
Anton Rafael Mengs constituye una figura importante en el arte, compartamos o no sus ideas y planteamientos. Así lo creemos porque definió toda una estética en la pintura, la neoclásica, aunque sería David quien llevaría estas ideas a su culmen.
Mengs puede ser acusado, en todo caso, de establecer una dictadura artística, vía academia, con consecuencias nada positivas para los pintores del último rococó o del barroco. Estamos pensando en Tiépolo, y eso nos pesa en nuestro juicio sobre Mengs, pero no podemos negar, como decíamos al principio, que marcó las ideas básicas de un cambio artístico. En ese sentido, fundamental es su obra, publicada en 1762, Reflexiones sobre Belleza y el Gusto en la Pintura.
Mengs definía la belleza como la expresión perfecta de una idea, de la expresión que las cosas dejaban en nuestros sentidos. Pero la perfección no aparecía en la naturaleza. La misión asignada al arte tenía que ver con que tenía que superar a la naturaleza para plasmar la belleza. Mengs quería que el artista lo lograra. El pintor debía seleccionar las bellezas naturales y depurar sus imperfecciones. Por eso era más importante la razón que los sentidos, en este caso el de la vista.
Además, el artista tenía que estudiar a quienes en el pasado habían encontrado la belleza. En primer lugar, era fundamental acercarse a los modelos estéticos propuestos por los griegos, para luego viajar al Renacimiento. Rafael enseñaba sobre la expresión, la composición y los ropajes mientras que Correggio podía aportar sobre el claroscuro y el sentido de la gracia. Tiziano sería, por su parte, el maestro del color y de la apariencia de verdad.
El arte de la pintura era para Mengs muy importante, y en este aspecto, su figura es clave en la larga historia de la revalorización social del pintor como artista y no como artesano. La pintura debía basarse en unas reglas y en un método, aplicando premisas propias de la Ilustración. Era fundamental cuidar la verosimilitud de lo que iba a ser representado. Cada cuerpo debía tener su propia forma y todo debía representarse con claridad, sin detalles o adornos innecesarios como hacían los artistas del barroco y el rococó. La verdad debía aparecer en los gestos, en los colores, en la luz, en los temas, pero sin crear grandes composiciones. Un pintor debía estudiar los temas, su historia.
Por fin, a Mengs no le gustaban las composiciones llenas de personajes del gusto barroco porque consideraba que los antiguos no habían sentido interés por esas composiciones.