octubre de 2024 - VIII Año

‘Escucha la elocuencia de mi corazón’, de María Antonia García de León

Escucha la elocuencia de mi corazón
María Antonia García de León
SIAL Pigmalión, Madrid 2024
80 págs.

El Premio Internacional de Poesía Gabriela Mistral se ha entregado este año a una poeta que vierte en Escucha la elocuencia de mi corazón, desde la cumbre de la vida, la suma de verdades descubiertas, y un concierto de réplicas ante situaciones públicas y ordinarias. Las siete partes de que consta el libro no suponen compartimentos del todo independientes entre sí: los motivos se llaman mutuamente de una a otra página, aunque se concentre en cada porción, para unificar las composiciones, un mismo fondo, estilo, tono, forma o tipo de destinatario.

Sus “Poemas de afirmación”, que constituyen la primera parte del poemario, no solo obedecen a la voluntad de sumar pautas de exaltación femenina, razones para loar los logros personales y los de otras mujeres, sino que surgen vivos, como nacidos de una fuente interior más imperiosa, que sabe expresarse intuitivamente.

La sensación de plenitud se saborea desde los primeros poemas y se diversifica (pág. 31) en vetas de armonía y de alegre tensión. Domina una vocación de vivir que se vuelca una y otra vez desde el segundo de los poemas, en que el yo poético reconoce el deseo de multiplicar las trayectorias y los destinos (pág. 38), para abarcar más ampliamente el vivir:

Deseo ser monja, guerrera, amante,
ser campesina, jardinera,
tener una huerta,
regar un jardín.
Peregrina del mundo.
Estable, viajar.
¿Quién dijo contradicciones?
Soy ardiente y fría, mundana y fiel.
Soy feminista radical y devota cristiana,
soy cosmopolita y rural,
soy tradicional y vanguardista (pág. 21).

Unida a esa vocación, el entusiasmo, el contento de reconocer, en cada instante, algo especial; en cada brizna de experiencia, una ilusión; en cada posibilidad, un nuevo itinerario que recorrer veloz y alborozada, sin pesadumbre por volver luego a la realidad, sino con el dulzor de quien sabe que también lo interno es real: “La felicidad soñada / un anticipo de felicidad” (pág. 28).

Vivir otras vidas, sí, imaginariamente, sin lamentar el haberlas desechado materialmente, por haber elegido ya:

Qué abismo las alternativas.
No, mejor la vida,
guisada a fuego lento,
en el fogón de los años (pág. 121).

Pero también el yo poético es consciente del tiempo y de sus traiciones, así que vive con cierta tensión de no desperdiciarlo, como se observa en la cuarta parte:

Vivir es la gran prueba.
Habito en la tensión del espíritu.
Arquera, apunto a la diana (pág. 117).

La segunda parte, “Poemas de identidad”, insiste en esa hambre de vida, en esa intensidad, en la proyección cerebral hacia adelante del primer grupo de poemas:

Deseo de vida,
todo me encanta.
El mantra de Teresa de Ávila al revés:
todo me turba,
todo me espanta,
Dios aguanta.
Tanto y tanto deseo,
que deseo al Deseo total,
que es un no-deseo (pág. 36).

La poesía de García de León canta a la realidad y a la imaginación, las agarra sabiendo que no se apuran nunca, que le ofrecen cuanto puede ansiar, sin acabarse. Por eso no requiere retóricas, ni símbolos, ni disfraces: entona las loas esenciales, sin aditamentos. Porque la misma realidad se convierte en símbolo del mundo interno, en la estela de Juan Ramón, como se desprende una y otra vez a propósito del motivo del viaje, con sus variaciones, en varios de los poemas: “Recorro la península del Yucatán, / de Norte a Sur. / Resuelta, valiente, / me conquisto a mí misma” (pág. 29). “Conduzco, pasados los años, / en una mañana feliz. / Sola, / en mi coche, / con dinero, / con alegría, con salud, / con juventud. / Y siento todo el poder que vi en mi padre” (pág. 23); “Soy un zepelín suspendido en la existencia. / Sobrevuelo la vida” (pág. 37); “Yo, potro desbocado, / cruzo por las estancias de la vida, / hipódromos continuos en alocada carrera, / en tenaz competición, / en heroica resistencia” (pág. 40), o “Cuando vuelvas de Ítaca, / congela la alegría del viaje. / Haz cubitos de hielo, / guárdalos para los días tristes” (pág. 51).

De igual manera, el pronóstico del tiempo:

Leo hoy en el periódico lo que será mi día.
La luna aparecerá a la una y media,
el sol nos iluminará a las siete.
Cielo poco nuboso y despejado toda la jornada.
La temperatura se mantendrá sin cambio.
El viento soplará flojo,
variable en el interior,
y de componente oeste en el litoral
Qué poema tan hermoso para el día.
Qué descripción tan exacta de mi alma (pág. 41).

Hay una parte del libro dedicada a la “sororidad”. Pero ya desde el primer poema, María Antonia homenajea a otras poetas, a sus predecesoras: aconseja, explícitamente, los actos de amor, por encima de las rivalidades, de las venganzas o del resentimiento. Así, es fácil ver el guiño a Carmen Conde en su “mujeres sin Edén”, aunque después destine una parte específica del poemario a esas hermanas. También la cuarta parte, “Genealógica”, está dedicada a mujeres de otras épocas a las que la poeta desea homenajear: Egeria, Gala Placidia, doña Marina, la Malinche, la hija del general Mambí, Dulce María Loynaz.

Y el feminismo salta con mayor fuerza en los últimos poemas. En ellos surge la mejor oratoria, la de la escriloba (pág. 129): “Siempre hay que escribir la otra Historia, / la otra forma de habitar el Mundo” (pág. 113), que no teme rebatir, sin titubeos, versos famosos de hombres, como aquel “Me gustas cuando callas, / porque estás como ausente”, (pág. 136) del Neruda de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, para unirse en la reivindicación de la voz de mujer. También ofrece poemas como réplicas a clichés y desliza su crítica hacia Mujeres en el círculo del poder:

La mujer bisagra.
La abeja reina.
La nueva cortesana.
La segundona relevante.
Las machadianas, recurso vital del poderoso:
“amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario”.

La parte VII contiene la mayor carga de ironía del libro. Esta sección se asemeja a lo esperable en un libro de aforismos, por el contenido sentencioso, las réplicas a la realidad, a los bombardeos de noticias.

El opio del pueblo
El opio del pueblo no es la religión,
es la ideología.
Lo he comprendido bastante tarde.
Por cierto, yo tomé mucho «opio»
en mis años aborrescentes (pág. 139).

Quizás la vehemencia arrebatada que campa por el libro constituya la cara de una cruz desconsolada, como se explicita (pág. 37), pero funciona ante el lector, le brinda empuje, ánimos e ideas que se sobreponen a los tópicos actuales.

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