Son razonable
Pável Grushkó
Supervisión Tino Villanueva
Huerga y Fierro Editores, 2025
90 págs.
El sello editorial Huerga y Fierro cumple su medio siglo de vida y para ello nada mejor que empezar el año con un poemario como Son razonable, del gran poeta ruso Pável Grushkó.
Cierto es que Grushkó no es tan conocido en nuestro país como debiera, por lo que este tipo de iniciativas por parte de las editoriales es sumamente meritorio. Quizá este olvido haya que achacarlo al hecho de que Nicanor Parra no incluyera al autor en la selección que hizo para su antología Poesía soviética rusa (Editorial Progreso, Moscú 1965) que, aunque en su momento no se publicó en España, formaría parte años después del primer tomo de los dos que conforman las Obras completas & algo + (Galaxia Gutenberg, 2006 y 2011) del poeta chileno.
Vaya, por tanto, para todos aquellos que aún no conocen la figura de Pável Grushkó, algunas notas biográficas sobre el autor. Nacido en Odessa en 1931, durante la era estalinista en la que todo el territorio de Ucrania aún formaba parte de la URRS, se licenció en la Universidad Estatal Lingüística de Moscú. Además de su labor poética ha cultivado el ensayo y el teatro. Su año de nacimiento le emparenta, pues, con la generación de poetas rusos de la época que Ilyá Ehrenburg denominara del deshielo, junto con otros jóvenes como Yevgueni Yevtushenko, Róbert Rozhdéstvenski, Bela Ajmadúlina y Andréi Voznesenski. Generación que hizo suya —en un momento en el que los adolescentes de los años 60 en la Unión Soviética anhelaban cambios profundos— una de las frases proverbiales del mencionado Yevtushenko: “Un poeta en Rusia es más que un poeta”. De hecho, este grupo poético fue especialmente popular y formó parte de lo que se vino en llamar “poesía de los estadios”, antes de que las bandas de música moderna crearan en Occidente el género del “arena rock”. Todos estos poetas soñadores —y Pável Grushkó con ellos— trataban de alejarse del lenguaje formal y estético del realismo socialista, para conectar con los poetas de la vanguardia histórica rusa como Blok, Jlébnikov, Mayakovski, Yesenin, Ajmátova, Tsvetáyeva, Mandelstam o Pasternak, al tiempo que intentaban abrir un diálogo con los poetas extranjeros. El citado Yevtushenko, el más emblemático de todos ellos, quería devolver a la poesía rusa el vigor de Vladímir Mayakovski y la ternura de Borís Pasternak. En todos estos “poetas del deshielo” se va a encontrar por tanto una decidida apuesta por la poesía social que no renunciará sin embargo al empleo de una técnica innovadora (superposición estrófica, elipsis, barroquismo metafórico, etc.), donde asimismo nos encontraremos destellos de un lirismo intimista, simbólico y metafísico. En este sentido hay que recordar que los versos de Voznesenski fueron musicalizados en 1979 para escribir una de las primeras óperas rock rusas. Terreno también explorado por Pável Grushkó, que en su faceta de dramaturgo cultivó el musical y la ópera rock. No es necesario recordar que el jazz y el rock and roll estaban prohibidos en aquellos años por los jerarcas soviéticos. Los discos “capitalistas” entraban de contrabando por el puerto de Petrogrado para ser pirateados inmediatamente en las placas desechadas de rayos X de los hospitales (se los llamaba “música en los huesos”, en el mercado negro). Grushkó, empujado por el irrespirable clima político que se vivía en el país se acabará afincando en los Estados Unidos. Su producción lírica cuenta con cuatro poemarios, que han gozado de amplio reconocimiento y varios galardones: El jardín abandonado, Abrazar a la ardilla, Entre Yo y Ya y Libertad de la Palabra.
Pero conviene traer aquí la faceta de traductor de Pável Grushkó, porque sin ella no es posible entender su obra lírica. Paul Celan dijo alguna vez que el lenguaje poético es siempre algo único y no algo que ocurra dos veces. Solo unos pocos autores, como él mismo y como Pável Grushkó, son tan perfectos en dos idiomas, dado que ellos se hacen cargo de sus propias traducciones al tiempo que escriben en otra lengua.
Grushkó, como hispanista y especializado en la traducción de la poesía española, ha acercado a la lengua rusa a poetas como Luis de Góngora, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Federico García Lorca, Miguel Hernández, José Martí, Leopoldo Lugones, Octavio Paz, Nicolás Guillén, José Lezama Lima o Pablo Neruda. De todos ellos podemos encontrar rastros en los versos de Grushkó. Su talla como traductor está a la altura de los dos grandes compatriotas suyos, dedicados a esta misma labor: Valentín Parnaj, representante de la generación de la Edad de Plata rusa, y Anatoli Gueleskul, el más apreciado defensor de la obra lorquiana. Cabe señalar que su actividad en este terreno le acercó al cine. El estado soviético coprodujo en la Cuba de Fidel Castro, poco después de la revolución, la película Soy Cuba, dirigida en 1964 por Mijaíl Kalatózov. Grushkó colaboró en calidad de ejecutivo encargado de las traducciones, junto a su compañero de generación Yevgueni Yevtushenko, que coescribió el guion.
El profesor y poeta estadounidense Tino Villanueva, que ha supervisado el poemario Son razonable, afirma en la solapa del libro que “Pável Grushkó cumple con el inevitable destino de los artistas verdaderos: no sólo percibe su entorno a profundidad, sino que también le duelen las cosas del mundo. Esto lo podemos constatar leyendo al azar poemas de Pável de sus más de sesenta años de poeta en los cuales, a modo de herida tras herida, hallaremos las huellas de su asombro dolorido; como en este poema donde escribe: “Gozo de la vida acaso porque / de cierto modo lo percibo. / Y a veces me avergüenzo: ¡es que tanta luz arrea mi pensamiento de las tinieblas a las tinieblas!”
Aprovecho estos magníficos versos de Pável Grushkó, que reproduce Villanueva, para adentrarme sin más en mi lectura personal del libro. Lo primero que me llamó la atención fue el oxímoron del título de la obra. En el sustantivo de ese “Son racional” que nos propone en el título el autor tiene que “resonar” —por alusiones— el son montuno que fascinara al propio Lorca en las canciones del Trío Matamoros y que trató de reproducir el poeta granadino en los versos de ‘Son de negros en Cuba’: “Cuando llegue la luna llena / iré a Santiago de Cuba, / iré a Santiago, / en un coche de agua negra”. Naturalmente, el adjetivo que “racionaliza” el son —el compositor Arsenio Rodríguez hablaba del “diablo” que el son lleva en el cuerpo—reestablece el equilibrio que preside toda la poesía de Pável Grushkó.
Son racional recoge una colección de poemas abordando temas como la naturaleza, la memoria, la vida cotidiana y la reflexión personal, pero siempre sin perder la armonía. Los versos de Grushkó nos hablan de experiencias personales, de recuerdos de la infancia, de la figura del añorado padre, de la familia y de la vida del poeta en una Rusia rural y agrícola. Estos temas se entrelazan en el poemario, mostrando la profundidad y la diversidad del trabajo del autor. Poemas llenos de metáforas que enriquecen la obra, evocando imágenes vívidas en la mente del lector.
Estructuralmente, el libro se articula en cinco secciones, que llevan los siguientes encabezamientos: ‘Pozo de los días’, ‘Tiempos urbanos’, ‘Estar’, ‘Clarivoz’ y ‘Anotaciones’.
Cada una de estas cinco partes es presentada, a modo de pórtico, por una fotografía del propio Pável o de su hijo Kirill Grushkó, que nos da pistas visuales de lo que vamos a encontrar en los poemas que anuncian: la ventana y su trampantojo (como frontera entre lo íntimo y lo público con una mirada ora nostálgica, ora costumbrista), la agresión del progreso industrializado que devora lo familiar, la nieve como metáfora y el discurrir alegórico de las estaciones, la naturaleza acosada, la memoria como baluarte de valores incuestionables… La imagen, en suma. En el pictorialismo de estas instantáneas, a modo de llaves hermenéuticas iconológicas, intuimos la complicidad culturalista (Magritte, Manet, Warhol, Van Gogh, Delvaux, Borges) de Grushkó y su lamento por lo estéril de la palabra poética.
Si las cuatro primeras secciones constan de una decena de poemas largos cada una, la quinta se desborda en casi una cincuentena de composiciones breves que propenden al aforismo o a lo epigramático.
En la primera parte (conformada por las cuatro secciones iniciales), aparte de las referencias ya apuntadas en las que la Naturaleza adquiere una dimensión cuasipanteísta que bajo la prosopopeya adopta rasgos humanos, podemos encontrar referencias políticas y sociales en diversos poemas.
Citaré dos que, a mi juicio, son paradigmáticas: el poema ‘Noticias mortíferas’ lo escribe el autor en el Lago Summit de Carolina del Norte, en agosto del 1991, durante los días del putch de Moscú, que depuso brevemente a Gorbachov por ir demasiado lejos en sus reformas: “Como una mujer embriagada / un ave en el silencio grita / y estoy presagiando mi asco / de existir en la vida” (p. 16). Versos que denuncian la grave situación que se vivía en la extinta Unión Soviética.
En el poema “El cesto en otoño”, Grushkó nos remite a su condición de judío, que le impondrá al poeta su particular diáspora: “Como la estrella de David se le pegó una hoja amarilla. / Mis abuelos en el Kiev nazi ¿no portaban una parecida?” (p. 18).
Me detendré en algunos versos donde he encontrado ecos de otros poetas. Me remito de pasada a algunas de estas influencias: la poesía existencialista machadiana (“Así entramos en la sonora temporada de los carámbanos / absorbiendo con los ojos el azul de los deshelados cielos, / ruborizándonos bajo miradas de los parques y los barrios, / orgullosos por descubrir nuestros cuerpos y pensamientos. / Resultó que la dicha jugaba al escondite hasta entonces, / resultó que el mundo sombrío fue mucho más ameno y vasto, / y la angustia fue miedosa y huyó como un saltamontes: / sólo hubo que tocar con labios las palmas de tus manos” (p. 58); el Simbolismo de Blok, en el conflicto entre la visión platónica de la belleza ideal y la dura realidad postindustrial (“Miren, cómo por sobre del hollín urbano, / las antenas, los cables y las grúas izadas, / la escaramuza de autos, el río ensuciado / y el graznido enfadoso de las pantallas, / tan obvia e irremisiblemente culpables, / y en el ajetreo comercial tan extraños, / dos atisbos jóvenes se aman en el aire: / Uno y Una —hacia lo Único— apresurados”, del poema ‘Amorubre’, p. 33); el Imaginismo de Yesenin en la plasticidad de las imágenes poéticas que entroncan con el arte popular ruso (“Junto al ave negra de tu piano de cola / nos enajenamos soñando horas enteras; / en nuestros cocteles / las cerezas / se zambullen / saltando de tus teclas”, del poema ‘Manos de Dave Brubeck’, p. 36); y sin duda —cómo no— la poética del Pasternak de Mi hermana la vida. De hecho, esta última me parece la más relevante. Pável Grushkó, como el poeta moscovita, es poco propenso a deshumanizar la palabra y el “frescor emotivo de sus metáforas se complica al entrecruzarse con varios elementos culturales”, como decía el gran eslavista Angelo Maria Ripellino al referirse al Nobel ruso. Así Pável Grushkó hace un canto a la propia vida, tanto la del entorno natural como la humana: hasta catorce veces habla en Son razonable con “su hermana la vida”, reactualizando los célebres versos del citado poemario de Pasternak, que dicen: “Hoy mi hermana la vida se rompe a torrentes / contra todos en ráfaga de primavera, / y se queja la gente con joyas, y muerde, / tan amable como una serpiente en la avena”. Pável Grushkó parece interpelar a Pasternak en los versos del poema Ángelus en septiembre: “Cumple despreocupadamente la suerte del ardor y la ceniza. / La vida está en ti, y tú estás en ella con tu antojo y añoranza / […]” (p. 13). Y, como en un espejo, Grushkó —que se encara con la vida— no renuncia a mirar cara a cara a su contrafigura: “El futuro es una cinta de la meta, / que cada uno porta en su pecho. / Nadie pierde, cada uno está galardonado / con una muerte” (del poema ‘Maratón de masas’, de la quinta sección ‘Anotaciones’, [p. 79]).
Si las cuatro secciones previas mantienen una estructura formal muy homogénea, la quinta rompe esta tónica “como un río [que] fluye [en] el cielo azul de lejos” (Los pasos, p. 64), parafraseando uno de los bellos versos del libro.
El título de la quinta y última sección del poemario es ya elocuente: ‘Anotaciones’, como apresurados apuntes que sugieren el borrador del poema en su antesala, en su prístina germinación seminal, pero con la densidad poética necesaria y medida en su delicado refinamiento. Incluso el poeta se permite el humor (con tintes negros), algo que está desterrado por completo en lo que hemos dado en llamar la primera parte. Por ejemplo, en el poema ‘Dicen’ encontramos estos versos zumbones: «“Dicen que en Baracoa, en Cuba, / aún vive un papagayo / que con la fidelidad de una grabadora / grita con la voz de Colón: / “¡Viva la unión inquebrantable / entre los marineros y las aborígenes!”» (p.71).
El poema ‘Epitafio’ tiene vocación de aforismo: “Él buscaba la perfección en la vida / sin sospechar que la perfección acabada / posee la muerte” (p. 73).
La abierta ironía en el poema ‘Preelectoral’: “Es tan agradable pertenecer al PCUS / —al Partido Correcto de Uno Solo— / siguiendo el ejemplo de Dante” (p. 79).
Lo metafísico en una aparente tautología hecha poema de ‘Una verdad’—el más breve del libro—, que nos dice en el colmo de un laconismo descarnado: “Nada no hay” (p. 88).
Y, por último, en estos poemas irónicos, citaré la greguería casi ramoniana de ‘Telégrafo matutino’: “Llueve desde la mañana. / Los hilos de lluvia parecen alambres / por los cuales suben / las lágrimas” (p. 87).
Lo político asoma, como en la primera parte del libro, en el poema ‘Arrepentimiento’, en el que se nos advierte, en una nota a pie de página, que el vino de kinzmarauly (tinto afrutado de sabor semidulce) era el vino georgiano que le gustaba a Stalin: “Al saber toda la verdad / el vino de kinzmarauly se horrorizó tanto / que se hizo vinagre” (p. 77).
En definitiva, un acierto de Huerga y Fierro —merecedor de nuestro aplauso—, que viene a sumarse a su longeva trayectoria editorial en pos de la divulgación de un género tan proceloso y restringido —“para la inmensa minoría”— como el de la creación poética. ¡Felicidades!