La cantante bonaerense María Lavalle es una enamorada de la poesía y esa hondura lírica de los versos la traslada con fervor a las fusiones musicales que le gusta hacer. Viajera incansable, cuando salió de su Argentina natal recorrió diferentes países con sus padres: Holanda, España, Portugal, Grecia y Francia. Será precisamente en nuestro país, años después, donde grabe su primer disco, titulado “Sabotaje” (1994). En él ya conciliaba los sonidos del Mediterráneo con el soul y el jazz. Su siguiente trabajo —“Frutos compartidos” (1999)— incorporaba temas propios. Con el inolvidable Luis Eduardo Aute interpreta una de las canciones: “Tiempo”. Luego fueron llegando “La pena golfa” (2003), “De igual a igual” (2008) — con la colaboración de músicos de tango—, “María Lavalle canta a Georges Brassens” (2011) —como tributo al centenario del nacimiento del francés— y “Guitarra, dímelo tú” (2014) — una grabación realizada en directo en el barrio de Orcasitas, de Madrid—. En todos estos trabajos convocaba a sus maestros al son del fado y el tango, de la canción latinoamericana y de la guitarra flamenca: desde Atahualpa Yupanqui a Violeta Parra pasando por Chavela Vargas; desde la chançon francesa —Brassens, Brel, Piaf— a los cantautores españoles pasando por Astor Piazzolla.
La fascinación de María por el teatro también es notoria y la ha plasmado en espectáculos como “La Foule” —en el Teatro de la Abadía de Madrid—, “Tú que puedes, vuélvete” (2009-10) —con el que visitó varios países— o “El mismo amor, la misma lluvia” —también en La Abadía—, que han buscado dar rienda suelta a colaboraciones con directores, actores y actrices del talento de Emma Suárez, Carlos Hipólito, Mapi Sagaseta, Jaime Chávarri, Asunción Balaguer, entre otros.
Ahora, María —enamorada asimismo de las causas humanitarias, a las que en muchas ocasiones ha destinado su música— está preparando su próximo recital en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el próximo día 18 de junio, que lo dedicará a apoyar el proyecto “Incofarmacia” de la Asociación Vecinal madrileña La Incolora.
En medio de los ensayos, la cantante tiene la amabilidad de hacer un hueco a Entreletras para que podamos mantener con ella una intensa e interesante conversación telefónica.
Ofreces en breve un concierto solidario aquí en Madrid.
Sí, este tipo de conciertos son los que más me gusta hacer. Creo que es una manera de utilizar la música de la mejor manera. En este caso, lo recaudado por la venta de entradas va todo para el barrio madrileño de Villaverde Alto, con el fin de ayudar a que los enfermos sin recursos puedan tener medicinas.
Es una lástima que las administraciones no se ocupen de esto…
Pues, así es. Pero si las administraciones públicas no lo hacen, hagamos algo los demás. Sin meterme con nadie —que no estoy ya en ánimo de guerra—, creo que mientras la gente necesite medicamentos, tenemos que estar ahí. Porque hay gente a la que —incluso con enfermedades oncológicas— no le están dando los tratamientos que necesitan: es el colmo. Así que tenemos una obligación moral.
¿A qué otras causas has dedicado tu música?
He trabajado bastante en los barrios, concretamente en Orcasitas. Fue una experiencia tan gratificante que hasta grabé un disco en directo allí. Pero para quién más he actuado es para Amnistía Internacional, porque soy embajadora de Amnistía. Durante treinta años he hecho muchísimos conciertos. Siempre que me llaman, si puedo hacer algo, lo hago, con absoluta humildad y con la mejor intención del mundo. Me encanta. Y, además, la respuesta de la gente suele ser muy buena. Yo creo que España es un país muy solidario.
Tu música se caracteriza precisamente por fusionar géneros diversos. ¿No hay en ello algo más que un ejercicio de estilo?
Por supuesto. Es una apuesta por el diálogo. Mi padre era diplomático, así que, desde chiquita, me gustase a mí o no, “me hicieron fusión”, como digo yo. Es típico de todos los hijos de funcionarios que viajan, que les saquen de su país de origen. Yo nací en la Argentina, donde solamente he vivido mis primeros siete años, y llevo en España casi cincuenta. Te nutres de lo que ves y sientes en la calle: canto fado porque he vivido en Portugal. Mi padre estuvo destinado en Lisboa durante tres años. Y yo con catorce años hablaba portugués y después hice todo el liceo francés: estudié un bachillerato extranjero. Desde luego que apuesto con todo mi corazón por el diálogo y por el entendimiento.
Esta fusión no sólo la haces con géneros musicales distintos, también la llevas a cabo con diferentes disciplinas artísticas…
Sí, estoy enormemente unida al mundo del teatro, al que adoro. Y le tengo un agradecimiento inmenso: me ha acompañado gente fantástica, desde Juan Diego a Asunción Balaguer, desde Magüi Mira a Juan Echanove… Y cantautores como Luis Eduardo Aute, al que más he querido y el que más me ha influido. Siempre que los he llamado me han respondido fenomenal. Para mí los textos que interpreto son importantísimos. Es raro que me pilles con un texto que no tenga su fuerza y su latido. Así que estoy unidísima a la palabra. Me ha dirigido muchas veces Jaime Chávarri y siempre me dice: “Deberías de hacer algo como actriz”. Pero hasta ahí no llego. Yo interpreto, me considero más intérprete que cantante; o sea, que de alguna manera hay algo actoral en lo que hago.
He leído que hablas de tus canciones como pequeñas obras de teatro en tres minutos.
Bueno, esa frase no es mía, pero la suscribo totalmente. Para mí la interpretación es fundamental. Es decir, que intento hacerlo con toda la intencionalidad.
De hecho, conectas con una tradición de grandes intérpretes —Edith Piaf o Brel— que concebía la canción como una obra dramática…
Sí, desde luego. El inicio del concierto empiezo con Yupanqui, con Zitarrosa —que es el Brassens uruguayo— y con el propio Brassens. Y es que es gente que estaba en el escenario y que no se movía, ni siquiera sonreía, pero no hacía falta. Ese es el camino que me gusta, la verdad.
También tienes un disco con el actor Carlos Hipólito.
Sí, Carlos Hipólito y yo actuamos en la Abadía. Nos dirigió Jaime Chávarri. Carlos dice que le gusta más cantar que interpretar. Y canta genial. Ahora está con una obra que se llama “Burro”, donde también canta un poco. Fue muy bonito, hicimos ese espectáculo y luego quise registrarlo en un disco, que se llama “El Mismo Amor, La Misma Lluvia”.
Hay una película argentina de Campanella, con Ricardo Darín, que lleva justo ese mismo título. ¿Hay influencias del cine en tu música?
Del cine, no. Mi espectáculo tomaba el nombre de un tango muy bonito, del que también salió el título de la película que mencionas. Conscientemente, no. Así como te digo que del teatro sí, del cine no te puedo decir lo mismo. Y eso que siento una pasión absoluta por el cine. De hecho, hay muchísimas cantantes que han actuado en películas. Cuando canto, pienso sin embargo en libros y en poemas.
Seguro que acabas haciendo alguna película…
¡Ojalá! Ya le digo siempre a Jaime: “Oye, sácame cantando” (Risas).
El rock argentino siempre ha gozado de muy buena salud… ¿Tus orígenes musicales han tenido algo que ver con este género? ¿Has estado en algún grupo de rock?
¡No, que va! Nunca he estado en ningún grupo de rock, pero hay muchas canciones que me gustan. Tienes rockeros argentinos buenísimos, pero también me encanta Bruce Springsteen, el Boss. Nunca he cantado ninguna, pero hay canciones románticas de rock que te rompen el corazón, sin duda ninguna.
En este tratamiento tan particular que haces del tango, ¿has recibido críticas negativas de los puristas del género?
No, curiosamente no. Tuve una experiencia muy buena. Cuando fui a la Argentina estaba temblando. Es cuando hice “La Pena Golfa”, que fue la primera vez que fusioné tango y fado y me perdonaron la vida. En ese momento, hace veinte años, el fado no era un género muy conocido, al menos en Buenos Aires. Entonces, todos se quedaron encantados conmigo. He tenido la suerte inmensa de llegar al tango de la mano de un pianista que fue uno de los últimos colosos llamado Osvaldo Berlingieri. Y, además, tengo un director artístico que se llama Rafael Flores Montenegro: el mejor biógrafo de Carlos Gardel, que es respetadísimo en ese mundo. Yo canto tangos por él: me introdujo con lo mejor de los músicos del género. Primero, por supuesto, Berlingieri, como te digo, pero después un bandoneonista que se llama Mainetti, que es un genio. O sea, que he tenido una gran suerte.
Puesto que trabajas con el tango, el fado, el blues y el flamenco, ¿consideras que todos estos géneros comparten un espíritu común a pesar de su diferente origen geográfico?
Vaya por delante que mi vinculación con el flamenco viene de que me encanta la unión de las tres guitarras que están siempre conmigo en los últimos años: la guitarra flamenca, la guitarra criolla y la guitarra portuguesa, pero yo nunca he cantado flamenco y jamás diría que lo canto. ¡Que quede claro! Me apasiona, eso sí. Pero le tengo un enorme respeto. Es cierto que me ha acompañado el guitarrista Rafael Riqueni.
En cuanto a tu pregunta, sabes que ha habido todo un movimiento de las músicas de ida y vuelta. La habanera ha tenido una influencia en el flamenco, y también en el tango. El fado, a su vez, dejó una huella decisiva en este también, porque los emigrantes portugueses llegaron a Buenos Aires en el siglo XIX. Por ejemplo, palabras como “descangallado” son de origen portugués. De manera que la música se nutre entre sí. No es que lo diga yo, está perfectamente demostrado.
Si hablamos de música española, hay dos géneros —la copla española y la zarzuela— que han sido muy denostados. ¿Qué opinas de ello? ¿Consideras que ya están anticuados o que todavía tienen recorrido?
Creo que hay coplas que te mueven y zarzuelas preciosísimas. Así que no estoy de acuerdo para nada con esa visión de que estén obsoletos. Son dos géneros muy hermosos. Y, además, te diré que estoy también en contra de que se una la música con un determinado momento político, lo que pasó con parte del fado portugués. Eso es una tontería. La música es la música… Me opongo a que sea instrumentalizada por el poder.
A veces compones tus propias canciones…
Sí, hice un disco que se llamó “Sabotaje”. Lo produjeron los Suburbano, rockeros que son los compositores de “La Puerta de Alcalá”, por ejemplo. Ahora estoy volviendo otra vez a componer y, de hecho, en este concierto del Círculo voy a hacer dos temas míos.
¿Te identificas entonces con la figura del cantautor?
Me identifico muy especialmente con los cantautores porque para ellos los textos son importantísimos. En el pop hay letras que están bien, pero también hay muchas otras que no tienen calado. Si tú coges, por ejemplo, una de mi adorado Aute, te das cuenta que era un poeta extraordinario. Tengo, pues, mucho que ver con todo lo que es la canción de autor. En este espectáculo canto tres fados y sus letras son para morirse, hago una samba del norte argentina que es anónima, con una música extraordinaria… Porque, al final, cuando alguien escribe algo, ya no es del autor, es del pueblo, es de la gente que lo escuchamos y que lo adoramos. Hay una conmovedora anécdota de Atahualpa Yupanqui que habla de esto. Un dia el cantautor estaba en Málaga y el limpiabotas que estaba lustrándole los zapatos era un chiquillo que se puso a silbar “Los ejes de mi carreta”. Entonces, Yupanqui —sin decirle que era el compositor—, le preguntó: “¡Anda! ¿Y tú que silbas?” Y el chaval le respondió: “¡Esto es nuestro!”. Yupanqui siempre contó que era de las cosas más bonitas que le habían pasado en la vida. Creo que es lo mejor que puede pasar, que algo acabe por ser anónimo.
Hablando de Atahualpa Yupanqui y de Georges Brassens, ¿crees que tienen algo en común?
Muchísimo. Mira, cuando me preguntan en qué época me hubiera gustado nacer, siempre digo que en París después de la Segunda Guerra Mundial. Allí estaba Yupanqui, a la vez que Camus, Sartre y Brassens …. Hay una historia fantástica entre Yupanqui y Edith Piaf, que es maravillosa. Sabes que Piaf era una descubridora nata de talentos y, después de cenar con Yupanqui, este cogió la guitarra y ella, sin entender una sola palabra de español, se dio cuenta de que el argentino era un genio y se lo llevó a cantar con ella, a los Alpes. Yupanqui nace al mundo en París. Él decía que la deuda que tenía con Edith Piaf era tan grande que no se la podría pagar en este mundo, que se la pagaría en el otro. Por lo visto, llegaron a tener un pequeño romance porque, como es sabido, Piaf era muy apasionada y tuvo muchísimos novios. Lo digo con una gran simpatía y admiración hacia ella. Era una mujer que no podemos decir que fuera guapa, pero tenía una personalidad arrolladora. Yves Montand, guapísimo él, estaba loco por ella. Yo hubiera dado la vida por estar en París en ese momento. ¿Te imaginas estar en el Café de Flore entonces y verlos pasar por la calle?
Era también la época dorada del jazz, con Boris Vian…
¡Sí, bueno! Yo he cantado “El desertor” muchas veces. Otro de los grandes también, sin duda: Boris Vian.
Te voy a hacer una pregunta que te va a descolocar: ¿Quiénes te gustan más los Rolling o los Beatles?
(Risas). Sí, me has sorprendido, la verdad. Pero mira, te voy a contestar muy diplomáticamente, pero sin mentir. Pues primero me gustaban más los Beatles, pero después me pilló más rebelde y entonces ya me gustaron más los Rolling. No estoy mintiendo, ¿eh?
¿Y no te planteas hacer alguna versión de estos grupos británicos?
Rara vez canto en inglés porque siempre he reivindicado el sur frente al norte: tengo una especie de biología ahí metida. Pero voy a cantar una canción en inglés porque soy viuda —he perdido a mi marido hace cinco años ahora— y le voy a dedicar una canción en inglés que a él le encantaba. Por supuesto que adoro a Bob Dylan y a montones de gente que cantan en inglés. Aunque reconozco que soy más de Cohen, la verdad. He cantado el vals hace mil años. Pero yo canto en francés y canto en portugués. Soy más afrancesada, aunque no descarto hacer algún día una versión de estos. ¡Yo qué sé lo que haré mañana!
Le hiciste precisamente un homenaje a Mari Trini, una cantautora española muy afrancesada por cierto…
Sí, la conocí. Y era superafrancesada. Cantaba en francés maravillosamente y fue una mujer muy valiente. La época que le tocó vivir no era nada fácil. Yo le tengo muchísima simpatía y creo que tenía un talento enorme.
¿Qué música actual detestas?
Me enfado con la pobreza de los textos de algunas canciones. Pero, bueno… Cada uno elige el camino que quiere. Creo que hay una parte de la música que casi no la llamaría música, pero qué le vamos a hacer… Asumo que soy una cantante minoritaria y estoy muy contenta porque sé que los géneros que hago y el tipo de trayectoria que tengo son lo que son.
¿Qué proyectos futuros tienes?
Ahora hay una pequeña discográfica que está interesada, le encantó mi disco… Así que tengo que seguir escribiendo temas míos y cuando los tenga los publicaré. Eso es lo más importante que tengo entre manos.
Y ya para acabar, ¿qué le dirías al público para que vaya a verte al Círculo el día 18 de junio?
Pues que soy una ferviente defensora de la Sanidad Pública y que ojalá este tipo de conciertos no hicieran falta, pero mientras hagan falta medicinas, creo que hay que ayudar y colaborar.