enero de 2025 - IX Año

Sobre ‘La globalización. Consecuencias humanas’, de Zygmunt Bauman (II de II)

El futuro de la soberanía política

La argumentación de la soberanía política se basa en la idea de que los gobiernos solo son responsables frente a aquellos que los han elegido y frente a sus ciudadanos en general, y no frente a otros ciudadanos del mundo que controlan o gestionan los flujos internacionales de capital. Sin embargo, la pérdida de soberanía es un hecho y, a menos que ocurra un cataclismo mundial o una reacción coordinada de todos los gobiernos, esta situación de un nuevo poder fiscalizador va a continuar teniendo cada vez más importancia. La globalización ha impuesto serios límites al poder de los Estados, fundamentalmente porque los inversores pueden compararlos y discriminarlos antes de decidir dónde invertir sus capitales.

Antes de la caída del bloque comunista, la política de las potencias creaba la ilusión de totalidad. Superada la política de bloques, el mundo ya no presenta el aspecto de una totalidad; se diría que nadie controla el mundo. La globalización es el nuevo desorden mundial, situándose en el polo opuesto de la idea a la que aparentemente reemplazó: la de “universalización”; una idea que transmitía la esperanza de crear un orden universal y tal vez incluso de crear la igualdad. Pero la actual globalización no se refiere a lo que queremos o esperamos realizar, sino a lo que nos sucede a todos.

Las tres columnas sobre las que se asentaba la soberanía —militar, económica y cultural— están rotas y la fractura del soporte económico es la que tiene mayores consecuencias. Los mercados financieros globales imponen sus leyes y preceptos sobre el planeta, y al Estado solo le queda el poder de la represión interna, convirtiéndose en un mero servicio de seguridad de las multinacionales. La libertad de movimientos del capital depende de la fragmentación política del escenario mundial. Los Estados débiles son justamente lo que requiere el Nuevo Orden Mundial, que parece más bien un nuevo desorden mundial, para sustentarse y reproducirse. Una de las mayores consecuencias de tal situación es que resulta y resultará cada vez más difícil lanzar una acción colectiva eficaz para tratar de solucionar los problemas sociales existentes.

Fragmentación política y globalización económica o territorialización y globalización son procesos recíprocos y complementarios. El teórico de la globalización Roland Robertson llama “glocalización” a esta indisoluble alianza, un fenómeno que el concepto unilateral de globalización tiende a ignorar. Sus consecuencias no pueden ser disimuladas: los ricos se hacen cada vez más ricos y los pobres son cada vez más pobres. En realidad, la globalización beneficia mucho a muy pocos y excluye o margina, como nos muestran las estadísticas económicas, a dos tercios de la población mundial. La creación de riqueza lleva camino de emanciparse. Los viejos ricos necesitaban a los pobres para crear su riqueza y esa dependencia les impulsaba a ocuparse, aunque fuera mínimamente, de los desheredados: ahora, los nuevos ricos ya no necesitan ocuparse de ellos. Los medios de comunicación manipulan el interés público hacia los pobres del mundo. Se habla de las hambrunas, pero al tiempo se critica la actitud cultural de los afectados y se les hace responsables únicos de sus desgracias. Se ocultan las causas profundas de la situación para incidir exclusivamente en el hambre y limitar la tarea a enviar ayuda alimentaria. Las riquezas son globales, la miseria es local, pero no se establece ningún vínculo causal entre ambas. La asociación de los “nativos lejanos” con las matanzas, las epidemias y las hambrunas cumple además otra función importante. Ante semejantes atrocidades solo cabe dar gracias porque sean nativos remotos y desear que continúen siéndolo. En el fondo se trata de negarle al prójimo el derecho a la libertad de movimientos que se exalta como el máximo logro del mundo globalizado. De ahí la utilidad de los retratos de la inhumanidad que reina en los países donde viven los potenciales emigrantes: ayudan a mantener a los nativos en sus países mientras los globales se desplazan con la conciencia tranquila.

Consumismo y grado de movilidad

Ilustración de Eugenio Rivera

La industria actual está montada para producir atracciones y tentaciones constantes. Esta carrera en pos de deseos nuevos y renovados no tiene una meta definitiva, carece de límite, y sin sentido de límite no hay manera de que se le acabe el impulso a la rueda de las tentaciones y el deseo consumistas. Si la sociedad de nuestros antecesores, los que vivieron en la etapa industrial previa, era una sociedad de producción sus miembros eran formados como productores y como soldados, la formación que ofrece la sociedad contemporánea a sus miembros está dictada ante todo por el deber de cumplir la función de consumidores. Nuestros antepasados se preguntaban si uno trabaja para vivir o vive para trabajar; el interrogante sobre el que se medita en la actualidad es si uno debe consumir para vivir o vive para consumir. Es decir, si somos capaces y sentimos la necesidad de separar los actos de vivir y de consumir.

La lógica de la economía actual está orientada hacia el consumo y, de acuerdo con ella, la satisfacción del consumidor debe ser instantánea, tanto en su inmediatez como en el tiempo que dura tal satisfacción. Por ello, la cultura de la sociedad de consumo no es de aprendizaje sino principalmente de olvido. Cuando se despoja al deseo de la demora y a la demora del deseo, la capacidad de consumo se puede extender mucho más allá de los límites impuestos por las necesidades del consumidor. Para aumentar la capacidad de consumo jamás se debe dar descanso al consumidor. Suele decirse que el mercado de consumo seduce al cliente, pero para ello necesita clientes que deseen ser seducidos. Para el consumidor maduro, actuar de esa manera es una compulsión, una obligación y la imposibilidad de vivir la vida de otro modo se le revela disfrazada de ejercicio del libre albedrío. Piensa de sí mismo que es juez y crítico, pues elige. Puede negarle su adhesión a cualquiera de las infinitas opciones exhibidas, salvo la opción de elegir entre ellas. Pero esta no parece una opción.

Tal vez a todas las personas les asignen el papel de consumidor, acaso todos quieran serlo, pero no todos pueden ser consumidores. Todos estamos condenados a elegir durante toda la vida, mas no todos tenemos los medios para hacerlo. La sociedad de consumo también está estratificada. La escala que ocupan “los de arriba” y “los de abajo” es la del grado de movilidad, de libertad para elegir el lugar que desean ocupar. Los de arriba pueden alejarse de los segundos, pero no a la inversa. El ejemplo de la división por zonas residenciales de las ciudades contemporáneas es elocuente. Mas existe otra significativa diferencia: los de arriba tienen la satisfacción de moverse a voluntad, de elegir sus destinos. Sin embargo, los de abajo no tienen dónde ir y difícilmente serán bien recibidos si deciden emprender la aventura viajera. La combinación actual de la anulación de visados de ingreso y el refuerzo de los controles de inmigración tienen un profundo significado simbólico y ponen al descubierto el hecho de que el acceso a la movilidad global se ha convertido en el más elevado de todos los factores de estratificación social.

Los habitantes del primer mundo, los de arriba, viven en el tiempo: el espacio no rige para ellos puesto que cualquier distancia se recorre instantáneamente. Por su parte, los habitantes del segundo mundo, los de abajo viven en el espacio: su tiempo es vacuo, en él no ocurre nada. Para el habitante del primer mundo se desmantelan las fronteras nacionales; para los del segundo mundo se alzan los muros de los controles migratorios, las leyes de residencia, y los fosos que los separan de los lugares deseados y de la redención soñada se vuelven más anchos. Esta polarización tiene enormes consecuencias psicológico-culturales. Unos, los extraterritoriales, experimentan sus vivencias de libertad posmoderna; los otros, excluidos y territoriales, notan una exasperante sensación de esclavitud en los tiempos posmodernos. Emancipado del espacio, el capital no necesita una obra de mano itinerante y esto va unido con la presión para abrir nuevos fosos y elevar nuevos muros para impedir el desplazamiento de aquellos que, en consecuencia, se ven espiritual o físicamente desarraigados. Luz verde para los turistas, luz roja para los vagabundos. La polarización del mundo y su población no perturba el proceso de globalización, solo es su consecuencia. Las “periferias” se extienden en torno a los pequeños enclaves, extraterritoriales en lo espiritual pero físicamente muy fortificados, de la élite globalizada. Y, paradójicamente en la era de la comunicación instantánea, se produce una ruptura casi total de la comunicación entre las élites y los de abajo. Los encumbrados, sin poseer ningún proyecto universalizador, no tienen nada que decir a los demás.

Ley global y criminalización de la pobreza

Ilustración de Eugenio Rivera

En el quinto y último capítulo de La globalización. Consecuencias humanas, Bauman, sin abandonar el esquema movilidad/territorialidad, examina las consecuencias legales, o mejor sería decir penales, que dicha polaridad provoca en el orden social. Y lo hace analizando la incidencia que tiene sobre las legislaciones de los debilitados Estados nacionales la creación del mercado laboral flexible que los inversores demandan. La flexibilidad laboral aparece como un principio universal de la racionalidad económica. Los puestos de trabajo van y vienen, las reglas de juego de la contratación y el despido cambian, se ejerce presión para deshacer los hábitos de trabajo permanente y regular. Esta flexibilización del mercado laboral requiere derogar las leyes demasiado favorables para la estabilidad del empleo y del salario. Es decir, se necesitan nuevas condiciones que promuevan hábitos y actitudes opuestas a las que exaltaba la ética del trabajo y fomentaban las viejas instituciones panópticas destinadas a poner en práctica dicha ética.

Los gobiernos nacionales no pueden prometer seriamente sino más flexibilización laboral, es decir, más inseguridad y vulnerabilidad. En cambio, combatir o aparentar que se combate el crimen que amenaza la integridad y propiedad de las personas es una opción política realista que rinde grandes beneficios electorales. En el mundo de las finanzas globales, la tarea que se asigna a los gobiernos estatales es poco más que la de ser grandes comisarías. Destacarse en la función policial es lo mejor que puede hacer un gobierno para convencer al capital nómada de que invierta en el bienestar de sus gobernados. Y postular el encarcelamiento como la estrategia crucial en la lucha para proteger a los ciudadanos significa inmovilizar y excluir, el mayor castigo posible en una sociedad donde la libertad se entiende sobre todo en el sentido consumista de elegir, algo que ha adquirido un conspicuo componente espacial.

Pero la acción penal se aplica especialmente sobre los delincuentes que proceden de la base social. Además de estar mal tipificados, los crímenes “en la cima” son difíciles de detectar. Los delitos empresariales llegan a la justicia y la luz pública en casos contados. Despojar a una nación de sus recursos se llama “fomento del libre comercio”; robar a familias y comunidades enteras sus medios de vida se denomina “reducción de personal” o “racionalización”. Jamás estas acciones han aparecido en la lista de actos delictivos y punibles. Además, la nueva élite global goza de una enorme ventaja frente a los guardianes del orden: los ordenamientos legales son locales, mientras que la élite y la ley de mercado libre son translocales. Como corolario, las fuentes de criminalidad parecen inequívocamente locales y localizadas, identificadas con la “clase baja”, lo que conduce de modo directo a la criminalización de la pobreza.

La polaridad globalización/localidad adquiere así el carácter de valores opuestos y absolutos. La libertad global de movimientos expresa ascenso y éxito sociales; la inmovilidad manifiesta el fracaso en la vida, quedar desplazado. Ambos valores se potencian mutuamente y garantizan que la fragmentación y el extrañamiento “en la base” afiance las ventajas de la globalización “en la cima”. Un sistema que, lejos de acortar las diferencias socio-económicas, como intentan proclamar sus heraldos, parece ahondar y multiplicar las diferencias y las injusticias. Situación que Zigmunt Bauman expone críticamente, sin pretender respuestas o soluciones, pero actualizando las preguntas y manteniendo vivos unos interrogantes ineludibles que no nos pueden dejar indiferentes.

Para leer la primera parte piche aquí

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Archivo Entreletras

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