El “progresismo” norteamericano fue un movimiento social y político muy específico de USA. Formado desde el segundo tercio del siglo XIX, promovió reformas políticas y sociales, mediante la apelación a una creciente estatalización, alcanzando su máxima influencia entre 1890 y 1930. Agrupó a diferentes sectores de la sociedad norteamericana en torno a reivindicaciones muy dispares: la legislación anti-monopolios, la prohibición del alcohol, el voto de la mujer, la denuncia de la corrupción política, etc. Y alcanzó éxitos notables, como la Ley anti-Trust, la Ley Seca y el sufragio femenino.
Las principales bases teóricas del “progresismo” remiten a ideas nacidas con impronta asimismo progresista, como el utilitarismo de Bentham, o de formulación genuinamente norteamericana, como en el caso del trascendentalismo de Emerson. Pero tuvo sobre todo una fuerte base religiosa, el pietismo protestante.
Bentham intentó transformar la ética en ciencia de la conducta humana, tan exacta como las matemáticas y, como estas últimas, susceptible de plasmarse en fórmulas simples. Algo tuvo también de “iluminado” en su pretensión de ética científica, que se aprecia en sus proyectos de reforma social, que se produciría por la aplicación de las simples reglas de la utilidad. La “utilidad” era el criterio supremo para dilucidar las diferentes opciones morales. Si la Naturaleza nos ha sometido al placer y el dolor como amos soberanos, el único “principio” moral inatacable es máximo placer para el mayor número. Para desarrollarlo, Bentham se propuso reconstruir las leyes y costumbres vigentes mediante el uso de un álgebra de la felicidad, en la que la libertad tenía un puesto bastante secundario. Bentham fue el padre de la ingeniería social.
La influencia de Emerson fue algo menor y tiene que ver con la fuerza del trascendentalismo, línea de pensamiento inaugurada por este autor, que tuvo una gran importancia en USA. Una de las características del pensamiento de Emerson fue su radical oposición a la esclavitud, asunto en el que los primeros “progresistas” coincidían plenamente. También coincidieron en el apoyo al Presidente Lincoln y al Partido Republicano, que fue el que promovió el “progresismo” inicialmente. Pero la influencia del trascendentalismo en la articulación del “progresismo” fue de menor importancia, aparte de la de Emerson en el pensamiento norteamericano posterior.
El protestantismo pietista fue también muy importante en el “progresismo”. Ya dominaba en Nueva Inglaterra desde de 1830. El pietismo consideraba al pecado como lo que nublaba las mentes de los hombres para impedirles ejercer su libre albedrío a fin de alcanzar la salvación. De particular importancia fue en el origen del “progresismo” pietista la lucha contra la esclavitud, hasta la Guerra de Secesión (1861-1865), así como contra el consumo de alcohol y contra los católicos, seguidores del Anticristo (el Papa). El pietismo evangélico sostenía como exigencia para la salvación, hacer todo lo posible para salvar a los demás. Esto se tradujo en la atribución al Estado del papel de instrumento principal para la salvación de los más. El Estado debía asumir el papel director para “eliminar el pecado” y “bendecir” a los Estados Unidos”.
El pietismo, en su versión “evangélica” más activista, se también se hizo dominante en el protestantismo del sur en la década de 1890. A partir de entonces, el pietismo desempeñó un papel crucial en el “progresismo”, tras el cambio de siglo y a lo largo de la Primera Guerra Mundial. Sobre todo, tras la conversión del Partido Demócrata al “`progresismo”, en 1896. El Partido Demócrata, gran enemigo político del “progresismo” hasta entonces, también había cambiado su orientación, con la conversión evangélica del protestantismo del sur.
Frente a las sectas radicales que se apartaban del mundo para evitar su corrupción, como los Amish, y frente a iglesias más conservadoras, como la católica romana, anglicanos y luteranos asumieron como un deber superar la corrupción del mundo convirtiendo a los hombres a la fe en Cristo, así como cristianizando el orden social a través del poder y de la fuerza del Estado para transformar la sociedad. Su finalidad era que la comunidad cristiana pudiera mantenerse pura y la obra de salvación de los pecadores resultase más fácil. Por ello, para los “progresistas”, las finalidades del gobierno y de la ley no podían ser simplemente las de limitar el mal, sino debían servir para educar a la gente en el bien, aun forzadamente.
Durante los años de auge de este movimiento (1890-1930), las reformas sociales fueron también una parte importante del programa “progresista”. La mayoría de las iglesias evangélicas proclamaron un evangelio social, que reclamaba la abolición del trabajo infantil, la regulación del trabajo femenino, el derecho del trabajador a organizarse (sindicación y negociación colectiva), la eliminación de la pobreza y una división “equitativa” de la producción nacional. El principal problema social, no obstante, seguía siendo para ellos el alcoholismo, pues el alcohol era el mayor obstáculo para el establecimiento del Reino de Dios en la Tierra.
Y eso, a costa incluso de la “libertad personal”, a la que el “progresismo” consideraba que había sobre-estimada en exceso, por lo que había que destronarla de la primacía que ostentaba. Para los “progresistas”, la conciencia social se había desarrollado tanto, que las instituciones y los gobiernos no podían sino atender sus mandatos y dirigir la vida de los individuos, por su bien. El “progresismo”, mezclando utilitarismo y pietismo, afirmaba que por fin se había superado el miedo al “paternalismo del gobierno” y que, más aún, era asunto esencial del gobierno ser justamente eso: “paternal”. Ningún asunto humano podía ser ajeno a un auténtico gobierno, aunque fuese a costa de la vieja libertad.
La campaña para imponer la ley seca culminó con la propuesta de la XVIIIª Enmienda, en 1917. Mediante ella, se trataba de prohibir totalmente el tráfico y consumo de bebidas alcohólicas. La enmienda fue aprobada por el Congreso y remitida a los estados al final de diciembre de 1917. Los argumentos anti-prohibicionistas de que la propiedad privada sería injustamente confiscada, fueron también rebatidos con el argumento de que la propiedad, si dañaba la salud, la moral y la seguridad del pueblo, siempre había estado sujeta a confiscación sin indemnización. Al menosprecio a la libertad, se unía el de la propiedad. Todo ello se inició, implementó y culminó bajo la presidencia del demócrata Wilson, el de la Primera Guerra Mundial.
La XVIIIª Enmienda desarrolló su proceso de aprobación en 1918, hace 125 años. Como veintidós estados ya tenían prohibido el alcohol, solo hacían falta nueve para ratificar la enmienda, que convertía en asunto federal un asunto que siempre había sido considerado de policía de cada estado. El 36º estado la ratificó el 16 de enero de 1919 y, al finalizar febrero, todos los estados, menos tres (Nueva Jersey, Rhode Island y Connecticut) habían declarado ilegal al alcohol. Técnicamente, la enmienda debía entrar en vigor en enero de 1919, pero el Congreso había acelerado las cosas al aprobar la War Prohibition Act, el 11 de septiembre de 1918. Una norma que se convirtió en ley seca nacional total, que se aplicó de inmediato. Todavía la enmienda necesitó una ley de aplicación del Congreso, mera formalidad, aprobada en 1919.
Los resultados de la aplicación de la Ley Seca fueron desastrosos: no impidieron ni limitaron el consumo, y sirvieron de base y cobertura para el desarrollo de una amplia y diversa criminalidad asociada a la producción y al tráfico clandestinos de bebidas alcohólicas. El consumo de alcohol no solo subsistió, sino que aumentó de forma clandestina y bajo el control de mafias. En vez de contribuir a resolver problemas sociales, como la delincuencia, la ley seca llevó el imperio del crimen a su mayor esplendor. Muchos gánsteres de esa época han sido inmortalizados en novelas, películas y series de televisión posteriormente. Nunca antes se había percibido en los Estados Unidos una acción criminal tan brutal, como las secuencias de asesinatos de mafiosos, que muchas veces alcanzaban a particulares que pasaban por ahí, ajenos a sus disputas.
Antes de la prohibición había un total de unos 4.000 reclusos en las prisiones federales de USA, pero en 1932, la cifra se había elevado hasta 26.859 presidiarios, muchos por delitos asociados al tráfico ilegal de licores. El dato era desolador, pues la delincuencia común había crecido gravemente, en vez de disminuir, como siempre habían asegurado que sucedería los promotores de la prohibición. Una criminalidad muy sanguinaria, por los asesinatos entre mafias rivales, y desmoralizador por la enorme corrupción que generó. El negocio del tráfico ilegal producía ganancias fabulosas.
El gobierno federal, entre 1918 y 1932, gastó ingentes cantidades de recursos tratando de forzar la aplicación de la ley seca, pero la corrupción de las autoridades locales, policiales, judiciales, aduaneras, etc., y el rechazo general de la población a la prohibición, demostrada por el hecho de que el consumo no disminuía, sino que aumentaba, hacían cada vez más impopular mantener la Ley Seca. Y la criminalidad asociada en mafias y corrupción se iba haciendo insoportable. De modo que, durante la década de 1920 las ideas de la gente dieron un giro de 180 grados y la opinión pública empezó a pensar que el remedio había sido peor que la enfermedad.
El candidato demócrata a la presidencia en 1932, Franklin D. Roosevelt, fue sensible a ese cambio de orientación en la opinión nacional. Por ello, el Partido Demócrata incluyó en su programa la derogación de la Ley Seca, y Roosevelt prometió que, de ser elegido presidente, lo haría. Hacia 1932, se estima que unos tres cuartos de la población USA estaba a favor de derogarla. Además, la crisis de 1929 llevó al gobierno a buscar nuevas fuentes impositivas para financiarse, al tiempo muchos pensaban que la industria del alcohol podría dinamizar la deprimida economía estadounidense, además de generar nuevos puestos de trabajo.
A la distancia de 125 años de que, en 1918, prosperase la XVIIIª Enmienda de la Constitución USA de 1787, debería estudiarse con más atención la desastrosa trayectoria de la Ley Seca: no produjo ningún resultado positivo, incrementó el consumo de alcohol y generó una de las mayores olas de criminalidad en USA de toda su historia.
Es esta una historia que se debe recordar hoy y sobre la que se debería reflexionar en nuestro tiempo, en que el narcotráfico plantea problemas similares en todo el mundo. Y que tienen un mismo origen, pues los gobierno “progresistas” de USA también impulsaron en la recién creada Sociedad de Naciones, a partir de 1919, la prohibición internacional de las drogas y del alcohol.
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