Presence, la nueva película de Steven Soderbergh, llega a los cines el viernes 7 de marzo, y uno sale de verla como si volviera del otro mundo diciendo: «resulta que los fantasmas no estaban tan lejos». Parece mentira que los apenas 90 minutos de duración de la cinta puedan contar tanto de las vidas de los protagonistas (los cuatro miembros de una familia), y de las muertes aludidas (dos chicas jóvenes, amigas de la hija).
Presence, como su nombre indica, va de fantasmas que, en este caso son benéficos, pues quieren alertar a los vivos de la presencia de otros «fantasmas» que no lo son tanto. Sin embargo, los humanos raramente aprendemos de las advertencias, más bien, por el contrario, nos obstinamos en seguir con las malas compañías.
Por todo ello, Presence fue presentada en los festivales de Toronto y Sitges y se estrenará en toda España el 7 de marzo
En Presence se ve la mano de un director experto y que sabe dosificar muy bien las señales de que algo está pasando, aunque a veces te sorprende la nimiedad de un descubrimiento, algo así como si de repente te quisiera hacer exclamar: «anda, ¿y para esto tanta parafernalia?».
Luego se ve por qué allí te decepcionó y ves cómo la tensión crece a medida que avanzan los sucesos, de manera que, con Presence, Steven Soderbergh nos invita a cuestionar si el verdadero terror está en lo que vemos… o en lo que sentimos.
En Presence hay que destacar su enfoque innovador y la profundidad emocional que aporta al drama. La historia nos sumerge en una experiencia única, un terrible drama familiar donde parece que lo tienen todo para ser felices pero que no, que algo les falta, y donde cada susurro y cada sombra se añaden a los disimulos y mentiras con que se protegen para contar una historia que trasciende la muerte.
Da que pensar. Presence.