noviembre de 2024 - VIII Año

José Echegaray, o la desgracia de ganar el Premio Nobel

Echegaray por Sorolla

Igual que ha sucedido otras veces en España, pudo ser una ocasión verdaderamente memorable. El 8 de diciembre de 1904, toda la prensa anunció que el escritor, matemático y exministro de Hacienda, D. José Echegaray (1832-1916), había obtenido el Premio Nobel de Literatura por sus obras escénicas. Se convertía así en el primer español en conseguir tan prestigioso galardón, creado en 1901. Es decir, ganó el cuarto Premio Nobel de Literatura. Un Nobel obtenido para las letras hispanas tres años antes que la lengua inglesa, que obtuvo su primer Nobel en 1907, en la persona de Rudyard Kipling (1865-1936).

Aunque hoy está muy olvidado, en su tiempo vio cómo sus obras triunfaban y se traducían y se representaban en otros países. Fue internacionalmente admirado por escritores tan afamados y reconocidos, ayer y hoy, como el italiano Luigi Pirandello o el irlandés George Bernard Shaw. Cuando se estrenó en Londres su obra Mariana, un drama influenciado por el teatro renovador de Ibsen, en 1897, Shaw lo calificó de obra maestra. La Academia Sueca le concedió el premio –ex aequo con el poeta provenzal Frédéric Mistral- por haber revivido las grandes tradiciones de la dramaturgia española. En las tres ediciones anteriores se había optado por escritores del norte de Europa y todo el mundo tenía la impresión de que la elección de 1904 estuvo condicionada por el interés de la organización en mirar al sur.

Debe tenerse también en cuenta que, para el mundo germánico, como lo es Suecia, la más excelsa dramaturgia moderna correspondía al teatro clásico español del Siglo de Oro (Calderón, Lope, Tirso de Molina, etc.), muy superior en su criterio al de los autores clásicos franceses (Moliere, Racine, etc.) o al mismo Shakespeare. A eso, se sumaba el éxito mundial del teatro español del siglo XIX, con autores como el Duque de Rivas, Antonio García Gutiérrez, José Zorrilla y otros muchos, que habían revivido el prestigio y esplendor de las artes dramáticas hispanas. Por si alguno no lo recuerda, los libretos de las óperas de Verdi La Forza del Sino y El Trovador, se corresponden con los dramas homónimos de Rivas y de García Gutiérrez, y Zorrilla fue, y sigue siendo, el autor teatral español más representado internacionalmente.

Entrega del premio Nobel a Echegaray

Mas, paradójicamente, la consecución del premio, que debería haber sido una gran noticia para todo el país, terminó por convertirse en un completo suplicio para el galardonado. Buen número de escritores españoles alzaron sus más airadas voces y montaron en cólera porque el elegido había sido él. Y así sucedió que, para un grupo importante de los escritores más renovadores entonces de la literatura española, no solo no fue de celebrar, sino que provocó las más furibundas reacciones con insultos, ataques y hasta comunicados públicos, criticando que le hubiesen dado el Nobel a Echegaray y no a cualquier otro autor hispano.

Los ataques vinieron de algunos de los literatos más famosos de principios del siglo XX, como los noventayochistas Azorín, Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Valle-Inclán, Jacinto Grau, Francisco Villaespesa, Vicente Blasco Ibáñez, Ramiro de Maeztu y los hermanos Machado, entre otros. Todos ellos consideraban a Echegaray un representante de la España rancia que pretendían “regenerar” y, por lo tanto, indigno de tal honor. Como ejemplo de esa animadversión, baste recordar la respuesta al homenaje nacional a Echegaray, promovido por la revista Gente Vieja, en 1905, que fue avalado por escritores veteranos como Leopoldo Cano y Federico Balart, y por políticos de su época como Romero Robledo y Segismundo Moret.

En respuesta al homenaje a Echegaray, los integrantes de la entonces naciente Generación del 98, que fueron sus más furibundos atacantes, publicaron en el diario España el “Manifiesto de los jóvenes escritores”, en el que se decía: Parte de la prensa inicia la idea de un homenaje a Echegaray y se abroga la representación de toda la intelectualidad española. Nosotros, con derecho a ser incluidos en ella, y sin discutir ahora la personalidad literaria de José Echegaray, hacemos constar que nuestros ideales artísticos son otros y nuestras admiraciones muy distintas.

Según se cuenta en Drama sin escenario: Literatura dramática de Galdós a Valle-Inclán, de José Paulino Ayuso, Azorín había descrito el estilo de Echegaray como hueco, enfático, palabrero y oratorio, y añadía: Ya es hora de que vayamos reaccionando. Hay una enorme diferencia entre la oratoria y la literatura. En diciembre de 1905, poco después del manifiesto, insistió en sus ofensas en un artículo titulado Homenaje a Echegaray. Entre todas las reacciones contra Echegaray, la de Valle-Inclán se distinguió por su agresividad verbal: lo llamó viejo idiota. No era nuevo. De los noventayochistas, también fue Valle-Inclán quien más ferozmente atacó a Pérez Galdós, entre 1896 y 1903, y nunca se llegó a reconciliar con D, Benito.

Pero Valle-Inclán, además de mala lengua, tenía ingenio a raudales y difundió una leyenda que no ha podido ser verificada. Al parecer, D. José Echegaray, para demostrar que no le guardaba rencor a Valle por sus diatribas, se ofreció para donar su sangre cuando el gallego la necesitó por una intervención quirúrgica. Y Valle-Inclán, según contaba, se negó rotundamente a aceptar la sangre de Echegaray, porque seguramente la tendría llena de gerundios. No estará de más recordar que Juan Valera, en tono de broma, decía que el teatro de Echegaray se componía de teoremas dialogados.

Echegaray era Ingeniero de Caminos y, pese a su Premio Nobel de Literatura, se consideraba, sobre todo, matemático por encima de cualquier otra cosa. Así lo explicó en sus Recuerdos, que se publicaron póstumamente en 1917: Las matemáticas fueron, y son, una de las grandes preocupaciones de mi vida; y si yo hubiera sido rico o lo fuera hoy, si no tuviera que ganar el pan de cada día, probablemente me hubiera marchado a una casa de campo y me hubiera dedicado exclusivamente al cultivo de las matemáticas. Ni más dramas, ni más adulterios, ni más suicidios, ni más duelos, ni más pasiones desencadenadas. Echegaray presidio, entre 1901 y 1916, la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

Y así, de lo que indiscutiblemente había sido un éxito de las letras hispanas, lo único que logró Echegaray con su Premio Nobel fueron broncas, imprecaciones, airadas discusiones y pasiones desencadenadas. Unas polémicas más terribles que las que había soportado en su larga carrera política, que estuvo llena también de intrigas y encontronazos. Debe recordarse que, en su dilatada carrera, defendió en el Congreso sus ideas liberales progresistas y la libertad religiosa, y combatió la esclavitud en Cuba y Puerto Rico. Participó en el Sexenio Revolucionario (1868-1874), durante el que llegó a ser Ministro de Hacienda. Sus convicciones liberales le llevaron también a polemizar en el Ateneo de Madrid con el fundador del PSOE, Pablo Iglesias.

Y así, una vez más, al igual que lo recientemente sucedido con el Campeonato Mundial de Fútbol Femenino, ganado por España, todo se hizo de tal modo que, lo que se logró, fue que un indiscutible triunfo, se convirtiese en un auténtico desastre. Algo que recuerda lo sucedido con la concesión del Cuarto Premio Nobel de Literatura, ganado por Echegaray en 1904.

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Archivo Entreletras

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