Las derechas de PP y Ciudadanos llevan meses intentando situar en el primer plano de la actualidad política el supuesto ultraje permanente a los símbolos patrios y la necesidad perentoria de protegerlos de sus muchos enemigos.
La portavoz del PP en el Congreso ha llevado tal estrategia al paroxismo de proponer una nueva Ley, que castigue a quienes cometan ‘demérito’ o ‘desprestigio’ de los símbolos nacionales con cese e inhabilitación de hasta diez años para ejercer cualquier cargo público.
Evidentemente, los símbolos de la nación constituyen un factor importante para ensalzar los principios que fundamentan nuestra convivencia en democracia. Y la ofensa a tales símbolos equivale a una ofensa a la colectividad, por lo que merece reproche social, incluso jurídico.
De hecho, el Código Penal ya castiga con penas muy relevantes a quienes cometan ultraje a la nación, a su unidad y a sus símbolos. Se trata de fuertes multas aplicadas sobre aquellos que injurian o desprecian públicamente, de palabra o con hechos, a tales símbolos y lo que ellos representan. Si el ‘símbolo’ afectado es el Rey, además, las penas son de cárcel.
Y si los símbolos ya están protegidos ante sus eventuales ultrajadores, incluso penalmente protegidos, ¿por qué esa insistencia?
Debe añadirse que estos tipos penales no son pacíficos, ni en el debate social ni en la doctrina jurídica. Si la tipificación actual ya supone un riesgo apreciable para el ejercicio de la libertad de expresión, garantizada en la Constitución, ¿qué se pretende con la propuesta para su agravamiento?
En realidad, no hay nada más inconstitucional que la utilización de la Constitución como arma arrojadiza contra el adversario político. Y no hay nada más anti español que intentar apropiarse de los símbolos colectivos para deteriorar al contrincante político y obtener alguna baza electoral.
El pacto constitucional que ahora conmemoramos sirvió precisamente para acabar con siglos de enfrentamiento cainita, y la Constitución es la herramienta que sostiene la convivencia en libertad. Erigirse falsamente en defensor único de la Constitución y acusar al adversario político, con igual falsedad, de ignorarla o despreciarla, supone en sí mismo la mayor traición posible a nuestra Carta Magna.
Hacer este tipo de acusaciones sobre los dirigentes independentistas puede entenderse en algunos extremos, pero intentar sumar al PSOE en el totum revolutum de los enemigos del constitucionalismo, representa una falacia y una ofensa absolutamente intolerables.
Ni tan siquiera la ansiedad de las derechas por la reciente pérdida del poder, o el contexto de campaña electoral, justifica acusar de beligerancia contra la Constitución al único partido del actual espectro político que tuvo una participación protagonista en su elaboración y aprobación.
Por otra parte, la mejor manera de promocionar el apego de los españoles al proyecto colectivo y a sus símbolos nacionales no consiste en aumentar las penas para sus ofensores, sino en aumentar las motivaciones para tal apego.
Y, desde luego, la insistencia de PP y Ciudadanos para que naufraguen unos presupuestos que conllevan subidas salariales, mejora de las pensiones y el fin de los copagos farmacéuticos, no ayuda a que los españoles se despierten cada día más orgullosos de serlo.