidad se ha pretendido transformar en una sucesión de interpretaciones que no precisan corresponder a hechos reales. Se rechazó el “logos” y se desmanteló toda certeza, primero, la certeza religiosa, luego la filosófica y, finalmente también la científica. Se ha pretendido pensar contra el saber, y hasta contra la misma razón, insistiendo en que el saber no es otra cosa que la acción de voluntades de poder dispuestas a imponerse unas a otras.
Pero esas tesis nietzscheanas y posmodernas hicieron algo más que reivindicar el “mito”, pues, para hacerlo necesitaron negar el saber y su dimensión liberadora de la ignorancia, de los mitos y de las supersticiones. El pensador “artista” nietzscheano y posmoderno, detrás de la máscara, busca otras máscaras, a diferencia del “sabio” que, tras el velo, busca la verdad. Si todo son interpretaciones, lo fundamental ya no es la realidad, sino el intérprete. Y la verdad debe ceder su puesto al ensueño y a la ilusión para el despliegue de la voluntad de poder del superhombre: la verdad se ha transformado en “posverdad”. Ya Hanna Arendt advirtió de la inhumanidad esencial de todos los intentos modernos por transformar al hombre en superhombre.
Como antes se apuntó, no se trata de que los usuarios de la expresión “relato” dejen de utilizarla si les apetece hacerlo. Tampoco se trata de que se ilustren acerca del “paso” del mito al logos o en la poesía de Hesíodo. Ni siquiera de que reparen en lo profundamente reaccionarios y retrógrados que son los discursos sobre la realidad de orden emocional, que no siguen las pautas propias del orden lógico-racional.
Si solo le rebajasen un poco la agresividad, la ira y los insultos, y mejorasen algo la dicción, serían más soportables. No creo que sea mucho pedir. Y a ver si, entretanto, se pasa la moda del “relato”.