enero de 2025 - IX Año

Descartes y su ruptura con la filosofía precedente

Uno de los mayores atractivos del cartesianismo, que ayuda a comprender su influencia en el desarrollo del pensamiento posterior, fue su “rebelde” radicalidad, su pretensión de recomenzar la filosofía desde cero, prescindiendo de toda la tradición precedente y de cualquier prejuicio heredado, que no hubiera superado el tribunal de la razón. La pretensión de Descartes no era sólo encontrar nuevas soluciones para las cuestiones recibidas de la metafísica tradicional, sino preguntar todo sin presuponer nada y cuestionarlo todo, sin dar nada por sentado.

Tradicionalmente se ha considerado al cartesianismo como un nuevo comienzo, casi absoluto, en la filosofía. En muchas Historias de la Filosofía, como la de Hegel (1770-1831) en sus Lecciones de Historia de la Filosofía, se afirma que Descartes (1596-1650) fue el primer filósofo moderno o, mejor, el creador de la Filosofía Moderna. Una filosofía nueva, propia e independiente, procedente de la razón y erigida sobre bases propias y peculiares, que abandonó definitivamente la teología filosofante medieval. Con Descartes habría comenzado la cultura moderna y él sería el titán del pensamiento que abordó la empresa de re-elaborar toda la filosofía para reconstruirla bajo la certeza absoluta del cogito ergo sum.

Pero, ¿fue realmente así?

Debe recordarse que, hasta el siglo XIX, la Filosofía, con mayúscula y en singular, era la Gran Ciencia que incluía, en su totalidad, el conjunto de los saberes y de las disciplinas. La Filosofía integraba a la metafísica (“Reina de las Ciencias”) con la ética, con los saberes humanísticos (letras y humanidades) y con la filosofía natural (ciencias), que se desarrolló desde el Renacimiento. La “rebelión cartesiana”, siendo cierta, debe ser bien delimitada, pues sin ello parecería que Descartes se rebeló contra todo el pensamiento precedente, contra todos los saberes acuñados desde Platón y Aristóteles, desarrollados por la escolástica medieval y sistematizados por la filosofía española del Renacimiento. Y no sucedió eso.

El mayor logro intelectual de Descartes fue en matemáticas, al crear la “Geometría Analítica”, que reconectó los campos tradicionalmente separados del álgebra y de la geometría. Las “coordenadas cartesianas” y los sistemas de ecuaciones mostraron cómo podían representarse las funciones algebraicas en figuras geométricas, y viceversa. Menos éxito tuvo su física, ciencia entonces en su conformación moderna, en la línea iniciada por Copérnico (1473-1543) y Kepler (1571-1630), y que desarrollaban otros precursores, como Galileo (1564-1642) o Gassendi (1592-1655). La física cartesiana sería revisada y corregida luego, pero dejó establecido un método para la física y las ciencias: la matematización, método que se generalizaría y que llega hasta hoy. Método que Descartes creyó que podría operar en todos los saberes de modo similar al de la física, mediante teoremas y formulaciones de evidencia matemática.

En sus primeros trabajos, Descartes se ocupó de la filosofía natural (ciencias) y de las matemáticas, en un tiempo en que un científico era filósofo per se. Solo tras alcanzar fama en los ámbitos científicos, abordó asuntos propios de la metafísica. Debe subrayarse que el Discurso del Método (1437) fue escrito como prólogo introductorio a tres tratados científicos sobre Geometría, Dióptrica y Meteoros, a los que tituló Tres Ensayos Filosóficos; y que el título completo del discurso es Discurso del método para conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias.

Cierto que el Discurso del Método posee contenidos más amplios que los biográficos y científicos, pero no cabe ignorar su propósito introductorio a tres tratados científicos. Además, en los contenidos de orden metafísico del Discurso se aprecian, más que influencias, copias, que le valieron ser acusado de “plagiario”, de textos de autores españoles renacentistas, como Gómez Pereira (1510-1558) o Sánchez “el escéptico” (1650-1623), y hasta argumentos de Francisco Suárez (1548-1617), como en la IV Meditación Metafísica. La “rebelión” cartesiana expresada en el Discurso del Método no fue exactamente contra la metafísica tradicional: fue una rebelión contra la física aristotélica. En concreto, Descartes rechazaba la física aristotélica y se centró en las propiedades geométricas y mecánicas de la materia y en el movimiento.

Descartes no rechazó el método inductivo a partir de experimentos empíricos, pero la inducción y, sobre todo, la misma noción de “experiencia”, tan inestable, impiden alcanzar con seguridad certezas y menos certezas absolutas. El método cartesiano sostenía que las certezas absolutas, como lo eran las certezas matemáticas, solo podían alcanzarse mediante la matematización de los saberes. Pero ¿podrían lograrse resultados análogos al trasladar ese mismo método a la metafísica? Quizá no esté del todo claro cómo contestaría Descartes esa cuestión, pero quienes le siguieron, especialmente en Francia, como Malebranche (1638-1715), o en Alemania, como Leibniz (1646-1716) o Wolf (1679-1754), no dieron a esa pregunta una respuesta negativa.

Mas, para abordar la cuestión de ese modo, se ha de asumir que los esquemas conceptuales previos, como los teoremas, tienen un valor constitutivo con respecto a cualquier tipo de experiencia y, en un paso sucesivo, implica aseverar que tienen un valor constitutivo de la misma realidad. Así, que todo lo existente está determinado por lo que se sabe de ello, produciéndose una falaz confusión entre “ser” y “saber”, que los identifica, como en el cogito ergo sum. De modo que, puesto que solo puede existir aquello de lo que se sabe algo con certeza plena, encontrarse con algo equivale a conocerlo. Maurizio Ferraris lo ha denominado “Falacia de la Conciencia”, consistente en reducir la realidad a la conciencia que la piensa.

El cómo se produjo esa deriva del cartesianismo es fácil de explicar: la confusión creada entre “ser” y “saber”, implícita en la misma formulación del cogito ergo sum, condujo también a la confusión entre ontología y epistemología. Recuérdese que para Descartes el testimonio de los sentidos no es fiable. Es decir, se ha de se ha de desconfiar sistemáticamente de los sentidos, esos servidores no fiables porque ocasionalmente engañan. Descartes sostuvo que la certeza nunca se puede encontrar fuera del propio sujeto, en un mundo lleno de engaños sensibles, sino en el cogito ergo sum, sede de las ideas claras y distintas, en la que “ser” y “saber” coinciden.

Sin embargo, esa exigencia de certezas absolutas en el conocimiento, trasladada a la experiencia, no da el resultado que propone Descartes, sino el contrario: perdida la certeza natural, al negar toda validez a los sentidos, no se logra reemplazarla con una certeza científica confiable, pues las ciencias nunca son definitivas. Al pedir tales exigencias a la experiencia, en lugar de certezas absolutas se obtiene una duda sin remedio: al exigir a la experiencia el mismo grado de certeza que a las ciencias, se termina por no estar seguros de nada. La prueba de esto es Hume (1711-1776) que, al igual que Descartes, consideró que los razonamientos inductivos basados en la experiencia nunca pueden ser ciertos al 100%, lo que le llevó al escepticismo.

Viñeta de Eugenio Rivera

Ante esa constatación, dio Descartes su “giro copernicano”, primero en las ciencias y luego también en la metafísica anteriores a él. Mas, para llegar a esta conclusión, Descartes invirtió la perspectiva tradicional, y partió del sujeto, en vez del objeto, para preguntarse no cómo son las cosas en sí mismas, sino cómo deben construirse mentalmente para conocerlas. La confusión entre “ser” y “saber”, contenida en el cogito ergo sum, fue la base sobre la que propuso una epistemología de base matemática, para poder fundar así la ontología sobre certezas absolutas.

Tras Suárez, toda la filosofía, desde los presocráticos hasta el siglo XVII, había quedado completa, unificada y pacificada de las polémicas medievales (tomismo, escotismo y ockhamismo), que provocaron la crisis de la escolástica en el siglo XV. Las Disputationes Metaphysicae de Suárez conforman un corpus metafísico abierto, en cuanto que permitiría su posible ampliación y modificación, en aplicación del principio vetera novis augere et perficere. Es decir, que lo viejo (la filosofía tradicional), debería ampliarse para ser completado con la integración de los nuevos saberes y las nuevas ideas que se fuesen configurando. Muchos han pensado que el giro subjetivista de Descartes está preludiado por Suárez, al igual que sus afanes científicos estaban ya anunciados por Juan Luis Vives (1493-1540).

Descartes, en principio, no hizo algo muy diferente de lo sugerido por el propio Suárez: continuar la metafísica suareciana, bien conocida por Descartes (usó sus categorías), incorporándole lo procedente de nuevos saberes e ideas. Mas, para ello, dio al pensamiento un giro cientificista y subjetivista calificado de giro copernicano: en la dualidad sujeto-objeto, frente al realismo metafísico de la Escuela Española, heredera de la tradición filosófica precedente, Descartes centró el conocimiento en el sujeto, despreciando y dudando de la realidad externa.

Y, sobre todo, Descartes hizo algo más y de trascendencia: inició una orientación contraria a la metafísica en filosofía, al afirmar la primacía de la Filosofía Natural (ciencias), principalmente de la física, también para las matemáticas, en el conjunto de la filosofía. Ya Vives definió una posición específica para las ciencias en el conjunto de los saberes, en su obra De Disciplinis (1531), posición que Descartes reforzaría al dar a las ciencias (Filosofía Natural), más que la primacía, la supremacía.

De esa afirmación cartesiana de la superioridad de la filosofía natural en el ámbito de la filosofía, se seguiría que, en el pensamiento posterior, se afianzase esa orientación anti-metafísica (realmente anti-filosófica), que se apoyaba en las ciencias y sus desarrollos, y que ha predominado en filosofía, sobre todo desde que Kant completase en el siglo XVIII el giro copernicano cartesiano del siglo XVII.

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