enero de 2025 - IX Año

‘No se acaba nunca de nacer’, de José Mascaraque Díaz-Mingo

No se acaba nunca de nacer
José Mascaraque Díaz-Mingo
Ondina Ediciones, 2024
118 páginas

Memoria y poesía última de un poeta imprescindible

El pasado seis de septiembre de este año 2024 fue presentado en el claustro del Convento de San Francisco del Pretil de Madridejos, hoy Museo del Azafrán y Etnográfico, el último poemario escrito por el poeta y ensayista José Mascaraque Díaz-Mingo, natural de dicha localidad toledana, antes de fallecer el 19 de julio de 2023. El emotivo acto se celebró con la inestimable colaboración de la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento y la Biblioteca Pública Municipal de esta población manchega. Comentar, asimismo, que la aparición de este libro póstumo de Mascaraque ha contado con la valiosa implicación de la familia del autor, así como de quien fuera su más cercano colaborador, Adolfo Herrera, y, por supuesto, de Ondina Ediciones, sello editorial que ha hecho posible que este libro viera la luz.

El libro, titulado No se acaba nunca de nacer, es en efecto la última obra escrita por José Mascaraque a quien conocí hace muchos años, primero como profesor, luego como impulsor de diversos proyectos culturales en los que tuve el privilegio de participar y, sobre todo, como amigo y mentor por los derroteros de la literatura y el pensamiento.

José Mascaraque fue autor de quince poemarios, contando el libro objeto de esta recensión, y tres ensayos publicados, así como de artículos y poemas aparecidos en diferentes revistas. Estudió en Toledo, Comillas, Sevilla, Salamanca y Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, siendo ordenado sacerdote en 1971. Desde muy pronto compaginó su vocación por la poesía con su labor como sacerdote en pueblos y barrios populares como el de Moratalaz en Madrid, donde residió más cuatro décadas.

En este sentido, No se acaba nunca de nacer es un espléndido colofón a la trayectoria poética de un autor que fue un poeta puro. Incluso en los tres ensayos que publicó, dos de ellos bastante extensos, se advierte que estamos ante un poeta. Un poeta de verso certero y reflexión profunda, o viceversa. Un poeta que trabajó el verso como un concienzudo e ingenioso artesano, con esmero, con un léxico escogido, con un lenguaje cuidado, para elaborar un discurso poético donde reflejó su aguda y lucida visión del mundo que le rodeaba, además de emocionar o conmover con su honda sensibilidad e invitarnos a agitar el intelecto. Eso sí, sin perder nunca de vista sus raíces castellano-manchegas y muy especialmente sus orígenes madridejenses, algo que surge de manera expresa o tácita en muchos de sus poemas. Como él mismo dijo en más de una ocasión, cuando hablaba de su querido Madridejos, se consideraba un manchego trasplantado en Madrid.

Los poemas que contiene este libro, como explica el propio poeta al final de la obra, se escribieron entre Madrid y Madridejos del 31 de julio de 2016 al 22 de febrero de 2017. Y ese «entre Madrid y Madridejos» no es casual, pues a buen seguro estos poemas tomaron forma en la hoja en blanco en su mesa de trabajo en Madrid, pero también durante los fines de semana y veranos que pasaba en su casa solariega de Madridejos, y no pocos poemas se pensarían también en los trayectos en autobús que hacía entre las dos ciudades.   

Mascaraque finalizó el libro en 2017 y ve la luz ahora, siete años más tarde. Los motivos de esta demora han sido varios. En primer lugar, porque a él, como concienzudo poeta, le gustaba dejar reposar los textos escritos, tomar distancia con los poemas, para volver sobre ellos y corregir o cambiar lo que consideraba mejorable. Por otra parte, debido a diversos problemas de salud y al paso de los años, en su última etapa trabajaba más despacio.  Luego llegó la pandemia de Covid con todas las incertidumbres y dificultades que conllevó. De esta forma, la decisión de ir adelante con la edición del libro se fue retrasando hasta que una vez jubilado a los setenta y cinco años y residiendo ya permanentemente en Madridejos se iniciaron las gestiones para proceder a la publicación del libro. En consecuencia, era una tarea ineludible la publicación de esta obra, aunque resulte ciertamente doloroso que no haya podido ser en vida de su autor, para completar la trayectoria literaria de quien fue sin duda un sobresaliente poeta.

A mediados de los años setenta del siglo pasado, José Mascaraque había publicado ya varios libros de poesía, como Ciudadano Job. Susurros y lamentaciones y Arrepentido Sísifo. Aromas y regresos que fueron editados en 1975. Dos poemarios con un marcado carácter intimista y reflexivo en los que la tierra, su tierra, tiene un lugar relevante. En particular en el segundo libro citado. Por entonces había ganado algunos premios de poesía y codirigía con otro relevante poeta castellano-manchego, Valentín Arteaga, la colección Síntesis de poesía y narrativa donde se publicó su siguiente poemario, Lucero Lucifer.

En ese tiempo, Mascaraque desarrolló una intensa actividad cultural entre Torrejón de Ardoz y Alcalá de Henares, dos localidades de la actual Comunidad de Madrid que por entonces daban sus primeros pasos para convertirse en las populosas ciudades que son en la actualidad y donde en aquellos años tenía su epicentro el grupo de poesía Síntesis que comenzó a editar los Cuadernos Literarios de mismo nombre y la citada colección de libros, donde publicaron autores y autoras imprescindibles de nuestra poesía que atesoraban ya una cierta trayectoria o bien daban sus primeros pasos en la creación literaria: Mercedes Roffé, Julián Martín Abad, Francisco Toledano, José Rojo, Rafael Alfaro, Valentín Arteaga, Pedro Atienza, Ángel López Martínez, Jorge Riechmann, María Rosa Vicente Olivas, Javier Martín Arrillaga, Alfredo Francesch…, resulta imposible citar a todos.

Debemos subrayar que José Mascaraque no fue un autor que se prodigara en alcanzar la notoriedad personal, aunque como cualquier escritor quiso que su obra llegara al mayor público lector posible. El mismo se describió como “una mezcla de monje medieval y de estudioso renacentista”. Pero además fue un hombre muy alejado de los personalismos y yoismos, como escribiría Unamuno, tan habituales en el mundo de la literatura y la cultura en general.

Por otro lado, más allá de su tarea como autor en algunas etapas su actividad traspasó las fronteras de la creación literaria, promoviendo y dirigiendo diversos proyectos en favor de la cultura. No puedo dejar de anotar aquí que tanto en el caso de Síntesis, como en otros proyectos culturales que vendrían después hubo una figura que siempre desempeñó un papel fundamental: su íntimo amigo y colaborador José Adolfo Herrera, conocedor de primera mano de la obra literaria de Mascaraque y de la esfera humana del autor al que quiero recordar en estas líneas. Su discreta pero relevante contribución fue esencial para que las obras del poeta vieran la luz “en tiempo y forma”.  

Al inicio de los “míticos” años 80 Mascaraque se trasladó a Moratalaz para atender diversas parroquias en lo que todavía era un barrio popular en continuo crecimiento. De esta forma, en su vivienda de la calle Vinateros 81 se fueron gestando iniciativas como la asociación y revista cultural Martala, la colección de ensayos Pliegos de Estraza o la revista A granel.

Una vez más el elenco de autores que vieron sus trabajos impresos en las páginas de estas publicaciones no tiene desperdicio: los profesores y catedráticos Agustín Andreu, Juan Aranzadi, Javier Sádaba, José Luis L. Aranguren, Carlos Paris (que fue presidente del Ateneo de Madrid), Ángel Luis Casquillo, Jorge Riechmann…, reconocidos novelistas como Rafael Reig o Antonio Orejudo, autores como Vicente de Diego, Maurilio de Miguel, José María Ridao, etc. El repertorio es muy extenso, siendo imposible mencionar todos los nombres en los límites de esta recensión. Destacar que además de la publicación de las revistas o colecciones mencionadas, desde estas iniciativas también se organizaron conferencias, mesas-coloquio, exposiciones, conciertos y otros eventos culturales. Quizá debido a este intenso “activismo cultural”, Mascaraque sólo publicó dos obras durante toda la década de los 80, un ensayo y un poemario: La Iglesia y la cultura, contra fanatismos, libertad en 1983 y el libro de poesía Ensalmos de la supervivencia que apareció en 1985.

Habría que esperar hasta la segunda mitad de los años 90 para ver publicada otra de las obras más relevantes del itinerario poético del autor, un libro que reunió cinco poemarios, me refiero a Pentateuco poético, publicado en 1997. Un año antes, en 1996, había publicado también Tras las huellas perdidas de lo sagrado, un extenso ensayo de 250 páginas, descrito como «un viaje a pie por la geografía de los símbolos sacrales teniendo como punto de partida el abandono de la fe cristiana» en diversas sociedades, donde dicha fe tuvo en otras épocas un papel sustancial.

Entrado el siglo XXI, Mascaraque publicó en 2002 un nuevo libro de poesía, Poemas prójimos, otra obra primordial de su producción poética. Y en 2003 otro ensayo titulado Los ángeles desterrados donde aborda en 170 páginas la búsqueda de los ángeles que han quedado en la cultura occidental contemporánea. Por último, en los años 2006, 2008 y 2010 aparecieron respectivamente los poemarios Loas a María, Himnos para el Éxodo que viene y Poema Misal, obras donde se aprecian elementos religiosos más pronunciados que en poemarios anteriores.

La primera década de los años 2000 fue prolífica para el poeta. En esos años escribió un texto en prosa sustancial para entender la figura de José Mascaraque como hombre y poeta, su Testamento espiritual. Un texto en el que repasa aspectos que el autor consideró esenciales de su biografía, su pensamiento y su literatura, así como la invariable vinculación con la tierra que le vio nacer. Hasta seis veces proclama en este Testamento que nació en la Mancha y hace saber que quería ser enterrado en la Mancha, para afirmar sus dos vocaciones, la religiosa y la artística, porque para él la poesía era ante todo arte: ars poetica.

El poeta redactó su Testamento espiritual en 2008. Unos años más tarde, en octubre de 2011, fue leído por el autor a modo de conferencia en un acto celebrado en el Ateneo de Madrid. El título con el que fue anunciada la conferencia en el Ateneo, Testamento espiritual, fue acompañado de un significativo subtítulo introducido por el propio poeta: Soliloquio de un niño manchego que se hizo viejo en Madrid y que para más señas acabó de clérigo.

En consecuencia, el Testamento espiritual del poeta, publicado en su día como un opúsculo, se ha incluido en la presente edición del poemario que nos ocupa por ser un texto que, sin duda, ayudara a conocer mejor al poeta a los lectores que se adentren en las páginas del poemario. Igualmente, en memoria del autor se han incluido —pido disculpas anticipadas por la inevitable autocita— un poema de Jorge Riechmann y una prosa poética de Francisco J. Castañón, en su día alumnos de Mascaraque, colaboradores suyos en varias iniciativas culturales y amigos del poeta durante más de cuarenta años.

A tenor de lo expuesto, No se acaba nunca de nacer, cuyo prólogo he tenido la oportunidad de suscribir, constituye la culminación —ya se ha comentado— de una más que notable obra poética, construida sobre la base de un profundo humanismo, una sólida convicción en la transcendencia de la poesía, la expresión de los valores que acompañaron al autor a lo largo de su itinerario vital y un hondo sentir por su tierra natal, la Mancha.

Es un poemario que emociona y conmueve. Son poemas en los que el poeta reflexiona, entre otras cuestiones, sobre las fortalezas y debilidades de la condición humana; expresa su acostumbrada consideración por la naturaleza en la que encuentra una fuente inagotable de sabiduría y medita sobre el inexorable paso del tiempo.

Veinticuatro poemas estructurados en tres secciones, cada una de ellas encabezada por sendas citas del poeta alemán Goethe. Poemas hilvanados con un estilo personalísimo, fruto de la pericia de quien fue maestro en el oficio de poeta. Versos para hacernos participes del universo poético de un autor que, a pesar de las aflicciones y reveses de la vida, nunca dejó de creer en el aliento de la poesía.

Para finalizar, subrayar nuevamente que José Mascaraque Díaz-Mingo fue y es una voz poética imprescindible de nuestra poesía. Su obra es ya patrimonio de aquellos lectores y lectoras que deseen hacerla suya. Una figura y una obra poética y ensayística que, a mi juicio, requiere ser valorada, reivindicada y estudiada como sinceramente creo que merece.

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