Los hilos de la infamia
Gerardo Rodríguez Salas
Valparaíso Ediciones
Granada, 2024
EL ENVÉS DEL TAPIZ
Poeta, narrador de relatos, dramaturgo, profesor titular de Literatura Inglesa de la Universidad de Granada e investigador con más de setenta publicaciones académicas, Gerardo Rodríguez Salas (Granada, 1976) alumbra Anacronía (Valparaíso, 2020) cuando algunos compañeros de promoción impulsan los primeros balances de trayecto. Esta desubicación generacional no dificulta en absoluto la marca personal y la hospitalaria recepción a un ideario perfilado en torno a las incisiones de la memoria y su continuo tantear.
El reconocimiento confirma la estela firme de una voz que proyecta la cartografía inasible del latido existencial que ahonda en los itinerarios compartidos entre sujeto y yo social con una densa semántica, donde el lenguaje se anticipa al primer plano de la indagación. Los hilos de la infamia, título explícito que enfoca la ética como registro embrionario, refuerza su cadencia testimonial con unos versos de Chantal Maillart: “Hilemos señores, / es tiempo de relevar a las Parcas”. La cita ajusta al discurrir como quehacer de ese misterio inadvertido de la muerte. La conciencia aposada en lo diario nunca se libra del epitelio precario y la condición transitoria. A este umbral se añaden palabras de Rosario Castellanos y Blanca Varela que focalizan la forma central de la araña. Es presencia y símbolo. Hacedora incansable de un relato de tramas, cuya voluntad se convierte en impulso vital.
Arranca Los hilos de la infamia con una larga composición organizada en siete partes. Todas preservan, desde el monólogo dramático, una fuerte cadencia interrogativa. Afloran esquirlas reflexivas y palabras en torno al sino personal y a la necesidad de justificar el quehacer cotidiano, más allá del simple tránsito. Desde esa herencia meditativa nace el perfil individual de la biología, la recreación del mito griego de Aracne, su asunción de la culpa y del castigo en el marco de un tiempo histórico. El rencor empaña el epitelio de las cosas cercanas, como si el deambular existencial acometiera un largo viaje en el tiempo hasta el ciberespacio digital. El fragmentado nomadismo emparenta la telaraña mitológica y la trama binaria de lo virtual, plena de enlaces, aunque en esencia sea solo un puñado de sombras y ceniza.
El poema también explora la naturaleza cambiante del ahora con una retina crítica hacia sus códigos genéticos. El estar argumenta los estridentes pasos de un arco cronológico sin certezas, una simiente de oquedades, un tapiz desgastado que solo preserva la púrpura obstinada del espanto. El hollar inquieto de la mirada social muestra su compromiso con los habitantes del desamparo; siempre tinieblas afanadas en dibujar el envés de un tapiz apócrifo.
En “Nephila”, sustantivo que define una especie de arañas tejedoras de gran tamaño que hilvana con hilos dorados, germina un enunciado narrativo que tiende pasos a un legado de referencias culturales y personajes. Se despliega con fuerza el plano de Londres como una ciudad mítica, cuya cimentación tiene ese sustrato de la tierra baldía, de ese Manhattan lorquiano de demoliciones bursátiles y torres derruidas. El poeta no duda en romper nexos temporales y habilitar itinerarios que conjugan pasado y presente. Los paisajes diarios adquieren un sentido nuevo. Las identidades del mito moldean hoy un magma lastrado por la finitud y lo inasible.
Uno de los veneros esenciales de Los hilos de la infamia es el sustrato metaliterario. Antes de cada capítulo, es necesaria la indagación en la semántica; el registro aclaratorio de las estructuras profundas del pensamiento. El sustantivo “Capulina” remite a un actor y comediante mexicano, con una larga trayectoria dedicada, sobre todo, al público infantil. También la pulsión de las citas, en este caso de Ida Vitale y Ángel González, enlaza asuntos dispares. Las composiciones restablecen la actualidad del mito (En este caso de Europa, la princesa argiva, secuestrada por Zeus y convertida en toro blanco), pero el caminar temático nunca es lineal. Traza un gran mosaico y deriva en una meditación sobre los movimientos migratorios y sobre los desdichados protagonistas de tantos naufragios que han convertido al viejo continente en un sueño imposible, en un tapiz impuro hecho con los hilos de la infamia. Son secuencias que afectan a la historia reciente de Europa, tinta negra que deja renglones de ignominia.
En el apartado “Viuda negra” el hedor de algunas grietas contemporáneas muestra su profundidad. Todo adquiere una dimensión crepuscular al evocar los abusos sexuales, esa serpiente que se hace habitante tenaz del desamparo. Los poemas tienen la estremecedora fuerza de lo enfermo. No hay ningún azul al emparentar la identidad del sujeto con lo monstruoso y las perversiones más ominosas como la pederastia, la pornografía o la xenofobia.
Gerardo Rodríguez Salas organiza las composiciones finales como una coda conclusiva. Las arañas reclaman un tejido de luz, un poco de esperanza que permita una senda de amanecida, lejos del miedo. La fealdad maltrecha no engaña, como engañan tantas máscaras, cuajadas de ornamentación y purpurina. Queda el empeño en ser sueño al otro lado para vencer el destino adverso. La libertad de respirar sin la prometeica tarea de bordar de continuo un espacio sin gravedad, un sueño común, un cierre digno de una representación al mediodía.