El oficio de escritor está repleto de enigmas. Uno de ellos, quizás de los más importantes, sea el definir cuáles son los motivos que mueven al que practica este noble arte. En ese plano, junto a las causas más sencillas (el entretenimiento propio o ajeno, por ejemplo) hay otras más profundas y mucho más importantes (e interesantes) sobre los que vamos a centrar el tiro.
Ya apuntábamos en la anterior columna[1] algunas pistas sobre ello pero enfocando la cuestión referida a las pulsiones que el escritor sufre en su interior en determinadas ocasiones, arrebatos que le hacen escupir palabras como si estas nacieran de una revelación divina.
No es de extrañar, por lo tanto, que sea al espacio onírico hasta donde esta especie de mistagogo baje a poner el oído, porque es en el sueño donde creemos encontrar las imágenes sagradas que nos dibujan el camino exacto hacia el absoluto (¡que se lo pregunten a los surrealistas!), como si las mismas fueran parte de un legado sin tiempo que trasciende las épocas, algunas de ellas repletas de horrores inconfesables.
Y si de terrores hablamos, de extrañezas pretéritas que atañen a ciudades milenarias y prehumanas y criaturas mitológicas, nos vemos obligados otra vez a invocar a una de sus más notables deidades, H.P Lovecraft.
El pasado febrero la editorial extremeña Aristas Martínez lanzó el segundo volumen de sus Cartas (el primero ya comentado en entrelíneas), una selección de la correspondencia que el de Providence mantuvo con algunos miembros del llamado círculo de Lovecraft, a la sazón el grupo de amigos y escritores amateurs que rondaban alrededor del autor norteamericano.
En este caso, el principal hilo conductor de los textos presentados es el de los sueños y la importancia que ellos tuvieron en la concreción definitiva de muchos de sus relatos. No obstante, también la obra nos regala como una especie de postre ligero para degustar y no libre de excentricidad, un último bloque que recoge las impresiones de Lovecraft sobre uno de los animales que podríamos considerar como símbolo de lo sagrado, y por lo tanto, protagonista de gran cantidad de obras de la literatura extraña: los gatos y su ficticia fraternidad Kappa Alpha Tau.
La traducción y montaje ha vuelto a recaer en las manos del escritor catalán Javier Calvo, el cual como nos anuncia en el estudio introductorio, también hará lo propio con el ya previsto tercer volumen de la colección, en donde nos presentarán las reflexiones del padre del terror cósmico en aspectos tan controvertidos como la política o la filosofía.
Pero centrémonos en este diario de sueños.
De entrada, podemos decir, que se trata de un libro distinto en cuanto a las formas según lo que pudiéramos esperar en un género tan concreto como es el de la literatura epistolar (si es que éste realmente existe, claro), ya que no se trata de una colección al uso de correspondencia organizada cronológicamente o por remitente dirigida a satisfacer la curiosidad de ciertos estudiosos de la materia. No, en este caso y es en donde hay que ensalzar la labor del traductor, estamos hablando de un montaje literario en el que a partir del estudio de una ingente remesa de escritos conservados (se habla de que la colección de cartas remitidas por Lovecraft podría ser considerada ya una obra literaria en sí misma), Calvo nos presenta una especie de collage epistolar en una edición de tapa dura muy cuidada con ilustraciones de la época, cuyo conjunto abordan las peripecias de 21 sueños que el de Providence cuenta a diferentes personas y en diferentes momentos de su vida, y que dispuestos de manera imbricada, cobran forma de relatos. En este sentido es posible aseverar que el referido traductor, en el diario de sueños, se bautiza como un miembro más de ese denominado círculo de Lovecraft al que antes aludíamos en el sentido de que participa abiertamente de las inquietudes que el padre de los mitos de Cthulhu compartía entre sus allegados , como también los otros hacían con el abuelo (forma cariñosa con la que el mismo Lovecraft se refería a sí mismo), creando así una especie de inconsciente colectivo del que todos bebían en sus quehaceres de la escritura, y que les servían para nutrir de experiencias a sus relatos. No sabemos si esta ha sido la intención de Calvo, pero está claro que así se ha comportado en la obra (para bien de la misma, claro).
No obstante, es preciso avisar al lector de que algunas de estas 21 Historias que en el diario se narran, a veces no encuentran ningún tipo de final; son imágenes, esbozos de ideas tomadas como el punto de partida para algo que, posteriormente y con la reflexión consciente del autor, darían lugar a algo mucho más grande, como así se refuerza en los comentarios que acompañan a los testimonios de Lovecraft, y que apuntan a la huella exacta que el arquetipo dejó en tal o cual narración. Esta visión puede explicar muchas cosas sobre la narrativa de Lovecraft, sobre todo en el planteamiento que el de Providence tiene en cuanto al entorno como protagonista (un rasgo distintivo de la literatura gótica, por cierto): es decir, la atmósfera, el lugar y el terror que a veces nos infunde lo que nos rodea, cobran vida, a veces anteponiéndose al propio autor o al protagonista del relato quien funciona como una especie de ente pasivo que ve las cosas pasar a su alrededor o que simplemente huye de ellas.
Tal casuística hace que el propio escritor en ocasiones haya restado importancia a la contribución de todo ese registro arqueológico-onírico que nos desvela ya que Lovecraft era un autor clásico (diríamos que reaccionario) frente a las formas, y eso implicaba que su sentido para con la literatura fuese puramente racionalista (la introducción, nudo y desenlace eran una cuestión innegociable). No obstante, a pesar de la posición beligerante que parece tener frente a las vanguardias (con el surrealismo a la cabeza) tal y como se justifica en sus testimonios epistolares (analizados en profundidad en el primer volumen de la colección), hay evidencias concretas para hacernos pensar que tal actitud pudiera ser una pura impostura a tenor de la importancia que el inconsciente ha tenido en su obra como se puede deducir analizando el diario de Sueños. Véanse, por ejemplo, los apuntes sobre los casos de Celephälis, el testimonio de Randolp Carter, Nyarlathotep, Dagón o la llamada de Chulhu, historias repletas de ciudades ciclópeas, cosas que caen del cielo o que no son de este mundo como ocurre también en sus sueños, por lo que tenemos motivos más que fundados para creer en este maridaje.
Pero en cuanto esos sueños que se recogen en sus diarios, es necesario destacar dos episodios especialmente significativos de esta singular antología onírica: uno por la recurrencia (Lovecraft data del primer sueño en el que apareció la temática cuando tenía seis años pero alude al mismo en más momentos de su vida, un hecho que podría servir de base para un estudio clínico psicoanalítico). A ese sueño se refiere como el de los Descarnados de la noche, de enorme influencia por cierto en dos de sus obras posteriores menos conocidas pero no menores, La búsqueda en sueños de la ignota Kadath (1929) y un soneto recogido en su único poemario Los Hongos de Yuggoth (1930)
El otro es conocido como El sueño Romano, de alto interés por tratarse de una narración prácticamente cerrada con los tres elementos clásicos ya maduros pero que, sin embargo, no tuvo desarrollo literario al margen de las propias cartas enviadas a sus correligionarios (acaso un plan de relato posterior que nunca se llevó a cabo).
Por último, hay que añadir que, en El diario de sueños, aunque parezca mentira, también hay espacio para el humor, un registro poco conocido en un autor tan abismal con es Lovecraft.
Bien es cierto que es un humor que a los lectores en castellano le puede parecer algo alejado de los cánones habituales, pero es un registro luminoso y distinto que denota alegría y sarcasmo.
Hablamos de la última parte, aquella en la que narra las peripecias de la imaginaria Fraternidad Kappa Alpha Tau, la comunidad felina organizada en uno de los descampados que había en frente de la ventana de casa donde pasó sus últimos años de vida. Son singulares los nombres que asigna a cada uno de ellos, otorgándole condecoraciones nobiliarias, por ejemplo, y ciertos atributos que crea en torno a sus supuestas personalidades. También llama la atención la manera en la que vincula la pertenencia del clan a su propia mitología ficticia, dándonos a entender que Lovecraft vivía su fantasía como una realidad tangible y paralela.
Está claro que el de Providence muestra una adoración especial frente a este animal, dotándolos de un aurea sagrada que recuerda por ejemplo a otros autores como por ejemplo Borges o el propio Poe, una de sus influencias más notables.
Como vemos, diario de sueños es una obra que sin duda continua de forma digna el proyecto emprendido con el primer volumen de la serie, y que como dijimos, tendrá continuación en una tercera parte. Este tipo de trabajos son muy necesarios sobre todo si queremos llegar a entender la complejidad de una mente tan especial como la de H.P Lovecraft capaz de aterrorizarnos de la manera en la que él lo hacía. Y esa capacidad tiene que ver mucho con una personalidad apocada y repleta de demonios, muchos complejos y contrariedades, un perfil que por otro lado abunda en la literatura: podemos hablar de Kafka o el de Juan Carlos Onetti como dos ejemplos significativos.