Hoy domingo, 26 de enero, se cumplen cien años del nacimiento de Paul Newman, en Westport (Connecticut, EE. UU.), uno de los actores más grandes del cine.
Rindo mi homenaje con El color del dinero, que le dio el Oscar, por fin, al maravilloso actor.
El color del dinero
Hay películas que sobrevuelan el tema del perdedor, seres que están condenados a sentir el fracaso en sus carnes, como el Taxi Driver (1975) de Martin Scorsese, donde la soledad se convierte en un infierno que lleva a la locura. También hay perdedores que intentan salir de ese fracaso, como el Eddie Felson de El buscavidas (1961) de Robert Rossen, una magnífica película donde Paul Newman estuvo genial. No se esperaba una nueva versión de este personaje que se juega en el billar su suerte continuamente, que acoge a una chica (Piper Laurie) en una relación que está destinada al fracaso, pero ocurrió: en 1986 se estrenó El color del dinero, dirigida por Martin Scorsese, uno de los directores más impactantes e inteligentes de las últimas décadas.
La historia de la película comenzó cuando en septiembre de 1984, acabado el rodaje de After Hours y durante su estancia en Londres, Scorsese recibió una carta enviada por Paul Newman en la que le proponía que se incorporase al proyecto de El color del dinero, puesto que Newman había quedado impresionado al ver Toro salvaje (1980) y estaba convencido de que Scorsese era el director apropiado para esa vuelta del personaje de Eddie Felson.
La historia se basaba en la novela de Walter Tevis, el mismo autor de la novela que dio lugar a El buscavidas, lo que parecía claramente una segunda parte de la historia de Felson. El proyecto de El color del dinero llevaba cinco años deambulando por los estudios de Hollywood, le había llegado a la Columbia y a la Twentieth Century Fox, sin llegar a materializarse en un proyecto firme. Pero el interés de un hombre poderoso como Paul Newman y de su agente, el famosísimo Mike Ovitz hizo que el proyecto empezara a cobrar vida real. Dos viejos conocidos de Scorsese, Michael Esiner y Jerry Katzemberg, que ya habían querido trabajar con el director en los tiempos en que estuvieron en la Paramount, se embarcaron en el proyecto. Ahora eran altos ejecutivos en la Touchstone Pictures y estaban decididos a llevar a cabo la película como productores.
De la gran implicación de Newman da prueba el hecho de que tuvo que hipotecar parte de su salario para que Touchstone aceptase el presupuesto de catorce millones de dólares. Además, se le comentó a Scorsese que quedaba prohibido volver a rodar en blanco y negro si quería sacar adelante la película. El rodaje empezó en enero de 1986, cumplido en cuarenta y nueve días y con un ahorro de un millón de dólares. No hubo improvisaciones en la película y el trabajo de Newman y un joven Tom Cruise se preparó dos semanas antes. Para las escenas de billar se contó con un instructor, Michael Sigel, y con diversos jugadores profesionales. La película se rodó en diversos billares de Chicago, aunque al principio se pensó en Toronto.
Es importante señalar que no se trata de una secuela porque Scorsese dota de personalidad a su trabajo y lo aleja de la película de Rossen (hay que decir que esta última era magnífica), ya que en El color del dinero Eddie Felson ya no entiende la derrota como un final, sino que sabrá soportar el fracaso, entenderá que es parte de la vida. Si hay algo autodestructivo en el personaje, en la línea de otros protagonistas de Scorsese como Travis, Jimmy Doyle o Jake La Motta, Felson ya se ha redimido. Ha vivido veinticinco años de infierno (hay que recordar que, en El buscavidas, Eddie deja el billar cuando le destrozan la mano los hombres del personaje que interpreta George C. Scott). Ahora Eddie busca un sucesor, alguien que pueda ser él con muchos años menos y lo encuentra en el gallito Vincent (muy convincente Tom Cruise en la película) que llega con su novia Carmen (Mary Elizabeth Mastrantonio). Ahora, Eddie es el maestro, al que le importa menos ganar que dejar su huella en el discípulo.
Cuando Vincent ya conoce, gracias a Eddie, las trampas, trucos y mezquindades de la profesión, Eddie sabe que deben separarse. Hay sin duda alguna una relación paterno-filial entre ambos. Cuando Vincent se deja ganar por Eddie es una forma de humillación, pero también es una ofrenda, la demostración de la dádiva que quiere dar el discípulo al maestro, su señal de agradecimiento.
La idea del padre es insólita en Scorsese, porque nunca en otras películas aparecían: Travis estaba solo, no se sabe nada de su familia, de Jimmy Doyle y de La Motta tampoco. Son seres desprotegidos, solitarios, que no tienen a nadie a quien admirar o imitar. En el caso de El color del dinero esta simbiosis maestro-discípulo cobra todo su sentido. También hay algo mítico, plantea Scorsese un relevo generacional, el Cruise del momento de la película es un espejo del Newman joven cuando rodó El buscavidas.
Hay sin duda una quiebra, al desconocer en la película de Scorsese el pasado de Felson nos cuesta entender la dimensión épica de su redención, ya que Eddie fue culpable de la muerte de Sarah (Piper Laurie) y como consecuencia fue castigado en el billar, como lo fue La Motta en el ring. Hay por tanto un espacio que El color del dinero no descubre y solo los cinéfilos pueden llegar a desentrañar. Lo que hace Eddie es expiar sus culpas a través del personaje de Vincent, intentar que este no caiga en los errores del joven Eddie. Hubiera estado bien alguna mirada al pasado para entender mejor el objetivo de fondo de la película y su deseo de crear un nuevo jugador de billar sin las máculas que tiene ya de por vida el viejo Felson.
Y, sin duda alguna, el título explica mucho, porque el dinero tiene color, también peso y olor. Vemos continuamente los dólares y podemos sentir que todo ese dinero es también el alma de los personajes, su huella vital, el sacrificio al que se someten por el éxito. La suerte de ganar o perder también está presente. Son seres que se lo juegan todo, sabiendo en el fondo que nada vale la pena en realidad. Solo el rito del juego les motiva, no la ganancia o la pérdida: viven el momento, donde son felices en ese esfuerzo por ser los mejores.
No hay duda de que Scorsese traslada el ring de Toro salvaje a la mesa de billar, para construir una película de redención con un actor de gran carisma, verdaderamente magnético como Paul Newman, cuya mirada esconde todo un mundo que no se nos desvela y que los cinéfilos y conocedores de El buscavidas conocemos. Tanto la chica como Cruise le dan buena réplica, porque el impetuoso joven ha de ser corregido por el veterano jugador. Hay que reconocer que Cruise mantiene una frescura en su papel que ha ido perdiendo con el tiempo.
Y cómo se mueven las bolas como si fuesen gestos de la vida, al igual que los golpes en el ring. El color del dinero es en definitiva una cinta emotiva e intensa, una gran película, donde Scorsese pone su mirada para hablar de perdedores y ganadores en el escenario de la existencia. La música es excelente, como el My Baby´s in Love with Another Guy, la canción de Robert Palmer grabada por Little Willie John: son esenciales para acompañar este duelo existencial entre dos hombres ante el ring del billar.
Newman es inolvidable, de los que ya no quedan. Por ello, dedico este artículo a un actor inmenso, una leyenda del cine, que murió en el 2008, a los ochenta y tres años, de un cáncer de pulmón.