septiembre de 2024 - VIII Año

Cuando la pantalla te mira

Hace unos días tuve oportunidad de volver a ver una película de 1961 cuyo título en español es «Vidas rebeldes» aunque su traducción literal sería «Los inadaptados». Clark Gable, Marilyn Monroe, Montgomery Clift y dos excelentes actores secundarios, los juzgados de Reno para un rápido divorcio, los rodeos en los años cincuenta, el mundo de los vaqueros desarraigados, borrachos, golpeados por la vida, por toros y caballos no menos salvajes. Ellos tienen a bien no depender de un salario.

Eli Wallach —uno de los brillantes secundarios— había sido piloto de bombarderos en la II Guerra Mundial: «más de cincuenta misiones», se ufanaba. Trabaja como mecánico de coches, está viudo y tan desquiciado como los demás. Tiene una casa en el campo donde murió su mujer porque se pinchó una rueda del coche y al no tener recambio, no la pudo llevar al hospital para el parto y fallecieron la madre y el niño. Pilota un biplano con el que localiza en las montañas manadas de caballos salvajes; «inadaptados» decía uno de ellos, «cada vez quedan menos» respondía otro. Con vuelos rasantes los iba conduciendo hacia donde los otros esperaban para enlazarlos y venderlos a los fabricantes de comida para perros.

Marilyn es una reciente divorciada que se enrolla con Clark Gable, cuyo amigo el piloto le dice a ella que no importa, que él la espera. Montgomery Clift, amigo de los dos, también quiere salvarla, llevársela. Él no le perdona a su madre que poco después de haber enviudado se hubiera ido a vivir con un tipo al que, además, le entregó las riendas de lo heredado. Ella, Marilyn, no parecía tener ataduras familiares, más allá de algunas vagas referencias. No tenía dónde, no tenía a quién volver. Mientras Clark Gable, también divorciado, visitaba a sus hijos cada seis meses. Una vez los ve en un rodeo y, totalmente borracho, se acerca a ellos, feliz de haberlos encontrado, pero ellos le rehúsan y desaparecen entre el gentío, dejándolo en medio de la calle, entre la gente, gritando sus nombres con desesperación.

El guionista fue Arthur Miller y el director John Houston.

Y si uso el nombre de los actores para referir el argumento de esta película es quizás porque hay un cúmulo de factores personales, una escena dentro de la escena, detrás de la pantalla y, sin embargo, visible. Clark Gable, empastillado a causa de una enfermedad irreversible y en período terminal. Montgomery Clift, hasta poco antes convaleciente de un gravísimo accidente. Marilyn, fuertemente medicada por sus perturbaciones mentales provocó varias interrupciones durante la filmación.

En menos de un año y medio murieron los tres.

Las malas lenguas dicen que John Houston que era un mal nacido genial, se aprovechó de esta serie de circunstancias para conseguir una película rodada al límite, en la que los nombres de los actores y de los personajes se funden y la pantalla donde los personajes se mueven, se hace ojo de cerradura por donde espiamos la vida de los actores, que nos mira, en fase crítica, terminal.

Algo cruza esta película, un tinte ineludible, un fuera de sitio permanente, sin remedio.

Sobre el final ella, brutalmente frágil desde el fondo de la escena, pequeñita sobre el desierto les grita: «¡Podéis matar a todos los caballos, yeguas y potrillos de Nevada. Vosotros sois los cadáveres!».

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