octubre de 2024 - VIII Año

François Truffaut: el poeta del cine

Introducción, un poeta del cine

Me propongo en este artículo hablar de la obra de uno de los mejores cineastas del cine contemporáneo, François Truffaut, uno de los poetas que ha dado la cinematografía francesa. Y me refiero a ello, porque supo conjugar la vida con el cine, la realidad con el sueño y encontró en sus películas espacio para crear un universo, donde la rebeldía de los primeros años fue el detonante de un hombre que se negaba a vivir la realidad como era y que necesitaba pensar en la ficción, para enriquecer su mundo. Un niño que se refugió en las novelas y el cine, para huir de la vida difícil de una madre soltera y un padre desconocido.

Niño que se escapaba de clase, para ver cine. Solo el cine francés estaba a su alcance en esos años. Un muchacho que llegó a ver nueve veces Les enfants de paradis de Marcel Carné. Junto a su amigo Robert Lachenay, Truffaut llegó a robar fotos de los vestíbulos, entrar a las salas sin pagar, porque el cine ya era su vida. Todo eso le llevó a reformatorios, era un niño indomable, al que no le gustaba la vida como era, pero sí la de las películas, el sueño de aquellas imágenes maravillosas, con actrices inmaculadas y actores elegantes. Todo lejos de su realidad. Cuando terminó la guerra y empezaron a proyectarse un aluvión de películas americanas, Truffaut supo que el cine era ya su vida. Enamorado de las películas de Hitchcock, al que luego entrevistó en un famoso bis a bis maravilloso para todo cinéfilo, pero también a Hawks, Welles, Wilder y muchos otros.

Fue, sin duda, Los cuatrocientos golpes (1959), cuando creó al personaje de Antoine Doinel, cuando el director francés supo que él era ese niño indomable y soñador. Y fue la labor de crítico de cine en Cahiers du Cinema, la que demostró que se podía escribir sobre cine como si se dirigiera, con una mirada muy personal e innovadora, todo ello lo consiguió el cineasta francés. Dirigió veinticinco películas, porque la muerte, un tumor cerebral, se lo llevó con solo cincuenta y dos años, pero podría haber dirigido muchas más. Su imaginación no tenía límites, como demuestra todo ese universo de personajes que creó.

Y algo muy importante fue que, pese a lo innovador de su cine, nunca dejó de ser clásico, siempre contó una historia, la narrativa de sus películas nunca se alteró y buscó mundos ficticios o el caos, sino que era una estructura organizada como cualquier película de sus directores admirados. Me encamino a analizar su cine, porque fue un poeta del cine, un hombre que hizo de las imágenes pura poesía.

La infancia de François

François Roland Truffaut nació el 6 de febrero de 1932. Hijo de Janine de Montferrand que tenía apenas veinte años cuando nació el futuro cineasta. Janine era mecanógrafa en el periódico L´Illustration y es hija de Jean y Genevieve de Montferrand, padres que no quieren escándalos en su vida. Por ello, Janine huye de casa y es acogida por una matrona, cuando se queda embarazada. El padre de François nunca fue conocido y lo reconoció Roland Truffaut que contrajo matrimonio con Janine en noviembre de 1933 en la iglesia Nôtre Dame de Lorette. Janine empleaba su tiempo en el Club Alpino francés. Para François, su madre representa una mujer demasiado liberal que no sabe llevar una vida ordenada. Tras morir Genevieve, la madre de Janine, el pequeño Truffaut, que tiene diez años, vive con sus padres en un apartamento de la calle Navarin. Su madre, que se vuelve a casar, morirá en 1968, víctima de cirrosis, en un año en que a François le afecta la muerte de François Dorleac.

Este periodo es muy duro para Truffaut que ya lleva algún tiempo dirigiendo cine. Todo influyó en los hechos que va a contar en su cine, porque su juventud está marcada por la rebeldía, tanto fue así que Los cuatrocientos golpes representa la autoridad, la del maestro Petite Feuille. Y la crítica dura a la pedagogía, como puede verse en La piel dura, cuando elogia al maestro Jean-François Stévenin. Todo ese universo irá tomando forma, cuando encuentre su verdadera vocación, que es hacer cine, primero como crítico, en la revista Cahiers, donde conoce a André Bazin, y luego ya como director de una obra tocada con el lirismo y la belleza. Es, precisamente, su gran esfuerzo por trasladar a las imágenes un universo hermoso, que sigue siendo un director muy querido y admirado.

En el director encontramos al crítico, al espectador y al director, todo converge en este gran realizador que nunca olvidaremos. Y nunca se olvidó de los espectadores, porque el cine solo tenía sentido si era comunicación, lograba la empatía con el hombre que se sentaba en la butaca. La soledad de ese hombre se llenaba con el cine, como le pasó al director en los años de juventud, el cine como terapia, como lugar de encuentro, habitable entre dos seres, el que dirige y el que mira, convirtiendo el arte de filmar en un maravilloso espacio compartido.

La idea fue hacer un cine diferente, de autor, pero sin olvidar al público, a través de la nouvelle vague y lo que supuso como revulsivo del cine anterior, el director contó con los espectadores, porque sus películas hablan a los que las ven, dialogan con ellos, para crear la empatía con los actores, para que estos se acerquen a la vida de esos cinéfilos que amaban el cine como el mismo director francés. Todo un logro.

Truffaut, sus comienzos y la nouvelle vague

Truffaut empezó como crítico de cine, el director llegó a publicar ciento setenta artículos entre marzo de 1953 y noviembre de 1959 en las páginas de Cahiers, publicará 528 en los cinco años que estuvo en Arts. Para Godard, escribir sobre cine era una forma de hacer cine. Fue Bazin quien le transmitió su pasión por escribir, porque la labor del autor es también la del que crea imágenes a través de las palabras, con su inmenso poder. Fueron Rossellini y Bazin sus maestros. La razón es evidente, el primero logra hacer del cine un ejercicio de verosimilitud, pero sin excluir la poesía y la sentimentalidad y el segundo, al escribir, logra hilvanar con el lenguaje lo que debe ser y sentir un cineasta.

Desde 1954, Truffaut fue ayudante del cineasta italiano, nada se concretó, pese a haber aprendido el director francés del italiano, pero sí hay un legado en el cine de Rossellini en las películas de Truffaut. Cuando, en 1975, el cineasta francés preparó la edición de un libro titulado El cine de la crueldad, donde agrupaba los textos de Bazin sobre Hitchcock, Preston Sturges, Dreyer y Akira Kurosawa. Para el cineasta francés, Bazin era un escritor que no hacía crítica, sino que profundizaba, entraba en las películas y dentro de ellas lograba llegar a la emoción. Bazin bebe de la Cinemateca de Henri Langlois, donde se discutía sobre cine, son el precedente de la nouvelle vague. Es Bazin el cicerone que conduce a los jóvenes Godard, Truffaut, Chabrol, por el lenguaje cinematográfico y les ayuda a ver el cine a través de las palabras. Esa decisión es esencial, lenguaje que se convierte en imagen y así trasciende la propia lectura, para que el lector entienda que está dirigiendo a la vez que escribiendo.

Toda esa convergencia está presente, tanto es así que el joven François se convierte en secretario de Bazin en Travail et Culture, en la calle de Beaux-Arts, a partir de 1949.

Es Bazin quien introduce al joven cineasta en el círculo del cine club Objetif 49 que es el eslabón para conectar con gente como Jean Cocteau, Doniol-Valcroze, Claude Mariac, Alexandre Astuc o Pierre Kast.

Y en Objetif 49, Bazin cita a Welles, Rossellini y Renoir, para hablar de un cine que no olvida al espectador. No hay elitismo en Bazin, sino deseo de acercarse al mundo de los aficionados al cine, para que entiendan que solo las películas con alma, que llegan adentro, pueden triunfar. Fue a principios de 1950, cuando Truffaut escribe sus primeras críticas de cine con René Clair. Fue Bazin, de nuevo, quien medió, para que el cineasta francés empezara a colaborar en La gazette du cinema, que tutelaba Eric Rohmer y que será el germen de la futura Cahiers.

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Archivo Entreletras

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