En el año 2020 se cumplieron cien años del nacimiento de un actor que nos dejó interpretaciones memorables, uno de esos actores con rostro serio, avinagrado, pero que derrochaba comicidad.
Fue el malo de Charada (1963), aquella película de Stanley Donen que unió a Audrey Hepburn y Cary Grant, una pareja de excepción en la historia del cine. Aquella película demostraba que Walter podía ser un aparente hombre bueno pero en el fondo su personaje irradiaba la maldad que escondía su rostro normal y agradable.
Pero el éxito llegó con la maravillosa La extraña pareja (1968), donde un genial Jack Lemmon se convertía en la pareja de este tipo desastrado que representaba Walter. Si Lemmon era el maniático de la limpieza, del orden, el histriónico y el hipocondriaco, Matthau era el despreocupado, el que jugaba con sus amigos a las cartas y que odiaba el orden que imponía su pareja de apartamento, Lemmon.
La química entre ambos actores fue sensacional, uniendo a la pareja en varias películas más, como en Aquí un amigo, dirigida por Billy Wilder, uno de los mejores directores de la historia del cine, que había dado todo el protagonismo a Lemmon, pero aquí cuenta con Matthau como Trabuco, un asesino a sueldo que ve impedido su plan de asesinar a un mafioso peligroso que iba a declarar contra él por la llegada de Lemmon, un tipo que quiere suicidarse porque su mujer le ha engañado: de nuevo Lemmon interpreta a un tipo histriónico y absurdo. La pareja funciona porque Lemmon resulta hilarante y expresivo como pocos, frente al hieratismo de su compañero, cuyo rostro inexpresivo contrasta con el de Lemmon, siempre gesticulante y muy activo, sin parar de hablar en ningún momento.
Wilder ya les había reunido en En bandeja de plata (1966) rodada dos años antes que la exitosa La extraña pareja, donde Matthau es un tipo sin escrúpulos que quiere aprovechar un supuesto accidente de un periodista de la redacción, Lemmon, para cobrar el seguro. Esta película le dio el Oscar de Hollywood al mejor actor secundario. Llegó luego otro nuevo encuentro, Primera plana, en 1974, donde Lemmon era Hildy, un periodista que va a casarse hasta que se lo impide la ejecución de un recluso inocente; en esta película Wilder vuelve a plantear el tema del periodismo sensacionalista, donde todos quieren aprovechar la gran noticia de la muerte del preso, un tipo inocente y desafortunado, que nos hace reír también. Matthau vuelve a su papel de desaprensivo y serio, el jefe de la redacción, que impide la felicidad de Lemmon con su novia Susan Sarandon, porque debe ocuparse de dar la exclusiva de la ejecución. Todo se complica cuando el preso se escapa y la película es un verdadero alarde de humor inteligente.
Matthau venía del teatro, donde había trabajado desde muy joven y fue introducido en el cine por Burt Lancaster, que le dio un papel en El hombre de Kentucky (1955). Pero también estuvo estupendo en Bigger tan life (1956) y A face in the crowd (1957), dos películas donde los papeles de Matthau demostraban lo gran actor que era.
No hay que olvidar su incursión en el musical Hello, Dolly (1969) con la gran Barbra Streisand. Matthau también interpretó un divertido papel en Flor de cactus (1969), junto a la gran Ingrid Bergman.
Todo ello demuestra la gran calidad interpretativa de Matthau, un actor de rostro adusto pero que siempre resultó dotado de una envidiable vis cómica. Falleció en el año 2000, poco antes de cumplir ochenta años. Un año después murió su gran amigo, Lemmon, a los setenta y seis.
No podemos olvidar aquella extraña pareja que demostraba que la química entre dos actores tan distintos puede ser real. El tándem Wilder, Lemmon y Matthau ha quedado para la historia del cine. Aunque Wilder no dirigiera La extraña pareja, todas esas películas juntos parecen hechas por una sola mirada, la de un artesano del cine, un creador infatigable, un maestro único como fue Wilder.
La mirada de Matthau a su vecino de piso, el cual le incordia y le resulta insufrible, se ha quedado para nosotros como si les hubiéramos conocido a ambos personalmente: son dos grandes actores que una vez nos dejaron la sonrisa en los labios.
A algo más de los cien años de este gran actor, recuerdo esa manera tan sobria de trabajar, su rostro que demostraba que sin una gran expresión se podía decir y expresar todo, la que solo tienen los grandes.