Friedrich Hayek (1899-1992) no sólo fue un gran economista, sino que fue sobre todo un destacado pensador de la realidad de las complejas sociedades modernas del siglo XX. Premio Nobel de Economía en 1974, hace ahora 50 años, su obra precisa de un cuidadoso análisis que resulta inevitablemente complejo, como complejas son las sociedades actuales. Su obra no se limita únicamente a la ciencia económica, sino que trata desde la filosofía política hasta la antropología jurídica, la historia o la epistemología, y en general todo lo referente a las ciencias sociales. Y es una obra demasiado importante como para que se malinterprete o se tergiverse.
Discípulo de Ludwig von Mises (1881-1973), sobresalió por su defensa del liberalismo y sus críticas a la economía planificada y al socialismo que, como sostiene en Camino de servidumbre (1945), son los principales peligros para la libertad individual, pues significan totalitarismo. Hayek no ha sido el último liberal, como a veces se ha dicho. Fue, más bien el continuador de una tradición a la que dio un fuerte impulso al proponer un liberalismo revitalizado en su más amplio sentido. Lo acreditó de modo más que suficiente con sus obras, como la citada Camino de servidumbre (1945), en Derecho, legislación y libertad (1973), o en Los Fundamentos de la Libertad (1961) y en los ensayos que componen Individualismo y orden económico, en los que reformuló el liberalismo.
Siguiendo a su maestro Von Mises en su estudio de la acción humana, Hayek pensaba que las instituciones de la sociedad (leyes, mercados, Gobierno, sistema de precios o lenguaje), son creaciones, inventos o diseños humanos, pero no deliberadamente establecidos por alguien para responder a unas determinadas necesidades. Todos ellos nacen de acciones colectivas realizadas en un orden espontáneo que es el resultado del conjunto de las acciones humanas, pero que no es un orden diseñado por alguien. Interferir las acciones individuales espontáneas es perjudicial a esa ordenación espontánea. Por ello, los intentos racionalistas para diseñar consciente y deliberadamente el mundo es un peligro y una amenaza para la sociedad, pues ésta es fruto de ese orden abierto, espontáneo y libre. Hayek destacaba ese orden espontáneo que surge en las sociedades sin necesidad de una planificación centralizada, lo que deba su verdadero valor a la libertad personal.
Su celebridad se afirmó, a partir de 1932, tras expresar sus críticas a las propuestas de Keynes para resolver la crisis económica de 1929, en lo que terminó siendo una polémica fundamental para explicar los dos enfoques de la política económica más moderna: el intervencionismo estatal y el liberalismo económico. Las tesis de Keynes alcanzaron más popularidad y aceptación durante muchos años, pero las tesis de Hayek se mostraron como las más serias y solventes para rebatir o matizar el enfoque keynesiano de la economía. En esa polémica, Hayek ofreció una visión mucho más útil e interesante para abordar con eficacia la solución de las crisis económicas, como se ha visto en crisis más recientes. Los trabajos de Hayek sobre los ciclos económicos, la teoría del capital y la teoría monetaria siguen siendo fundamentales. Y destacó la importancia de la información descentralizada y del orden espontáneo en las economías.
Existe hoy en día una amplia tendencia a reprobar el liberalismo, el actual y el histórico o clásico. En un siglo de violentas dictaduras socialistas, como fue el siglo XX, muchos han querido pensar que el liberalismo también había tratado de crear una nueva casta gobernante, una nueva élite rectora o clase dirigente, capaz de imponerse a las mayorías, al tiempo que impulsaba el progreso de un mundo en proceso de modernización. Pero el liberalismo no es el socialismo y Hayek no encaja en esas caricaturas y tampoco sus ideas. Ni Hayek, ni el liberalismo, han compartido nunca las viejas ensoñaciones autoritarias del Despotismo Ilustrado y sus derivas posteriores en los diferentes socialismos.
También se ha criticado la aparente comprensión mostrada por Hayek respecto algunos regímenes autoritarios, señaladamente en el caso de la dictadura de Pinochet en Chile. En 1981, en una visita al país andino, esbozó su análisis sobre las dictaduras: una dictadura puede ser un sistema de gobierno necesario para un período de transición, pues puede ser inevitable que un país tenga, por un tiempo, una u otra forma de gobierno dictatorial, y algunos dictadores han demostrado que la posibilidad de que estos pueden gobernar a veces en modos liberales. Hayek sostuvo que, en determinadas situaciones y temporalmente, era preferible sacrificar la democracia formal, sobre todo cuando esta no pueda garantizar la libertad, ya que, para él, lo fundamental es asegurar siempre y ante todo la libertad.
En realidad, lo que ocurre es que Hayek no se adapta fácilmente a esquemas políticos en general. Para él, el liberalismo no podía ser conservador, sino progresista y universal en la defensa de la libertad personal. Tampoco fue contrario, en principio, a las regulaciones del mercado, si estas se aplicaban uniformemente. Además, Hayek también consideraba conveniente que el Estado hiciese más esfuerzos para difundir el conocimiento y para ayudar a la movilidad social. El pensamiento de Hayek no rechaza a priori, ni es contrario en principio, a cierta planificación para defender la competencia en los mercados, o a regulaciones en la industria. Ni tampoco al llamado “capitalismo popular”, de cuño thatcheriano. De ahí las críticas recibidas desde otros sectores liberales más radicales, como las formuladas por Murray Rothbard.
En cualquier caso, Hayek ha podido mantener su prestigio e influencia porque su obra ha sido capaz de seguir estando vigente. Sus tesis siguen siendo aplicables a la compleja realidad de las sociedades actuales, en las que se abren paso populismos y nacionalismos ascendentes, y con economías emergentes en los anteriormente llamados países en vías de desarrollo. Y es que fue también uno de los primeros en advertir que el principal desafío al liberalismo en el siglo XXI no vendría del viejo socialismo totalitario soviético o de la socialdemocracia, sino de una variante divergente del capitalismo que se ha desarrollado en Asia Oriental. Se lo ha denominado “capitalismo político”, y se despliega hoy en países como China. Ese “capitalismo político” está asociado a una burocracia tecnocrática eficiente, a la ausencia del Estado de Derecho y a la autonomía del Estado en asuntos de capital privado y sociedad civil.
Un capitalismo que, salvo en las violencias, recuerda bastante al socialismo aplicado en algunos países europeos, como la Suecia gobernada por la social-democracia durante decenios, entre 1932 y 1976. Un socialismo muy intervencionista y de ingeniería social, aunque aparentemente más dulce que el soviético. No debe olvidarse, a este respecto, que el Premio Nobel de Economía en 1974 se concedió, ex aequo, también a Gunnar Myrdal, economista sueco y uno de los teóricos más importantes de la socialdemocracia, en lo que constituyó una decisión salomónica del Banco de Suecia: se premió al liberal Hayek y al socialista Myrdal, a la vez.