diciembre de 2024 - VIII Año

Preocupaciones Muy Españolas (y II)

La excelencia es una ambición de mejora, que es preciso rescatar del muladar por donde la está arrastrando la mediocridad. En España, los mediocres han ido trepando por los andariveles de la política, para evitar construir puentes sólidos y calzadas firmes, porque ellos odian la excelencia, detestan el esfuerzo que exige y desprecian a quienes logran un grado óptimo en su quehacer y saber.

No me voy a entretener analizando las rebajas en el ámbito académico: se obtienen cátedras por la vía endogámica del amiguismo de escuela; se crean cátedras ad mulierem sin catedrática competente; se conceden doctorados copiando las tesis y apañando la composición del tribunal, y se puede pasar de curso con suspensos. Esas son armas de las termitas que corroen la excelencia, su modo de operar para disuadir del esfuerzo.

La excelencia, en cambio, mantiene la ambición de aprender, la curiosidad que investiga para descubrir secretos, documentarse bien, madurar el conocimiento y el dominio de las materias. Así, bien pertrechados, somos capaces de vislumbrar un futuro inmediato por donde roturar nuevos caminos, ir más allá, descubrir derroteros más sólidos, para obtener nuevos descubrimientos. La certidumbre se labra con trabajo de orfebre y el éxito nace del saber maduro.

El joven Ortega, en su España invertebrada dejó dicho que “los pueblos que se mantienen unidos tienen un proyecto sugestivo de futuro en común”. Ya, en aquel texto, apuntaba la necesidad de tener un proyecto, porque él fija objetivos a conseguir. A su vez, estos marcan la dirección, economizan esfuerzos e inspiran soluciones ante las dificultades.  Una persona, y no digamos un país, sin proyecto es errática, atolondrada y pusilánime, sólo tiene ocurrencias más o menos pertinentes. El proyecto es la osamenta de la conducta, donde reside la consistencia del quehacer, porque parte de un compromiso de la persona.

Tras la muerte de Franco, el proyecto sugestivo fue europeizar España. A tal efecto, el Rey renunció a los poderes que le había otorgado la dictadura, para dar juego a la acción política y hubo hombres de excelencia que recogieron el reto: Fernández Miranda, Fuentes Quintana, Felipe González, Abril Martorell, Nicolás Redondo y Marcelino Camacho curados de sindicalismo vertical, incluso un Carrillo ya doctorado en eurocomunismo, y un sabio republicano, Tarradellas, dispuesto a ser marqués. Todos supieron comprometerse para estar a la altura e hicieron un trabajo excelente.

Y el proyecto salió hacia adelante, desde la Ley para la Reforma Política, con la que las Cortes de Franco se hicieron el harakiri, a la Ley de leyes de la Constitución que nos abría al futuro. El salto fue homologado por la Unión Europea y el proceso posterior ha sido muy efectivo y fecundo para España.

Cuando falta proyecto, surge la regresión, damos saltos de cangrejo y creemos que el progreso está en ir hacia atrás. Es lo que ocurrió en el pacto del Tinell. La intolerancia mató el consenso posible, excluyendo a una parte de la población, que podría ofrecer resistencias, como si el consenso sólo pudiera ser esférico y no un poliedro tan irregular como los registros que integra una sociedad plural y multiforme. Los protagonistas fueron los nacionalistas (son la guerra, dijo de ellos F. Mitterrand) y el PSOE en versión nacionalista, con un invitado como pájaro bobo, es decir, Zapatero.

Nuestro futuro como nación pequeña, incluyendo, claro está, a vascos y catalanes, está en la Unión Europea, o mejor, en los Estados Unidos de Europa cuando se consiga la unión política. Solos, no pintamos nada. Por tanto, el proyecto ha de versar sobre el futuro de Europa, por ser también el nuestro. La UE ha de ser algo más que un parque temático, donde hacer turismo y venir a repasar la cultura acumulada en su patrimonio.

Y, en principio, hay que trabajar esa unión; nadie nos la va a regalar; hay que poner compromiso, entusiasmo e inteligencia para obtenerla. Compromiso, entusiasmo e inteligencia no son palabras hueras, ni un brindis al sol de la retórica, son implicación moral e ideas claras, dinamismo o trabajo efectivo, y sabiduría real, sentido común y prudencia, o saber de frónesis. Características de jóvenes de más de 30 años y menos de cincuenta, dispuestos a luchar por un proyecto apasionante: la creación de una nación de naciones, esta vez de verdad.

Al ampliar el horizonte, queda en ridículo el nacionalismo de campanario, su cortedad de miras y el minimalismo grandioso de su intransigencia. De hecho, sin haber concluido el proceso, en el camino de llegar hasta aquí, la UE ya ha derruido los regionalismos decimonónicos que dieron lugar a las dos últimas guerras civiles europeas. Hoy no se producirá un enfrentamiento entre Alemania y sus vecinos como ocurrió en 1914 y 1939. El particularismo excluyente está fuera y no es democrático. Por eso, hay siete países llamando a la puerta de la UE, para entrar al cobijo de la tolerancia y la diversidad.

A la hora de crear proyectos, los españoles no estamos solos. Junto a nosotros andan 500 millones de hispanoamericanos que comparten nuestro idioma, nuestras creencias y nuestra cultura. Ciertamente, ahora, hay mucha ambivalencia, fruto de la monserga mendaz e injusta de la leyenda negra y la manipulación izquierdosa del indigenismo; pero, por debajo, o por encima, está la paternidad que sembró la simiente de una identidad plural.

Modestísimamente, mi experiencia personal en el congreso de Morelos (México) recoge la mayor ovación que yo haya recibido nunca, con todo el plenario del congreso (400 personas) puesto en pie, salvo los norteamericanos, que no fueron a la conferencia porque no sabían español, ni había traducción simultánea. Hablé de transacciones orécticas, que no es un tema divulgado. Luego, en otro de Lima, coseché un elenco de amistades que perduran en el tiempo. Con ello quiero indicar que la ambivalencia se resuelve y los ¡Viva la madre patria! vuelven a oírse, espontáneos, cariñosos y entusiastas. Lo de Morelos fue un torrente emocional, tras el reconocimiento cognitivo.

Aquí hay otro proyecto enorme: recuperar la autoestima nacional para la España peninsular, rescatando la verdad, alentar el sentimiento de orgullo por la gesta lograda en la España americana digna, mestiza y plural y, por último, asegurar, por ambos lados, lealtad a la fraternidad obtenida.

No es poco pretencioso este otro proyecto. En su primera parte, la recuperación de la verdad, ya están trabajando  Marcelo Gullo desde Argentina, con una trilogía magnífica; Juan M. Zunzunegui, desde México, con varios libros llenos de justicia y valentía como su Hernán Cortés; y desde España Lola Higueras, con su Despertar del olvido, y el recientemente fallecido, tan español como colombiano, Pablo Victoria que nos ha dejado libros épicos como El día que España derrotó a Inglaterra sobre la gesta del vasco Blas de Lezo, Al oído del Rey y el Terror Bolivariano, donde hace una descripción premonitoria del bolivarianismo que sufre Venezuela y la tracamundana de que adolecen otros estados de la España americana, desde su independencia.

Dice Emilio Lamo de Espinosa que “la economía tira de la política y ésta de la cultura”. Yo pienso que puede ser una cadena de sentido antero-posterior: dado que compartimos la cultura hispana, podemos influir la política hacia una democratización real, sin dictaduras ni caciquismo corrupto allende los mares y crear prosperidad dentro de la comunidad hispanoamericana, que buena falta les hace. Es la misma filosofía que reina en la UE: seguridad jurídica, desarrollo económico y libertad en las formas de ser. Transferir esa experiencia será una hazaña menor que la acometida en el siglo XVI, pero excelente. Celebrar una cumbre en Bruselas está bien, pero no es suficiente.

Europa e Hispanoamérica son dos proyectos paralelos que nos tocan por el flanco norte y el oeste. Puede haber otros: por el este, el Mediterráneo ya no es el mare nostrum y los países desde Gibraltar al Bósforo tenemos retos consistentes en la UE, si queremos dejar de ser los países pigs; por el sur, nos inunda día a día el tsunami de una emigración invasora de hambrientos, ya que la diferencia entre el norte y el sur del Mediterráneo es de 1 a 7 en el pib per cápita. Atender este asunto último puede ser una cuestión de supervivencia cultural.

Es decir, hay mucho trabajo por hacer, con agallas, ambición y los pies en la tierra, si sabemos dejar de lado el sentido umbilical que caracteriza la mediocridad.

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