noviembre de 2024 - VIII Año

PASABA POR AQUÍ / ¿Utilidad del arte?

Detalle de la tumba de Urraca López de Haro, cuarta abadesa de la Abadía de Cañas (La Rioja). Talla de Ruy Martínez de Bureba (1272)

Esta mañana andaba yo de la cocina al ordenador, preparando un pastel de acelgas, y mientras vigilaba el horno, pensaba en la utilidad o no del arte, de la literatura, de la poesía. Me vino a la cabeza Eulogio Florentino Sanz, aquel romántico tardío, amigo de Bécquer y gracias al cual conservamos varios poemas de este, que Florentino memorizó tras perder el sevillano sus originales.

A este poeta, cuando trabajaba en la embajada española en Alemania, le presentaron a un diplomático estúpido que al enterarse de que era poeta le hizo la pregunta típica: “¿Y para qué sirven los poetas?”. Sin inmutarse, Sanz respondió: “Pues para lo mismo que todo el mundo y además para escribir versos”.

En esta sociedad absurda que nos estamos montando, todo lo que no tiene una utilidad palmaria, crematística e inmediata cae en sospecha; todo lo que no es negocio, dividendo, apariencia social, disfrute suntuoso o simplemente caro, no vale gran cosa.

Así que pintores, músicos, escritores y demás creadores, si no han encontrado un sitio en el mercado del relumbrón aunque sea a costa de poner precios desorbitados a auténticas mamarrachadas, son unos desdichados inútiles que viven fuera del mundo.

Ya se sabe, la grosera mayoría siempre confunde valor y precio. Digo mayoría no por un elitismo que detesto sino porque realmente son mayoría los que ejercen la vulgaridad, la inopia cultural, el sometimiento a modas y la caída de baba frente a la pantalla.

La generalidad de nuestros paisanos sólo dio mérito a Eulogio Florentino Sanz cuando apareció en los billetes de 100 pesetas. ¿Ah, que era Bécquer? Pues que conste que aquel aspecto no era el de Bécquer sino el de Eulogio. El retrato ideal del romántico que dibujara Valeriano Bécquer se parece mucho más al poeta de Arévalo que al de las rimas. Véase el busto que en esa su ciudad natal tiene Eulogio Florentino.

Pero, a lo que vamos: La utilidad del arte, de la poesía, de esas cosas. Hay más opiniones al respecto de las que cabrían en esta página, así que no me extenderé. Dejo el tema sobre el tapete para que siga el eterno debate. Tan sólo ilustro la controversia con algún detalle, como la anécdota leída hace poco:

“… en el Georges Pompidou: mientras veíamos una exposición, mi hijo pequeño se sentó en una silla corriente de mimbre, pegada a la pared. Que resultó ser una de las piezas de la exposición, como decía una tarjeta en la pared. Le dije que se levantara antes de que nos llamaran la atención y el niño atónito no daba crédito. Cómo va a ser eso una obra de arte, me decía, no ves que es una silla para sentarse.

Tuve que zanjar el asunto con un «que lo pone aquí», respaldado por la autoridad paterna. Pero el niño llevaba razón…” (1)

¿Veis como el arte es útil? Sirve a veces hasta para sentarse, y, como ahora, para esbozar una sonrisa.

Si nos ponemos en eso que llaman performance, la utilidad se sale. Brillante lo de entretener a las gentes por la calle o donde sea con una acción artística que la mitad de las veces no entiende ni la madre que la parió. ¡Se puede pedir más!

Aunque los modernos se enfurezcan, la mejor acción artística que recuerdo (llamarlo performance es sin duda más chic) es la del disparatado escritor bohemio Manuel Fernández y González. Un “crak” este tipo montando espectáculos improvisados. Cierto día, en Burgos, ante el sepulcro de Enrique II el de las Mercedes, introductor de la Casa de Trastámara en Castilla a costa de asesinar a su hermanastro y rey Pedro I y de sobornar nobles, don Manuel, que siempre había sido partidario de Pedro I, golpeó la cara de la estatua yacente, gritándole: ¡Bastardo, Manuel Fernández y González te abo­fetea! He ahí un auténtico performance: directo, claro, reivindicativo, bien informado históricamente, conciso y eficaz. Nada de chorradas: Arte en estado puro. ¡Y útil! porque todos los que estaban delante pudieron aprender, si no lo sabían ya, que los Trastámara, empezaron con un traidor, Enrique II, y terminaron con otra traidora: Isabel I, se pongan como se pongan los que andan por ahí queriendo hacerla santa ¡que hace falta valor!

De la memoria de Florentino Sanz, conservando rimas de Bécquer, a la justicia histórica de Fernández y González, pasando por una “artística” silla para descansar en un museo: pura utilidad la de los artistas… ¿o estamos hablando de otra cosa?

(1) Tomado del blog luzycontraluz

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