noviembre de 2024 - VIII Año

Una Europa que avanza con una España que empuja

Por Carlos Carnero*.- / Junio 2019

parlamentoeu

Como tantas veces en la historia de la UE, los peores presagios no se han hecho realidad en las elecciones al Parlamento Europeo celebradas el pasado mes de mayo.

Los partidos antieuropeos -muchos de ellos de extrema derecha, declarada o practicada- no han obtenido el incremento de diputados que pronosticaban muchos analistas, incluso en contra de las encuestas que un día tras otro desmentían sus augurios.

De hecho, si llega a culminarse el Brexit y descontando, por lo tanto, los escaños del partido de Nigel Farage, su presencia en la Eurocámara será cuantitativamente menor que en la pasada legislatura.

Así que, por mucho que griten y gesticulen en los plenos de Estrasburgo, no estarán ni de lejos en condiciones de vetar o condicionar el funcionamiento del Parlamento Europeo.

¿Significa eso que el peligro del antieuropeísmo ultra ha desaparecido? Respuesta negativa, evitemos que el bosque no nos deje ver los árboles, dando la vuelta al conocido dicho.

Porque si la suma de los partidos citados no se acerca a sus expectativas, conviene no olvidar que los factores de la misma son preocupantes en algunos países.

Por ejemplo: Francia, donde Marine Le Pen ha ganado las elecciones europeas dejando al partido del Presidente Macron en segundo lugar; Italia, donde la desatada Liga de Salvini ha vencido con holgura; Polonia, donde el partido de Kaczyinski ha rozado el 50 % de los votos; o Hungría, donde Víctor Orbán ha vuelto a arrasar.

Señales alarmantes en países clave para la UE (Francia, Italia) o con gobiernos señalados por la Comisión, el Parlamento y el Tribunal de Justicia de Luxemburgo por sus incumplimientos de valores y normas comunitarias fundamentales, que en tres casos (Roma, Varsovia y Budapest) ven sin embargo reforzada electoralmente su posición en el Consejo y el Consejo Europeo.

Junto a todo ello, la suma europeísta formada por populares, socialistas, liberales y verdes mantendrá en el Parlamento una amplia mayoría.

Aunque aquí también conviene aplicar el dicho del comienzo al revés: la suma se mantendrá gracias a los buenos números de liberales y verdes, porque los conservadores y los socialistas han vuelto a ceder escaños hasta alcanzar su menor cifra de diputados desde que el Parlamento Europeo se elige por sufragio universal, hace ahora cuarenta años. En el caso de los socialistas, incluso irá aún más a la baja de culminarse el Brexit y salir del Grupo sus miembros laboristas.

Es más que probable, en todo caso, que los socialistas y los liberales, con la colaboración de los verdes, traten de abrir las ventanas para insuflar aire fresco a una geometría política europea que ha estado continuamente dominada por la gran coalición PPE-PSE. Sin embargo, es preciso también aquí recordar que dicha gran coalición siempre ha contado con la aquiescencia liberal a la hora de votar en el Parlamento y muchas veces con la coincidencia verde.

Será positivo que se experimente esa nueva convergencia progresista en la UE en torno a los socialistas, los liberales y los verdes, que, no obstante, no cuentan con la mayoría absoluta de los eurodiputados y difícilmente alcanzarían la mayoría cualificada en el Consejo y el Consejo Europeo.

Lo que implica que, a la hora de distribuir las grandes responsabilidades comunitarias (presidentes de la Comisión Europea, del Parlamento, del Consejo Europeo y del BCE, y Alto Representante para la política exterior) necesitarían la colaboración del PPE.

Además, en la UE no basta con sumar escaños o miembros en el Consejo y el Consejo Europeo. Primero, porque la toma de decisiones por mayoría cualificada está pensada, más que para ejercerse a diario, para evitar vetos y promover el consenso. Segundo, porque es impensable dejar en la parte perdedora a algunos países más allá de la adscripción política de su gobierno. ¿Alguien piensa que se puede imponer una decisión socialista-liberal-verde excluyendo a Alemania? Sería algo que nadie se planteará seriamente, por mucho que el PPE y el PSE ya no sean las únicas patas de la coalición de gobierno de la UE.

La razón es que esa coalición de gobierno europeo consta al menos de dos factores: familias ideológicas y países, y la importancia política y económica de estos últimos no se vota en las urnas, sino que la proporciona el desarrollo histórico.

En consecuencia, socialistas, liberales y verdes están en condiciones de liderar un nuevo ciclo político europeo en el que deberán contar también con el PPE, para ya no como fuerza mayoritaria de un bipartidismo con el PSE. Y eso debería suponer un gran cambio en dos cuestiones: una, abrir la vía para la construcción de la Europa social de una vez por todas; otra, retomar la profundización política de la UE, aletargada -con excepciones como la PESCO- desde la entrada en vigor del Tratado de Lisboa en 2009 reproduciendo casi toda la Constitución Europea.

En ese marco, el aislamiento, primero, y la derrota, después, de la extrema derecha antieuropea vendrán dados por un discurso firme de no colaboracionismo con sus componentes ni en Bruselas ni en los estados miembro (Dinamarca acaba de poner fin a un gobierno que actuaba en sentido contrario y ojalá Austria también lo haga próximamente) y, sobre todo, por una práctica que vuelva a demostrar la utilidad diaria de la UE a la ciudadanía.

España va a jugar un papel determinante en ese nuevo ciclo político europeo. Volverá a tener un presidente y un gobierno socialistas proactivamente europeístas, que han conseguido que el país vuelva a contar en Europa y han estrechado los lazos con París y Berlín hasta el punto de que Madrid forme parte del eje entre ambas capitales; el PSOE ha obtenido un nítido triunfo en las elecciones europeas y contará con la delegación nacional más numerosas del grupo socialista en la Eurocámara; y está en condiciones de aspirar a relevantes responsabilidades comunitarias.

A todo eso conviene añadir que, en un contexto de leve subida de la media de participación en las euroelecciones, la coincidencia en España con las autonómicas y municipales ha reducido sustancialmente la abstención en tales comicios. Pero, como en todo, conviene que las campanas suenen lo estrictamente necesario: ¿cuál habría sido el nivel de voto sin tal simultaneidad de calendario? No hace falta ser un lince para adivinar la respuesta. Lo que nos lleva a que un país tan europeísta política e institucionalmente como el nuestro tiene que plantearse como objetivo prioritario elevar el nivel de debate público sobre la UE, su presente y su futuro, como única manera de acompañar desde el ámbito ciudadano y de la sociedad civil el reforzado papel español en el nuevo ciclo político europeo.

camero cir

* Carlos Carnero es Director Gerente de la Fundación Alternativas y ex eurodiputado

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