enero de 2025 - IX Año

PASABA POR AQUÍ / Se ponga la Academia como se ponga

Detalle de la tumba de Urraca López de Haro, cuarta abadesa de la Abadía de Cañas (La Rioja). Talla de Ruy Martínez de Bureba (1272)

Hace no mucho escuché a un buen profesional de la radio la siguiente frase: «Se abre el plazo para solicitar plaza» y añadía «perdón por la redundancia». Está claro que se pasó de listo. La equivocación le vino por exceso, por aquello de cogérsela con papel de fumar con un punto de ingenua pedantería.

Como la mayoría sabe, «plazo» viene del latín «placitum» y supone el tiempo señalado para realizar algo; mientras que «plaza» sale del latín «plattea» que es lugar, sitio o espacio y, en este caso, puesto de trabajo, empleo o destino. Así que nada de redundancia; pedir perdón fue, como suele decirse, una pasada de vueltas.

Sirva esto para comentar que a través de los medios de comunicación o de las personas que por uno u otro motivo tienen una voz pública susceptible de ser seguida por otros, se producen errores en el lenguaje que terminan modificándolo y no siempre de forma certera.

Claro que los idiomas son algo vivo y que es bueno que se desarrollen y se modifiquen en atención a las necesidades de cada época, pero cuando el error toma carta de naturaleza, es utilizado por los que debían no cometerlo y copiado por el resto que no sabe ni de qué va la misa, el asunto debería preocuparnos, o al menos ocuparnos, se ponga la Academia de la Lengua como se ponga.

Por supuesto que los que no tenemos influencia pública también andamos soltando palabrejas orondas que debiéramos pensar bien antes aunque no seamos influyentes y tan sólo culpables de pretensión.

Veamos algunos ejemplos:

La palabra «romántico», se ha convertido en una sinécdoque perfecta pero que puede llamar a engaño. Este término se usa generalmente para indicar demostraciones emotivas, gestos o situaciones, por lo general melifluas, de enamoramiento, tendentes al suspiro o al pasmo ante la belleza. A veces simplemente se identifica romántico con una postura galante o algún gesto emocional de alguien que nos enamora. Pero romántico y romanticismo son mucho más, inicialmente fue un movimiento cultural bastante revolucionario en la sociedad y en el arte, una ruptura de los estereotipos burgueses, del seco academicismo y el adoctrinamiento social, no sólo embelesarse ante un paisaje, regalar flores, ser cariñoso con tu pareja o suspirar poniendo los ojos en blanco, lo que supone una reducción ignorante.

La palabra «álgido» que se usa constantemente para indicar el momento culminante o crítico de un proceso o asunto —así terminó por recogerlo la RAE, aceptando los errores como tiene a veces por costumbre—, significa inicialmente «muy frío», así que cuando un político dice «el debate llegó a su punto álgido», o si un periodista dice «en el momento álgido del incendio» estará bien, según la Academia —qué le vamos a hacer— , pero aunque el idioma evolucione desde su uso por la gente, cuando el uso es torpe y toma carta de naturaleza a mí me da la risa.

Ilustración de Eugenio Rivera

La palabra «dantesco» también es frecuentemente utilizada como sinónimo de espeluznante, bárbaro, o aterrador, en lógica referencia a la Divina Comedia de Dante, olvidando que el poeta florentino también habló del cielo. ¿Es dantesco el cielo que él imaginó?  Claro que lo que pesa es su infierno que fue el que terminó dando forma al destino de los réprobos dentro del cristianismo ¡que también hay que jorobarse con semejante idea! Por cierto ¿Han leído a Dante todos los que se llenan la boca con el adjetivo dantesco?

Igual podríamos referirnos a «kafkiano» utilizado por muchos pedantes que nunca leyeron a Kafka o «unamuniano» referida por tantos que ni siquiera han abierto «San Manuel Bueno, mártir», aunque sí hayan visto la película de Amenábar, «Mientras dure la guerra».

Resulta igualmente inapropiado utilizar «magnificado» para referirse a algo que se ha exagerado, cuando en realidad, magnificar significa alabar, enaltecer, exaltar… Claro que ya vendrá la Academia cualquier día y aceptará el error, que se le da de perlas. Eso mismo ocurrió con lo de aplicar «bizarro» a algo extraño y extravagante cuando significa valiente y espléndido; pero como lo ha aceptado ya la RAE pues todos a callar.

Del vocablo «mítico» ni hablamos; es utilizado frecuentemente por muchos para los que «mito» es una palabreja que difícilmente relacionan con cualquier significación maravillosa o con la inmensa mitología de todas las culturas que en el mundo son o han sido, sobre todo porque no tienen ni zorra idea. Llamar mítico al famoso gol de Zarra ante Inglaterra en 1950 parece un poco exagerado.

De asuntos parecidos como lo de decir «presidenta» en vez de presidente cuando quien preside es una mujer, no voy a decir gran cosa porque los del lenguaje inclusivo, caiga quien caiga, y lo correctamente político, aunque sea un truño, se van a poner de uñas y me van a correr a gorrazos.

Olvidando lo que significa el sufijo «ente» vamos a terminar todos diciendo «malolienta» en vez de maloliente, «displicenta» en vez de displicente y «eficienta» en vez de eficiente; eso sí, con la bendición de la RAE, que ella sabrá lo que bendice.

La palabra «poético» —y aquí quería llegar para ir acabando— es utilizada por cualquiera para indicar que algo es emocionante, bello o impactante, y lo peor es que gran parte de los que utilizan este adjetivo, no han leído poesía en su vida, le dan escaso valor e incluso la desprecian, o sea que se utiliza de forma ingenuamente estúpida cuando no torticera. Como individuo que pretende escribir poesía, esto siempre me pone de los nervios porque es el ejemplo de que ignorancia y simpleza nos tienen acorralados.

Pienso ahora que en estos temas tampoco hay que ponerse estupendo, que diría don Latino a Max Estrella, porque de los más de 7.000 idiomas que hay en el planeta, al paso que vamos, dentro de unos 100 años van a quedar cuatro o cinco como mucho, alguna forma de español entre ellas (a la torre de Babel la está estrujando la economía global).

En todo caso, deberíamos ser más humildes y pedir disculpas, no como el periodista del principio cuando se pasó de listo con los plazos y las plazas, sino cuando tantas veces confundimos o retorcemos el idioma por despiste, pedantería o simple desconocimiento.

¡Ah! ¿que eso es el idioma que evoluciona? Pues nada: evolucionemos lo que haga falta, pero permítanme que yo me cisque en las evoluciones analfabetas.

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