diciembre de 2024 - VIII Año

‘Amor triste’, de Carrie Jenkins 

Amor triste
Carrie Jenkins 
Herder, Barcelona, 2023

¿Es que acaso la palabra —el valor amor— no ha alcanzado significación precisamente porque lleva implícito el riesgo de acabamiento? Más, ¿es que acaso podría ser de otro modo siendo una tarea tan antigua en la que viene especulando-invirtiendo (y fracasando) el hombre desde sus orígenes?

O bien, reparemos de otro modo, y para ello sería bueno precisar los métodos, las intenciones, ¿no ocurre con sospechosa frecuencia que pensamos el amor como una forma de utilidad? Siendo así, cuidado, el instrumento se volverá inesperadamente contra quien lo utiliza (mal).

Ya en el prefacio, casi a modo de advertencia, escribe Jenkins, la autora: “Yo tenía algunas preguntas. ¿Qué pasa si no soy feliz? ¿Qué pasa si estoy triste? O, peor aún, deprimida” Y después de reconocer su propensión a filosofar, sigue enriqueciendo su monólogo: “¿Por qué había estado asociando el amor romántico con la felicidad? ¿Qué sentido tiene esa asociación? ¿De dónde procede? ¿Cuáles son sus efectos? (…) Mi forma de pensar las cosas es escribiendo, así que en 2017 empecé a escribir este libro”.

En efecto, el amor, como sentimiento cuando menos dual, tiene algo de espejo. Es bueno pensarlo, pensarse.

Y continuando el viaje especulativo por este libro que invita a cuestionar la entidad-sustancia-significación de esa palabra que, en habiendo aparecido en una solapa de un libro, al parecer ya garantiza un 20% de ventas (sea, ¡ay! que el problema es universal, implica a muchos, incluso a los solitarios) vamos descubriendo algunos planteamientos dialécticos/disquisiciones de interés.

En tratando de materia como ésta, sería inevitable que tarde o temprano apareciere el poema, la poesía, y así la autora, en un momento dado, toma prestado de un poema de E. E. Cummings: “Entonces/ ríe, entre mis brazos recostada/ porque la vida no es un párrafo// Y la muerte pienso no es un paréntesis” Tal vez sorprendida, o en un gesto diletante, reconoce después que “el amor (aquí) se identifica con la pasión y la emoción. Es un sentimiento”

Y la razón nos viene (¿por qué la sorpresa?) de la historia: ‘Eros’ es una palabra del griego antiguo que se traduce de diversa forma como amor, pasión o deseo erótico, y la poetisa Ann Carson inspirándose en un inmenso abanico de literatura “desde Safo y Homero hasta Rilke y E. Dickinson sostiene que el Eros se ha concebido en buena medida del mismo modo desde la antigua Grecia hasta la actualidad”.

Qué insistencia, qué permanencia, y, a la vez, de continuo especulando sobre él, en torno a él.

Esta versión del Eros, escribe Jenkins (la versión del Eros, tal vez se debería escribir) es, en efecto, dulce y amarga, tan dolorosa como placentera, y como tal —y aquí vendría la didáctica— “es de naturaleza paradójica y contradictoria” Y a continuación viene ya el argumento que la erudita Carson expone perfecta decisión: “el Eros consiste en un estado de carencia o de necesidad (…) que nunca puede satisfacerse plenamente, pues de lo contrario se extingue o deja de existir. Por tanto el Eros es, por naturaleza, inestable…”

Y no me digas, lector, que eso no es concluyentemente triste a sabiendas de las energías que ponemos, tantas veces, en confiar en él.

En fin.

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