La despedida de Alfredo Pérez Rubalcaba ha dado lugar a unas manifestaciones extraordinarias de reconocimiento y afecto entre los protagonistas de la vida política española y en buena parte de la sociedad española.
La unanimidad de los elogios y la efusividad en las expresiones populares de cariño parecen haber sorprendido a algunos. No llegó a ser Presidente del Gobierno. No fue Padre de nuestra celebrada Constitución. De hecho, fue objeto de controversia y vilipendios en grado sumo. Y se despidió de la vida política tras un resultado electoral mejorable.
Sus enemigos se esforzaron en construir y difundir ‘el mito del malvado Rubalcaba’, como un personaje oscuro, conspirador y manipulador. Sin embargo, en este caso, como en tantos otros y por fortuna, la verdad tozuda acaba abriéndose paso. Había y hay un mito Rubalcaba, desde luego: el mito del servidor Rubalcaba.
Durante estos días tristes de enfermedad y fallecimiento, muchos medios de comunicación han combinado la crónica sobre la salud del hombre con el repaso a la biografía del personaje. Y muchos españoles han tenido la oportunidad de tomar conciencia real acerca del alcance de las aportaciones de Rubalcaba a nuestra convivencia, así como de los valores que guiaron siempre su conducta. La conciencia del mito real.
Se ha hablado mucho sobre su trabajo fundamental en la articulación del sistema territorial del Estado, de su protagonismo indudable en la construcción de nuestro sistema educativo e, incluso, de su labor clave en la reducción de los accidentes de tráfico. Todo esto es cierto. Y mucho más, también.
No obstante, estos días de luto han servido para que gran parte de los españoles intuyeran que el papel de Rubalcaba en la organización del espacio público compartido ha ido mucho más allá de estas contribuciones a resaltar por su aplicación práctica en la vida cotidiana.
Muchos españoles han sido conscientes de que este hombre estuvo presente en la sala de máquinas del Estado en cada crisis grave que amenazaba nuestra convivencia, y que su presencia siempre resultó decisiva para salvar cada una de esas crisis y mantener nuestra democracia a salvo. Fuera en la lucha contra el terrorismo, fuera en la amenaza separatista, o fuera en la abdicación de un Rey. Y la sensación predominante ha sido de orfandad.
Gracias a los testimonios de compañeros y adversarios, de testigos y afectados, de maestros y discípulos, los españoles han constatado en estos días, además, cuáles fueron las guías de la conducta de Rubalcaba a lo largo de su prolífica vida politica. De esos testimonios agradecidos han podido conocer que su método de trabajo tenía claves muy sencillas: mucho trabajo, mucho diálogo y mucha lealtad al país, por encima de cualquier otro interés. Y la sensación ha sido de añoranza.
Personalmente puedo dar fe de lo acertado de esta intuición general sobre el mito del servidor Rubalcaba, que ha sido evidenciada por la emocionante despedida que le ha brindado el conjunto del pueblo español.
Le vi muy de cerca al frente de esa sala de crisis del Estado que a veces se magnifica y distorsiona, pero que existir, existe. Fue con motivo de la única declaración del estado de emergencia que se ha producido en nuestra democracia desde la proclamación de la Constitución. Los controladores del espacio aéreo planteaban un pulso inaceptable a la sociedad española, y Rubalcaba se puso al frente de la respuesta, con determinación, inteligencia y eficacia. Su mando generaba confianza, mucha confianza. Y aquello terminó bien.
También fui testigo de su peculiar manera de adoptar decisiones. Primero, el análisis exhaustivo, con cada hecho, cada dato, cada perspectiva, hasta el agotamiento.
Después, la formulación de las propuestas. Todas las propuestas, por inauditas y descabelladas que pudieran parecer en un primer momento. Más tarde, el momento ‘sparring’. Cada propuesta era sometida a la comprobación de ventajas e inconvenientes, de fortalezas a resaltar y flancos a cubrir. ¿Cómo? Con un defensor de la propuesta dispuesto a ser torturado por las preguntas, argumentaciones y contrargumentaciones.
Más tarde, y en cada momento, la duda. ¿Seguro? Repasemos, y repasemos, y repasemos otra vez. ¿Lo hemos revisado todo? ¿Y si…? Y en cada propuesta, la estrategia de comunicación y ejecución. Este movimiento y el siguiente, y el siguiente después del siguiente. Finalmente, la decisión y todos a una. ¿Fácil? No. ¿Infalible? Tampoco. ¿Eficaz? Muchísimas veces. Quienes le vimos trabajar jamas dudamos de su compromiso y honestidad. Y esto nos bastaba para admirarle y quererle.
Aquellos que tuvimos la suerte y el honor de ejercer como amigos, compañeros, colaboradores, ayudantes, y hasta ‘sparrings’ de Alfredo, no hemos sufrido sorpresa alguna en estos días por la magnitud de los reconocimientos al mito Rubalcaba.
Tristeza, sí. Infinita.