noviembre de 2024 - VIII Año

‘La Diligencia’ y ‘Casablanca’

Me gusta y en muchas ocasiones me emociona el cine y dos son las películas que por muchas veces que las vea nunca me canso de disfrutar: la primera es “La Diligencia” dirigida por John Ford en 1939. Me gusta aunque durante la persecución a los escandalosos y faltos de imaginación indios apaches no se les ocurra disparar a los caballos, pues obviamente había, y así lo expresó el propio
director en contestación a la pregunta que le hicieron en tal sentido, que garantizar que el férreo protagonista cumpliera su autoimpuesta misión; y la segunda es “Casablanca” dirigida por Michael Curtiz en 1942, donde por ser incompatible en la propia trama del film el cínico protagonista se debate entre satisfacer lo que verdaderamente le apetece y hacer lo correcto.

En las dos, además de estar manufacturadas en blanco y negro por la poderosa industria cinematográfica hollywoodense, se intuye un cierto historicismo al percibirse la realidad de un momento actual fundamentalmente como el producto de un devenir histórico. En ellas se pueden visualizar escenas de vida y escenas de muerte, observar la constante incertidumbre como motor imparable de la
permanente acción inevitable, y unos protagonistas con vértices y aristas muy marcadas. En ambas coincide que el escenario determinante que delimita la convivencia y la interactuación de los personajes es un espacio cerrado: en la primera, un dinámico carromato y en la segunda, un estático café; e igualmente la secuencia temporal en las dos se asemeja mucho: se viene de un pasado donde para los protagonistas por lo menos a ratos se hace pesado cargar con la mochila de sus recuerdos. El casual presente donde se desarrolla la película es disruptivo; y tras el final, en ambas se les abre un optimista futuro que desde el “The end” es de su exclusiva responsabilidad y ellos sabrán cómo lo van a ir construyendo.

La primera diferencia entre las dos está en el género cinematográfico: En la primera es diáfano, es un western donde tras algún sutil aprosdoketón gestual y balístico, tras el esfuerzo y la lucha, y la social y mutua redención que de ello se deriva para hacer posible “la doctrina del destino manifiesto”. EEUU es la tierra de las segundas oportunidades: ella y él se quedan juntos en enamorada armonía y por tanto triunfa el amor.

Mientras en la segunda se sabe con claridad lo que no es, pero no hay forma de concretar qué es: se sitúa en la segunda guerra mundial pero no hay una sola batalla, luego realmente no es auténticamente bélica; “el chico y la chica” no se quedan juntos pero tampoco ninguno se queda totalmente solo y abandonado. Al irse ella en compañía de uno de sus dos amantes, el menos atractivo para el espectador y no precisamente por el vínculo conyugal; y al quedarse él, al renunciar a la medalla de oro y para compensar que no haya triunfado el amor, con la plata que dimana de una bonita amistad ―quien tiene un amigo, tiene un tesoro―,  luego bajo el prisma de la conformidad tampoco es propiamente un drama; y aunque en el corazón quedan contenidos rescoldos soportados en
parte sobre el rencor y la culpa, el apasionado romance en cierto modo clandestino ya ha sido vivamente vivido en un París que siempre ahí queda y donde lo que hubo ya se ha terminado no sin gratas cicatrices y con algunas preguntas sin respuesta, luego tampoco es al uso una película romántica. Y a su vez, a su manera y hábilmente combinados, algo tiene de los tres géneros.
En «La Diligencia» el género de la película y la condición humana de los protagonistas son claros sin ser simples; en «Casablanca» el género de la película y la condición humana de los protagonistas son difusos sin ser complejos.

La segunda diferencia es el protagonismo del tiempo: En la primera, simplemente como la maratoniana carrera que en definitiva y
esencialmente es, este transcurre de forma progresiva y lineal, es inherente a la evolución de la historia que se cuenta y por ello ni se menciona: no juega un papel dirimente ni expreso, el bien y el mal son intemporales. En la segunda, su camuflada y no falsa intervención al venir forzada de la mano de un no servil pianista negro ―en este largometraje se impone la negación sobre la
afirmación―, mediante su enunciación en una bonita melodía (“As time goes by”) nos engaña en la esperanza de alcanzar un concreto y pleno final feliz para la película, al categóricamente anunciar a mitad del metraje tal canción con su gutural sonar acompañada por un melódico piano ocultador de útiles salvoconductos, dos anhelos para circular dichosos por la vida:
En su comienzo al afirmar imperativamente “Debes recordar esto: Un beso sigue siendo un beso … las cosas fundamentales se aplican a medida que pasa el tiempo”. Y al rematar en su última estrofa: “El mundo siempre dará la bienvenida a los
amantes, a medida que pasa el tiempo”. Pero con perspectiva y leyendo entre líneas una vez escuchada completa, tocada e interpretada por un “Sam” (sin la categoría parental de tío) que en respuesta a un cariñoso y sonriente saludo otorgado por una guapa dama en el ejercicio de la más absoluta libertad llama «señorita» a una mujer casada, realmente la canción te está diciendo, y esto lo añado, por quererlo así entender, de mi cosecha propia: no te ilusiones ni te preocupes, bueno o malo, qué más da, lo
que tenga que ser será, pero solo lo sabrás (as time goes by) a medida que pasa el tiempo.

Y por cierto, si al finalizar «La Diligencia» no cabe duda de que a los dos protagonistas les esperan las perdices allende la frontera, y al resto les queda la satisfacción de haber cumplido dignamente su papel y el orgullo del trabajo bien hecho; al terminar «Casablanca» sabemos qué ocurre con prácticamente todos y cada uno de los personajes; no olvidemos que están en guerra y podemos
adivinarles, según deseo de cada cual, con mayor o menor acierto un futuro.

Pero tras el ya anteriormente mencionado “The end”, sin perjuicio de la subrogación empresarial que en pago de su lealtad se asegura de garantizarle Rick antes de su partida, nos quedamos con la desconcertante incógnita de qué le deparará realmente su suerte a “Sam”, el portavoz musical del paso del tiempo, pues dadas las pistas que nos dan para adivinar su azar solo se nos
permite conjeturar que sus probabilidades de terminar como solista a plena vista en chiringuito de playa ―no corre ningún riesgo de ser quemado por el sol―, eran por aquel entonces bastante menores que las de finalizar tranquilamente ubicado y escondido al fondo del escenario como pianista de orquesta multitudinaria acompañante de un crooner solista sin el swing de Bogart.

Como amante del cine, montándome mi particular película, quiero creer que es cierto lo que cuenta la leyenda y que el fiel “Sam” no aceptó seguir en el americano café traspasado y ubicado en una Casablanca que se había vuelto para él negra sin la presencia del resto de los intérpretes de tan espectacular e insigne paradigma del séptimo arte y optó libremente por un despido voluntario
y cuando al recibir el finiquito le preguntaron: «Y Sam, ¿tu ahora qué?». Contestó: “We will see, as time goes by” (Ya se verá, a medida que pase el tiempo).

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Escrito por

Archivo Entreletras

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